Con el estreno de Thor: Love and Thunder, el dios nórdico que ha lanzado la carrera de Chris Hemsworth pasa a ser el primer héroe del Universo Cinematográfico de Marvel que va más allá de la trilogía. La cuarta aventura de un personaje que llegó al cine de la mano de Kenneth Branagh es la mejor de todas sus películas en solitario gracias a la contagiosa energía y el hábil control del tono de un Taika Waititi que afila la fórmula después de la revitalizante pero histérica Thor: Ragnarok.
Kevin Feige se fijó en el director del falso documental Lo que hacemos en las sombras (la hilarante comedia neozelandesa que inspiró la estupenda serie de HBO Max) para darle una vuelta a las películas individuales de uno de los Vengadores originales, protagonista de una película de presentación tan apabullante en su escenografía como sosa en las formas y la secuela peor valorada por los fans de Marvel, Thor: El mundo oscuro.
Waititi hizo exactamente lo que se le había pedido: priorizar la comedia por encima de los aires de tragedia clásica, aligerar una interpretación del personaje que se había tomado muy en serio a sí mismo y darle el toque de personalidad en el guion y detrás de las cámaras que muchas veces se han echado de menos en las películas de Marvel. Quizás demasiado.
Ragnarok eran dos películas en sí misma: por un lado estaba la colorista y gamberra comedia de aventuras que lideraban Thor, Hulk y Valkiria, y por otro la historia del genocidio de un planeta con una desubicada (nunca lo hubiéramos creído) Cate Blanchett. A pesar de que el director había cumplido su función, era evidente que Thor: Ragnarok se hacía demasiada gracia a sí misma. Era una película tan interesante como finalmente fallida.
Cinco años después, el neozelandés se ha convertido en uno de los autores comerciales más respetados en Hollywood, hasta el punto de que Jojo Rabbit, su fábula sobre un niño que tiene a Adolf Hitler como su mejor amigo imaginario en plena Segunda Guerra Mundial, le dio un Oscar al mejor guion adaptado. La experiencia demuestra ser un grado en Thor: Love and Thunder, una película que juega de forma mucho más orgánica con los eclécticos y a menudo contradictorios ingredientes del cine de su autor
En la vigésimonovena entrega del Universo Cinematográfico Marvel en 15 años, el Dios del Trueno se lanza a la búsqueda de la paz interior, pero esta se ve amenazada cuando un asesino galáctico conocido como Gorr el Carnicero de Dioses que busca la extinción de los dioses llega el Nuevo Asgard. Thor una fuerzas con el Rey Valkiria, Korg y su exnovia Jane Foster, quien, para sorpresa de Thor, empuña inexplicablemente su martillo mágico, Mjolnir. Juntos, se embarcan en una aventura cósmica en la que tendrán que descubrir el misterio de la venganza del Carnicero de Dioses y detenerlo antes de que sea demasiado tarde.
Waititi es un cineasta reincidente y en su coctelera para su segunda película de Thor nos encontramos con una potencial receta para el desastre. En menos de dos horas (por fin una película comercial que no necesita arrastrarse hasta los ya rutinarios 150 minutos), el cineasta tiene que lidiar con el trauma de un Thor marcado por una serie de desengaños, el cáncer de Jane Foster, el reencuentro de una pareja con cuentas pendientes y el secuestro de los niños de Asgard a cargo de un villano obsesionado con acabar con la vida de los dioses de todo el universo.
Sorprendentemente, Love and Thunder sale mayormente airosa con una película que sabe hacer reír cuando lo pretende (el chiste recurrente de las cabras o la hilarante aparición de un par de estrellas de Hollywood) y emocionar cuando se centra en un personaje, Jane Foster, que había pasado sin pena ni gloria en las anteriores películas. Ni siquiera Natalie Portman parecía demasiado involucrada o interesada en ser el interés romántico del dios nórdico hasta esta adaptación al cine de una de las historias más potentes de los cómics, la Poderosa Thor. La ganadora del Oscar casi roba la película a un Chris Hemsworth que, definitivamente, está mucho más cómodo con la versión más desenfadada del personaje.
Christian Bale también se lo pasa en grande con una de sus raras concesiones a Hollywood. Su personaje es víctima de los límites formales de una película que tienen que poder ver los preadolescentes y en ocasiones se echa de menos ver en pantalla la supuesta sed de sangre del personaje. Afortunadamente, sus motivaciones son de las más interesantes de todo el UCM (nuestra relación con los dioses), un elemento que queda subrayado por un divertido cameo de Russell Crowe que abre el universo de Marvel a un nuevo mundo, los dioses clásicos. Un nuevo cambio de imagen del camaleónico actor y la habitual y visceral entrega de Bale hacen de Gorr uno de los mejores villanos en una saga que no va sobrado precisamente de ellos.
Waititi sigue siendo el primer fan de su trabajo (“me encanta la película”, reconocía a SERIES & MÁS repentinamente y sin venir realmente a cuento durante una entrevista), pero esta vez sí que tiene razones para presumir. Hace tan solo unos años nadie hubiera apostado porque, después de cuatro películas, seguiríamos interesados en un personaje que había nacido agotado. Buen trabajo.
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