Tár funciona como un estudio de personaje, un thriller psicológico, un descenso a la locura, un comentario social e, incluso, como una historia de fantasmas. La película de Todd Field, protagonizada por una espectacular Cate Blanchett (que está presente en todas las escenas de los más de 150 minutos de metraje), es una sinfonía sobre el ego, las dinámicas de poder y el abuso de quienes lo ostentan que reta al espectador, mientras cuestiona la figura del genio encumbrado.
Lydia Tár (Blanchett) es la primera mujer que ha dirigido una de las orquestas más importantes del mundo, la Filarmónica de Berlín. Un hito que encabeza una extensa lista de logros académicos y profesionales que el periodista que la presenta tarda cuatro minutos en leer. Entre sus proyectos, la grabación en directo de la Quinta Sinfonía de Mahler (la única que le falta para completar lo que en su círculo equivaldría a un Grand Slam, o al EGOT que ya posee) y la publicación de sus memorias, tituladas, como no podía ser de otra forma, Tár según Tár.
En esa, su escena de presentación, Tár se comporta como una persona que tiene el control absoluto sobre su persona pública y la imagen que proyecta. Habla con un aire performativo de autoridad, segura de sí misma, con elocuencia, erudición, y es en efecto, un director de orquesta que controla el tiempo, el tono, la cadencia y los silencios de la conversación.
Por si esa introducción no fuera suficiente para comprender las dimensiones del ego de Lydia Tar, unos minutos más tarde la seguimos en un majestuoso y largo plano secuencia en una masterclass en la Escuela Juilliard, un recinto en el que somos testigos en tiempo real de su innegable carisma. También de su profunda arrogancia, cuando no tiene ningún reparo en demostrar su superioridad frente a un alumno, sino la necesidad pisotear su aparente inexperiencia
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Este ejercicio puede ser leído como una crítica a la cultura de la cancelación, pero es, sobre todo, una muestra de las muchas contradicciones del genio y figura de Tár. Cuando entramos en la historia sabemos lo lejos y alto que ha llegado en un mundo hegemónicamente masculino, pero a diferencia de sus logros, los sacrificios que haya tenido que hacer para llegar hasta ahí nunca son enumerados.
Lo que sí sabemos es que una vez rompió el techo de cristal renunció rápidamente a los esfuerzos por dejar una escalera por la que pudieran subir las que venían detrás, y ahora desea que la beca que fundó para futuras aspirantes a directoras de orquesta abra sus puertas a los varones.
Quizá porque no quiere que la sigan viendo como "la primera mujer", sino como un gran director de orquesta, insiste en que se le llame maestro y no maestra, como una Lady Macbeth que clama "unsex me here". Pero tal vez sea para evitar seguir sucumbiendo a sus instintos depredadores con las jóvenes aspirantes después de la deriva de su última relación. Un fantasma que está presente durante toda la película y que se convertirá en su perdición.
Hay un momento de la película en el que el retrato de personaje se convierte en una experiencia subjetiva que es por momentos thriller y en otros un relato de terror psicológico. Un viaje que lleva a su protagonista a un descenso al abismo de sus errores, la culpa, el miedo y una venganza poética que se gesta en su contra por las razones equivocadas, pero no por ello inmerecidas. Y que, irónicamente, podría haber evitado si no hubiese querido demostrar que alguien estaba equivocado. Lydia Tár orquesta su propia destrucción.