Una de las cosas que pueden tener en común los superhéroes -sean del universo cinematográfico que sean- es que muchos de ellos suelen tener un pasado trágico. Y llaman la atención casos como el de Batman, que perdió a sus padres cuando era pequeño, o el de Flash, que también tuvo que despedirse de su madre en circunstancias muy desagradables. Gran parte de su pasado se abordará en Flash, la película que protagoniza este último héroe y que se estrena en cines el 16 de junio tras una espera que parecía interminable.

De hecho, la historia de Barry Allen (Ezra Miller), el alter ego del rapidísimo superhéroe Flash, es igual de triste que la de Batman, y será durante su primera incursión en la gran pantalla donde se recordará por qué se empeña en vivir anclado a sus acciones del pasado en lugar de pasar página con ayuda de terapia.

En uno de los flashbacks del largometraje dirigido por Andy Muschietti, se muestra el momento en el que su madre (Maribel Verdú) fue asesinada casi delante de él. Al no haber testigos y un único sospechoso, su padre (Ron Livingston) acaba en la cárcel, y Barry termina quedándose solo, de forma irremediable.

Sin embargo, consigue apañárselas y no sólo trabaja como químico forense, sino que es capaz de compaginar una doble vida y salvar al mundo cuando se pone el traje de héroe. Con lo que no contaba es con poder viajar atrás en el tiempo y descubrir que existe la posibilidad de salvar a sus padres, incluso aunque esto le lleve a acabar con todo lo demás.

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Aunque pueda parecer que se sostiene sobre algo más, en realidad, el disfrute de Flash depende de varios elementos fundamentales, que son los que soportan como pueden un lastre como el de tener a Ezra Miller como protagonista -y que además sea por partida doble-.

Resulta muy complicado de por sí separar a la obra de su autor, pero la tarea se vuelve incluso más complicada cuando la condiciona alguien como Miller, que ha tenido que disculparse casi de manera forzada por sus comportamientos delictivos fuera del set, y que asiente cuando se la versión de Batman de Ben Affleck le recomienda que “no deje que la tragedia le defina”.

Tampoco ayuda verle en pantalla duplicado y viajando por un multiverso que descuida en ocasiones los efectos especiales, y que además no deja de ser un concepto que muy manido tanto dentro como fuera del mundo de los superhéroes y la ciencia ficción.

Aun así, Warner Bros quiso respaldar un proyecto que lleva otros nombres además del suyo, tratando de amortizar los 200 millones de dólares que había invertido en él y sabiendo aguardar con paciencia al estreno de una película que podría compensar cualquier habladuría y cambios de agenda.

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De hecho, si por algo más logra destacar Flash es por su manera tan inteligente de explorar y potenciar su lado emocional y hacer de él la verdadera -y sorprendente- base de esta historia. Será el dolor que comparte con Batman (Michael Keaton) -e incluso con Supergirl (Sasha Calle)- el que acabará removiendo el alma de la película y también apelará directamente al espectador. Por mucho que lo intente, no puede desvincular su pasado de la persona en la que se ha convertido.

Por último, para todos los que renieguen de encontrarse al polémico Ezra Miller en pantalla grande durante dos horas y media, otro buen aliciente podría ser la gran cantidad de cameos y referencias que se incluyen en Flash, o simplemente dejarse llevar por la nostalgia y admirar la emoción con la que Keaton vuelve a ponerse el traje de Batman una vez más a sus 71 años.

Con sus más y sus menos, Flash no deja de ser un regreso a lo grande del héroe de traje escarlata -y que no pasará desapercibido como la olvidable ¡Shazam! 2-. Ha causado muchos dolores de cabeza al estudio y aunque es posible que estos perjudiquen a la película a largo plazo, seguirá enmarcada como un imponente paso previo a la larga y prometedora nueva vida que le espera al universo DC.