Ingrid García-Jonsson no para. Han pasado casi diez años desde que Jaime Rosales la descubriera en Hermosa juventud, un drama rabiosamente actual sobre una joven que tiene que abandonar España en busca de nuevas oportunidades, y la actriz hispano-sueca vuelve a estar atrapada en otra historia generacional. Nosotros no nos mataremos con pistolas, adaptación de la aclamada obra de teatro de Víctor García Sánchez a cargo de la veterana María Ripoll, llega este viernes 17 de junio a los cines tras pasar por el Festival de Málaga.
La hiperactiva actriz, que este año ha estrenado el slasher Veneciafrenia y la comedia Camera Café, es una treintañera en crisis que vuelve al pueblo tras un desencanto en Londres. Mientras el pueblo se prepara para celebrar su fiesta mayor, Blanca se esmera en que la primera paella que hace en su vida le quede perfecta. Ha conseguido reunir a sus amigos de toda la vida después de años sin verse y del suicidio de uno de ellos.
La precariedad laboral, los desengaños amorosos y las ilusiones perdidas les han arrastrado a un lugar que comparten con los amigos con los que una vez pensaron que se iban a comer el mundo. Nosotros no nos mataremos con pistolas sigue los pasos de ¿A quién te llevarías a una isla desierta? y Litus, otras historias surgidas en los escenarios que saltaron al cine para contar la historia de una generación que creyó que solo tenía que estudiar para tener la vida resuelta.
SERIES & MÁS habló con Ingrid García-Jonsson de sus propios desencantos profesionales, el dilema que le persigue poco después de cumplir los 30 y la conexión de su último trabajo que le dio un hueco en el cine español.
Esta es una película sobre el desencanto de una generación. ¿Qué fue lo que te llamó la atención a ti de Nosotros no nos mataremos con pistolas?
El material que había para trabajar. Me daba mucho susto poner estas cosas sobre la mesa. Al final toca temas que son muy personales para uno. Son personajes que están escritos con mucha verdad y mucha realidad. Me imponía tener que enfrentarme a ese material y al mismo tiempo me apetecía mucho. El personaje tenía una cosa muy de limitarse a estar mucho tiempo presente en escena. No lleva tanto la acción, sino que acompaña, contiene y se relaciona con los compañeros desde otro lado. Me parecía muy interesante trabajar todo el background que tiene, cómo vive ella en esa casa y lo que supone volver a ese lugar.
¿Pudiste ver la obra de teatro original?
No. Leí el texto, pero no pude leer la obra. Casi es mejor. A veces cuando las cosas están basadas en novelas o en obras de teatro, puedes intentar acercarte demasiado a lo que está en el material original y te olvidas de lo que está escrito en el guion o a lo que está pasando en el set. No quería llegar con una idea tan formada, sino trabajar en el set, ver lo que sale y lo que me dan los compañeros en escena.
Las obras de teatro crecen y evolucionan a base de representarse una y otra vez. ¿Hubo ensayos previos en esta película para intentar recrear eso?
No hubo demasiados ensayos. Estuvimos una semana antes de empezar el rodaje. Sobre todo hicimos improvisaciones y trabajamos para entendernos mejor entre nosotros. Abordamos algunas de las escenas más complicadas del guion, pero eran ejercicios libres para adaptarnos al texto y a los compañeros. En total fue una semana de ensayo y cuatro de rodaje.
¿Reconoces el desencanto que muestra la película en la gente de tu entorno, en tus viejos compañeros de clase o los amigos de toda la vida?
Es un tema del que se habla mucho y que nos ha marcado mucho. Éramos niños o adolescentes que no sabían cómo era la vida. Por supuesto ahora nos hemos dado cuenta de que las cosas son más difíciles de lo que creíamos. La vida es muy complicada y pasan muchas cosas que no podemos controlar. Cuando eres más pequeño, tu mundo es más reducido. El problema es que a menudo que creces y tus deseos y posibilidades se expanden, todo es más complejo. De pronto hay una ilusión que a todos nos pesa, sobre todo porque miras por la ventana y ahora lo mismo que estamos viendo es Mad Max.
Hay algo apocalíptico en el momento en que estamos viviendo. De todas formas creo que es un sentimiento más generalizado de lo que creemos, y que en cierta forma también pasó con las generaciones de mis abuelos y mis padres. Llegas a la veintena o la treintena y te cambia todo. Todas las generaciones nos miramos mucho al ombligo. “No, nosotros somos los que peor lo hemos pasado”.
Aún así, la generación milenial, que es la que retrata la película, ha encadenado dos crisis económicas brutales justo cuando salía al trabajo.
Económica y laboralmente las cosas no están nada fáciles y pinta que el futuro vaya a ser muy boyante tampoco.
Me llama la atención que sea María Ripoll la directora de la película. Ella ha adaptado otras obras de teatro antes, pero este era un texto muy propio de una generación a la que ella en realidad no pertenece. ¿Cómo fue esa mirada intergeneracional entre ella y vosotros?
Creo que María entendía muy bien por lo que pasaban los personajes. Ella ha debido vivir cosas similares y en ese sentido ha confiado mucho en nosotros y nos ha dado ese espacio para que cada uno contáramos lo que teníamos que contar. Sé que en la preproducción habló mucho con Víctor Sánchez, el guionista de la película y autor de la obra de teatro. Ella entendía muy bien los temas que estaban sobre la mesa y conectó desde el principio con lo que pasaba y por qué.
También es muy interesante ver la transformación que ha hecho ella. La obra de teatro era más oscura y más dura. El guion podía llevarte a un sitio más deprimente. A mí me preocupaba eso en los ensayos. Me dejaba muy triste todo el día. María se preocupó para que, a pesar de todos esos temas oscuros, el espectador salga con energía renovada y con ganas de celebrar la vida. A pesar de que esto es lo que hay, sigue habiendo razones para ir hacia adelante. Creo que es un enfoque muy bonito y muy positivo en estos momentos.
La película, en cierto modo, me hizo pensar en tu debut en Hermosa juventud, otra película sobre una generación perdida. ¿Tú hiciste esa conexión de que podía ser el futuro de un personaje como aquel diez años después?
Mira, no lo había pensado. Sí que es verdad que son dos personajes que están atravesados por una situación que les sobrepasa y que tiran para adelante como buenamente pueden. Creo que las dos tienen educaciones diferentes y pertenecen a estratos sociales distintos, pero sí que es verdad que lo que les puede es lo que les rodea. Son personajes que no son capaces de hacerse cargo de su vida porque les sobrepasa. A la hora de trabajarlo también ha sido similar. Es verdad que el proceso con Jaime Rosales era todavía más libre, improvisado y a veces más de método, pero aquí también había mucho lugar para el actor. María nos daba espacio para estar en escena y dejar que las cosas ocurrieran.
En las pelis que he hecho entre Hermosa juventud y Nosotros no nos mataremos con pistolas, es algo que no he tenido, sinceramente. Era más importante la cámara, el texto, el efecto o que salieras guapa que lo que estaba pasando de verdad. En estas dos películas el peso y la responsabilidad está en los actores, lo cual da mucho gusto y te permite trabajar de otra forma.
[En muchas de mis películas] era más importante la cámara, el texto, el efecto o que salieras guapa que lo que estaba pasando de verdad.
Eres muy joven para hacer un balance de ningún tipo, pero ya llevas 10 años en la industria.
Qué fuerte.
¿Qué esperabas y qué te has encontrado por el camino, una pregunta que en realidad enroca con el viaje de tu personaje en esta película?
Yo he flipado mucho con lo que ha cambiado la industria en estos años. Hay una cantidad de trabajo y de proyectos que pasan desapercibidos alucinante. Hay tal saturación de contenidos que es algo que jamás pensé que fuera a pasar. Cuando rodé Hermosa juventud, no había trabajo. Yo estaba haciendo películas con mi amigo Pablo Hernando sin cobrar un duro porque amábamos el cine y no sabíamos hacer otra cosa. La peli de Jaime, por ejemplo, tuvo un presupuesto bajísimo. Era un ejercicio casi de resistencia. Había algo muy romántico. Nos gustaba el cine y queríamos seguir haciendo esas cosas.
De pronto llegó Netflix y el resto de plataformas y la gente empezó a demandar contenido. La industria empezó a producir, producir y producir de una forma abrumadora. Yo personalmente noto que mi vida ha ido por otro lado. Al principio pensaba que estaba muy dentro de la industria y ahora siento que la industria me pasa a una velocidad que no soy capaz de aguantar. Me entero de los proyectos cuando ya se han estrenado. Es muy raro, porque luego personalmente no hemos cambiado tanto. Ahora estoy en un momento en el que estoy intentando ver cuál es mi sitio ahora y qué es lo que quiero hacer, si me dejo llegar por la vorágine y le entrego mi alma a Netflix o si intento seguir por esta ruta un poco más alternativa que me hace un poco más feliz, pero que es más complicada.
No es más que una percepción personal, pero desde fuera se te ve como alguien que está dentro de la industria pero que quizás está más cómoda en sus márgenes.
Quizás, aunque a mí también me gustaría petarlo muchísimo, que todo lo que haga funcione un montón y que a la gente le guste. Lo que pasa es que luego me ofrecen esos proyectos de un corte más comercial y no me convencen. Yo al final lo doy todo en las pelis. Me entrego mucho y necesito que el material que venga me diga algo y tengo algo humano de lo que yo pueda hablar. A veces sale bien, otras sale mal, pero hay que apostar. Cada uno juega las cartas como pueda.
Creo que sí hay algo de verdad en eso que dices. Intento jugar bajo mis reglas y no dejarme llevar por lo que la gente espera de mí, porque a saber qué es lo que espera en realidad. Uno intenta contentar, pero el público no sabe tampoco lo que quiere. De repente llega algo como El juego del calamar, que nadie contaba con ello, y es un fenómeno increíble. O aquí con La casa de papel. Nunca sabes por dónde van a salir las cosas. Para mí es muy importante también estar conectada con el mundo real. Si al final me muevo en un lugar muy lejos de las historias que vamos a contar, como actriz voy a ser peor.
Estoy intentando ver cuál es mi sitio ahora y qué es lo que quiero hacer, si me dejo llegar por la vorágine y le entrego mi alma a Netflix o intento seguir por esta ruta un poco más alternativa
Hay casos de gente que, cuando da el petardazo, parece perder la conexión con el mundo real.
Es algo que debe dar mucho miedo también. Tampoco me ha pasado, ¿sabes? Debe dar mucho susto que todo el mundo sepa quién eres, dónde estás, qué haces y qué comes. Entiendo cuando a veces algunos compañeros se protejan. Otras veces lo que pasa es que cambia el entorno en el que te mueves. No es tanto que cambies tú, sino cómo se empieza a comportar la gente contigo.
¿Hay alguna de tus películas que te gustaría que hubiera visto más gente?
Todas las películas, pero la que más es Explota, explota. Es un proyecto en el que trabajé mucho y que no vio tanta gente como debería. La estrenamos justo en la pandemia y me hubiera gustado que llegara a más gente. Ana de día también, aunque siendo una película más pequeña tuvo una buena difusión. Me pasa con todas mis películas en realidad. Creo que en la industria suelen estar bien acogidas, pero me gustaría que las viera más el público. Pero no pasa nada, yo estoy feliz con lo que hago. Si quiero atención, voy a La Resistencia, hago cuatro chistes y me vuelvo a casa (ríe).
¿Con qué estás ahora?
Con estas promociones locas. Al final se han juntado todas y estamos estrenando una cada mes. Acabo de hacer una película en Budapest y en septiembre vamos a rodar A Whale, es una peli muy guay y Pablo es amigo. Estoy muy contenta de que tengamos dinero por fin para hacer una película con pasta y no solo pelis de pobres (ríe). Es muy emocionante trabajar con amigos a los que les va bien y quieren seguir contando contigo.
Hace falta que esas películas con personalidad también tengan dinero, mira Carla Simón, que acabó ganando el Oso de Oro con Alcarràs. Es muy importante hacer cine comercial, porque es el que llena las salas y el que mueve la industria, pero para crecer social y culturalmente tenemos que tratar otros temas y dar espacio a otro tipo de voces que también necesitan ayudas públicas.
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