Se apagan las luces y comienza el espectáculo. Aparece en el escenario Elvis Presley, quien fue -y siempre será- la figura más emblemática de la historia del rock. Un animal mitológico de Estados Unidos que no podía no tener su propio biopic. Después de su paso por el Festival de Cannes, el 24 de junio se estrenará en los cines españoles Elvis, una película centrada en explorar la vida y la música de Elvis Presley (Austin Butler) a través de la complicada relación que compartió con el coronel Tom Parker (Tom Hanks), su enigmático manager.
A pesar de que el músico y cantante es el verdadero protagonista, el narrador de la historia será Parker, encargado de trazar la línea temporal desde que Presley subió a lo más alto y conoció a la que sería Priscilla Presley (Olivia DeJonge), hasta su estrellato, todo ello en medio de una revolución cultural y política que llevó a la pérdida de la inocencia en Estados Unidos.
Aunque resulta realmente sorprendente ver al cineasta australiano Baz Luhrmann enfrentarse a una biografía tan compleja como la de Elvis, no por ello resulta menos esperable que su cámara decidiera encuadrar la vida del artista, teniendo en cuenta que su filmografía enumera historias que escogen la brillantina de un pasado glorioso, o incluso mecen a sus personajes al son de unas bandas sonoras inolvidables. Era cuestión de tiempo que el director se encontrara cara a cara con un genio como este y, por suerte, ha sabido ponerse a su altura para rendirle el homenaje que se merece.
La película sigue a Elvis y repasa sus etapas más importantes: el comienzo de su carrera en 1955 hasta 1960 -que fue cuando tuvo que partir para realizar el servicio militar en Alemania-, y su espectacular regreso a los escenarios en 1968, recordando cómo fue el gran especial que barrió e hizo historia en la televisión y su espectáculo en Las Vegas. Sin embargo, Elvis no es un recorrido biográfico sin más, y lo que Luhrmann nos está mostrando es su visión más personal del músico y cómo se convirtió en una leyenda.
Para lograrlo, sumerge al espectador en una novela ilustrada, coloreando los primeros instantes en el que un jovencísimo Elvis se enamoró de la música y entró en éxtasis, y también dejando claro de qué fuente bebe toda su discografía: el rhythm and blues, el gospel y, en definitiva, un ritmo frenético que consigue que el cuerpo y las caderas se vuelvan incontrolables, y que se asociaba de forma despectiva con la población afroamericana.
De hecho, Elvis heredó de ellos sus rompedores movimientos -que escandalizaron a muchos- y junto a su talento sin igual y la influencia de artistas como B.B. King y el don con el que nació, fueron los que le encumbraron y le hicieron destacar entre otros artistas y estilos más convencionales.
Siguiendo el camino que Tom Parker nos señala -desde el principio nos interpela diciendo que él es el protagonista del relato- acabamos llegando hasta el rostro de la leyenda, el hombre al que cogería por banda y exprimiría hasta el final de sus días. Ese hombre fue el gran Elvis Presley, al que Austin Butler interpreta con la energía, la brillantina y el respeto que requiere el papel. Detrás del tupé y los kilos y kilos de gomina, el actor se dirige a nosotros y convierte al superhéroe en una persona de carne y hueso, regalándonos una interpretación llena de destellos, matices y mucha admiración.
Sin embargo, cuando se apagan las luces y las cámaras dejan de grabar, entra en acción el villano por excelencia, también conocido como el Coronel Parker, un maestro del ilusionismo y la manipulación que estuvo dispuesto a lo que sea con tal de cumplir sus propios objetivos, aunque esto supusiera llevarse por delante a aquel artista de Tennessee. En este papel también destaca la labor incuestionable de Tom Hanks, que sabe cómo ganarse al protagonista y al público con su interpretación detrás del maquillaje que casi le deja irreconocible.
La relación entre ambos es el pilar fundamental no solo de la película, sino también de la carrera del músico, que llega a definirse en un momento dado como un ave que no tiene patas. Ambos seres vivos se pasan la vida volando, sin llegar a posarse en ningún sitio, e incluso tienen que dormir en pleno vuelo. Ambos saben también que no pueden parar y que si lo hacen morirán en el intento.
El ritmo al que se somete el artista nos contamina y nos hace sentir incómodos y agotados como espectadores. Es un disfrute ver a Elvis haciendo lo que más le gusta y lo que hace feliz, pero al mismo tiempo, se convierte en un sufrimiento observar desde la barrera cómo tuvo que dejarlo todo atrás para responder a su público, o más bien, a los objetivos que le marcaba su mánager. Con ello tuvo que apartarse de Priscilla, una persona que, como aparece retratado en cada escena, quedó relegada a un segundo plano.
Una vez hemos visto el ascenso de la estrella del rock y su regreso a los escenarios después del parón, Luhrmann levanta la aguja del tocadiscos y, sin apenas dejar que los espectadores asimilen la exitosa carrera de Elvis, se atreve a bajar el volumen de la música. En medio de un contexto social y político muy complicado en Estados Unidos, el rey del rock tendría que dejar paso a Los Beatles y Los Rolling Stones, que mientras él se entretenía en rodar una película tras otra, sí que tenían claro el papel que desempeñaban en el mundo de la música.
Por suerte para sus fans, Elvis no tiró la toalla y aunque su carrera nunca volvió a ser la misma, decidió volver a los escenarios -y protagonizar un evento histórico de la televisión-.
Queda el broche final con el que el cineasta australiano despedirá al ídolo y la leyenda en este homenaje, dejándonos embobados una vez más con una carta de amor muy personal a la música, la ópera y la tragedia -tres esenciales en las películas de Luhrmann-. En el último acto, y tratando de estar en sintonía con este icono y con el despliegue musical y visual que le rodea, Austin Butler se entrega a su público una vez más y nos muestra los últimos grandes hits del ídolo del rock que, sin saberlo, acabaría encerrado en una jaula de oro.
Una vez que los focos se apagan, los micrófonos y los altavoces se desenchufan y el público se marcha, solo queda el ruido ensordecedor que deja el vacío y la tristeza. En Elvis, el gran villano parece haber ganado la guerra y la habitación del cantante se oscurece, se baja el telón y se anticipa la llegada del ocaso final. Sabemos cuál es el desenlace de esta historia.
Con 42 años, Elvis fallecía en 1977, pero antes de irse dijo que "sin una canción, el día nunca terminaría". Unos cuantos años después, Baz Luhrmann nos recuerda cómo termina en realidad esta frase y su historia, porque Elvis Presley, el rey del rock -y también el solista que más discos ha vendido en la historia-, prometió que "seguiría cantando" y así lo haría, hasta el día de hoy.
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