Corre el año 1923 en una isla costera del oeste de Irlanda cuando conocemos a Pádraic en Almas en pena de Inisherin. El personaje de Colin Farrell es un hombre ingenuo y de buen corazón que está contento con su vida anodina junto a su hermana, cuidando de su burrita Jenny, y quedando con su mejor amigo Colm (Brendan Gleeson) todos los días a las 2 de la tarde en el único bar del lugar.
Pero el día que lo conocemos algo rompe la tranquila rutina de Pádraic. Cuando pasa a buscar a su amigo como cada tarde, este le ignora. Más tarde se disculpará con Colm asumiendo que ha dicho o hecho algo que le ha molestado, y entonces descubrirá que su amigo ya no quiere hablar con él. Sin más. "No me has hecho nada. Simplemente ya no me gustas".
El cambio repentino y radical de su amigo desconcierta a Pádraic, que le echa muchísimo de menos, y no acaba de entender por qué le ignora. Ante su insistencia, Colm le da una razón. Dice que no quiere perder más el tiempo escuchándole hablar de tonterías, que quiere dejar alguna huella en este mundo y componer una canción para que le recuerden cuando ya no esté. Sin embargo, más adelante, le amenazará con autolesionarse de forma demencial y contradictoria, pues le impediría cumplir el objetivo al que dice aspirar.
El entorno en el que viven es idílico y así lo captura la fotografía de Ben Davis. Una tierra verde con unos paisajes espectaculares y un ambiente sereno que solo es perturbado de forma incidental por los sonidos de bombas que llegan desde la otra orilla, donde la guerra civil irlandesa está a punto de llegar a su fin.
Una guerra que a nadie en la isla parece interesarle lo más mínimo y de la que ya han olvidado, o nunca han comprendido, cuáles son los bandos y qué quiere cada uno. Porque hasta hace poco los que hoy se enfrentan entre sí luchaban juntos contra un enemigo común. Como Pádriac y Colm, "todo estaba bien ayer".
Las vidas de sus habitantes son rutinarias. Después de todo, no hay mucho qué hacer. Y ese automatismo que para unos es sinónimo de estabilidad y seguridad, para otros, es una sensación de inercia que corroe el alma, un vacío existencial que hace que se pregunten qué sentido tiene estar en esta tierra cuando se enfrentan a su propia mortalidad.
Esa depresión parece haberse apoderado de Colm, a quien el cura del pueblo le pregunta cada domingo en el confesionario qué tal lleva la desolación. "No muy bien", responde, asegurando que no va a hacer nada al respecto. Es decir, que no va a cometer un pecado que le impida la entrada al reino de los cielos.
Como hombre de su época, es incapaz de expresarle estos sentimientos a su amigo, por lo que elige condenarle al ostracismo y lo hace sentir responsable de su potencial desperdiciado, degradándolo por ser un hombre sencillo, por ser bondadoso por naturaleza.
Ambos se rigen por los límites de su condición social y del lugar y el momento en el que viven. Unos márgenes que los deja a la deriva en un mar de amargas recriminaciones, remordimientos y sentimientos que no pueden poner en palabras. Y, sin embargo, en otros momentos de gran ternura, Colm no puede resistir el instinto de proteger a su amigo de las agresiones de terceros, porque es su amigo y lo quiere.
Bajo el barniz de vida rural sencilla del guion de McDonagh (Escondidos en Brujas, Tres anuncios a las afueras), se esconde una exploración compleja de la masculinidad. No solo a través de los protagonistas, también de los secundarios, como Dominic y los varios tipos de abuso que sufre por parte de su padre.
Contada así parece que Almas en pena de Inisherin es una crónica de vidas miserables que embarca al espectador en un viaje amargo, pero sabed que no es así. McDonagh tiene un gran talento para escribir diálogos memorables en los que la comedia negra se cuela por las ventanas y aligera el relato. Esta es una historia compasiva con su mundo y los personajes que lo habitan, y le permite a algunos, como Siobban -interpretada por una magnífica Kerry Condon (justa nominada al Oscar con sus tres compañeros de reparto)- escribir su propia historia.
Sin embargo, como el lamento premonitorio de una banshee, hay algo que será inevitable. En la guerra civil entre los antiguos amigos, como en todas las guerras, habrá inocentes que serán efectos colaterales, se abrirán heridas que nunca sanarán y se forjará una desesperanza para la que no hay cura. La mayor tragedia es que uno de ellos sacrificará lo que lo hacía especial solo para convertirse en otra alma en pena de Inisherin.