Si algo hizo bien Colin Trevorrow con Jurassic World era explicar al espectador que los protagonistas de la nueva trilogía, inspirada por la novela de Michael Crichton y la ejemplar adaptación de Steven Spielberg, ya sabían lo que era crecer en un mundo en el que los dinosaurios habitaban (más o menos) a sus anchas. Ahí radicaba también su mayor problema. El sentido de la maravilla, esa mezcla de emoción y aventura inédita que surge al ver cómo algo que parecía imposible se hace realidad, había desaparecido.
El capítulo final de la saga jurásica, Dominion, sigue los pasos de tantas secuelas y recuelas (recordemos, las continuaciones de una franquicia que mezclan los personajes de siempre con una nueva generación de protagonistas con las que atraer la atención de un público más joven). Como el efecto sorpresa ha desaparecido, a Trevorrow solo le queda multiplicar el número de ingredientes de su receta: más personajes, más dinosaurios, más espectaculares secuencias de acción.
El resultado es tan abrumador y grandilocuente como, en última instancia, cobarde y menos emocionante de lo esperado. Lo que nació como una historia de aventuras con una base de ciencia ficción se transforma aquí en una película más cercana al género de acción. El episodio en el que Chris Pratt y Bryce Dallas Howard se ven perseguidos por peligrosos dinosaurios en las calles de Malta parece sacado de una entrega de Misión Imposible. Al mismo tiempo, esa espectacular secuencia es uno de los pocos instantes en los que Jurassic World: Dominion capitaliza de verdad la promesa que hacía la saga al final de El reino perdido: ver por primera vez a los dinosaurios y los seres humanos coexistiendo en la Tierra.
Cuando nos reencontramos con Owen y Claire han pasado cuatro años de la destrucción de la isla Nublar. El prólogo (que usa de forma perezosa la voz en off de un informativo televisivo para verbalizar la información necesaria que debe recordar el espectador) nos sitúa en un mundo en el que los dinosaurios están entre nosotros, pero la película no muestra demasiado interés en explorar realmente las consecuencias narrativas de una idea que, bien ejecutada, podría haber revolucionado el universo de la saga.
El mundo perdido ya se había atrevido a llevar al tiranosaurio rex a las calles de San Diego. Aquí no hay información alguna sobre el impacto de la llegada de los dinosaurios a las grandes ciudades. Aunque vemos cómo los protagonistas de la nueva trilogía intentan proteger a unas especies en peligro, siempre sucede en entornos abiertos o rurales. A su manera, también conviven con ellos. Los protagonistas comparten bosque con Blue, la cría de velociraptor (ya convertida en madre) que la trilogía Jurassic World ha intentando conseguir en un símbolo (y en un juguete rentable) sin demasiado éxito ni, sobre todo, lógica argumental.
Quizás lo más decepcionante de Dominion es cómo la película no se decide a exprimir el potencial infinito de su premisa y vuelve a llevar a los personajes y a los dinosaurios a un entorno cerrado y controlable. No hay un tercer parque jurásico (la primera secuela de la saga ya utilizó de forma desvergonzada la premisa de que en realidad había otra isla con más dinosaurios), pero sí una excusa argumental que sirve a Trevorrow como la tarjeta del Monopoly para salir de la cárcel. Antes de que nos demos cuenta, Jurassic World vuelve a estar confinada.
El otro gran aliciente de la traca final de la saga jurásica es la reunión de las dos generaciones de supervivientes del regreso de los dinosaurios a la Tierra. Dominion es la primera vez que Sam Neill, Laura Dern y Ian Malcolm comparten pantalla desde Parque Jurásico. Alan Grant y (fugazmente) Ellie Sattler habían aparecido en la tercera parte, mientras que Ian Malcom regresó en El mundo perdido y un cameo en El reino caído. Desgraciadamente, el factor emocional ni los guiños están a la altura de lo esperado.
Una de las muertes de la película (el espectador sabrá perfectamente cuál al ver la película) o la primera aparición de Laura Dern intentando replicar su icónica reacción al ver un dinosaurio por primera vez en Jurassic Park son el perfecto ejemplo de dos homenajes que se quedan a medias. Es una pena. Una de las grandes virtudes de Jurassic World había sido, precisamente, saber revisitar algunos de los momentos más icónicos del clásico de Spielberg.
Resulta mucho más eficaz el (tardío) emparejamiento de los viejos y los nuevos personajes. Ver juntas en acción a Dern y Dallas Howard y asistir a las presentaciones oficiales de los dos grupos de supervivientes de los parques jurásicos es un regalo para las generaciones de espectadores que han crecido viendo estas películas. Esos pequeños momentos, como la escena en la que Claire y Franklin rescatan a una cría de triceratops de un criadero ilegal, insuflan alma a una película a menudo devorada por un sinfín de escenas de acción que hacen de Dominion un espectáculo tan abrumador como redundante.
En El reino caído, Juan Antonio Bayona fue capaz de imponerse a un mediocre guion a base de una puesta en escena elegante que no renunciaba a la grandiosidad. El rescate de los dinosaurios en la isla Nublar o la escena en la que un dinosaurio gigantesco amenaza a una niña en la intimidad de su habitación en mitad de la noche elevaban una película de transición que insinuó una película que Dominion nunca se atreve a ser del todo.
A pesar de la sucesión de set pieces, Trevorrow es incapaz de crear un momento realmente icónico en Jurassic World: Dominion. Al final, el cierre de la saga jurásica es un gran espectáculo que se resiente por no atreverse a ir aún más allá y explorar de verdad qué pasa cuando los caminos de los dinosaurios y el ser humano. Los que estén deseando ver de vuelta a Ellie y Alan en la saga, están de enhorabuena. Los que quieran ver un ejercicio ejemplar de nostalgia y actualización de un clásico, que mejor vayan a ver Top Gun: Maverick.
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