"¿Cuánto tiempo me queda?", pregunta la protagonista en una de las secuencias de Los hijos de otros, la nueva película de Rebecca Zlotowski. Aunque podría parecerlo en un principio, Rachel (Virginie Efira) no está preguntando sobre su propia vida, sino sobre el tiempo que le queda para concebir un hijo, uno de los temas centrales del filme.
En él se narra lo que le ocurre a Rachel, una mujer de 40 años que adora la vida que tiene. Un día se enamora de Ali (Roschdy Zem) y el mundo que conocía cambia radicalmente, porque con él llega a su vida Leila, su hija de 4 años. Rachel se encariña de ella y la cuida como su fuera su propia hija, porque amar a los hijos de otras personas es un riesgo que vale la pena correr.
Los hijos de otros llegó a los cines españoles la semana pasada, un drama romántico que, como gran parte de la filmografía de Zlotowski, se atreve a cuestionar y derribar algunos de los constructos sociales y los clichés más arraigados en la sociedad. En este caso, se atreve a aportar una visión deconstruida sobre la maternidad y el reloj biológico, dos de los pesos pesados que condicionan la vida de muchas mujeres.
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Diferente a otras comedias románticas
Protagonizada por la mejor versión de Virginie Efira, Los hijos de otros se sumerge en el mundo de Rachel Friedmann, una profesora de secundaria. Un día conoce a Ali, del que se enamora, y como consecuencia se convierte en la madrastra de Leila (Callie Ferreira-Gonvales).
El amor por la música y las clases de guitarra serán el nexo de unión entre los personajes y pronto surge la química entre ambos y conectan con el espectador -que se eleva incluso más gracias al guion de Zlotowski-. Todo lo que les ocurre es genuino y se siente natural, porque la directora ha conseguido apartar las convenciones más rígidas del género o géneros a los que pertenece la película.
De hecho, los que acudan al largometraje buscando una comedia romántica encontrarán algo muy diferente. No hay encuentros fortuitos en los que se para el tiempo, ni se obstaculiza a los personajes en su búsqueda de la felicidad, y mucho menos hay una recompensa emocional que justifique el sufrimiento momentáneo al que se someten los protagonistas.
Los hijos de otros va mucho más allá de cualquiera de estos tropos narrativos, limitándose a contar lo que les ocurre a Ali y Rachel, que se preocupan por encontrar la mejor forma de quererse mientras intentan adaptarse al rechazo inicial de Leila. Y todo ello con la ayuda de Alice (Chiara Mastroianni), que aunque sea la expareja de Ali, no cae en el prototipo de madre que compite con la "nueva madre" de su hija y permite que Rachel forme parte de su vida.
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Intrusa en la familia
Desde el primer momento queda claro que Rachel no será la madre biológica de Leila y su papel en la familia parecerá incluso intrusivo. La directora lo expresa así a través de la cámara, con planos elevados que harán que el espectador se ponga en la piel de la protagonista, sintiéndose como un invasor de una familia que ya se había formado antes de que llegara.
Rachel parece estar satisfecha con la vida que tiene, pero le cuesta conectar con Leila, que no termina de comprender la razón por la que ha aparecido en su vida y por qué se comporta como su madre sin serlo realmente. Sin embargo, casi sin querer y mediante pequeños detalles, el vínculo acaba surgiendo entre ambas.
A partir de este momento y una vez se asienta el amor dentro de este núcleo familiar poco convencional, Zlotowski le recuerda al espectador que este sentimiento puede ser muy frágil y puede romperse en mil pedazos. Y que, en ocasiones, las personas que más nos quieren son las que más poder tienen para hacernos daño, aunque lo hagan sin querer.
Una mirada sensible y que no juzga
Entre todas las cosas que podrían destacarse de Los hijos de otros, una de las que más llaman la atención es la forma en la que Zlotowski sitúa su mirada para narrar, porque sabe escoger el lugar adecuado desde el que plasmar cada escena en pantalla, incluyendo las que abarcan el sutil final del filme, que impacta por su realismo y cercanía.
El quinto largometraje de la cineasta francesa vuelve a poner el foco en lo poco convencional y poco normativo, adoptando una visión diferente, sensible y necesaria sobre la maternidad, especialmente en un momento en el que sigue siendo un factor determinante en la vida de muchas mujeres.
A través de un gusto cinematográfico muy propio, la directora hace uso de su visión más personal para cuestionar el papel que ejerce este tema, capaz incluso de convertirse en una casilla que todas las mujeres se sienten obligadas a tachar para poder justificar su propia definición e incluso su existencia dentro de la sociedad.
Después de ver Los hijos de otros, queda claro que sigue siendo necesario contar historias como la de Rachel, una mujer que trata de convivir con la presión que ejerce el reloj biológico y que vive la maternidad como puede, ya que su forma de vivirla también es válida.