En 2011 el cine español se quedó con la boca abierta con una ópera prima que buceaba en uno de los géneros más olvidados por nuestra industria, la ciencia ficción. La película se llamaba Eva, y detrás estaba Kike Maíllo, un realizador con las cosas muy claras, formado en la ESCAC, y que todos etiquetaron como una de esas jóvenes promesas a tener en cuenta. El director tardó cinco años en realizar su segunda obra, Toro, un thriller adrenalítico que mezclaba el imaginario cañí con los neones de Nicolas Winding Refn. Desde entonces el cine esperaba con ganas su nueva obra.
Varios proyectos anunciados y luego paralizados, spots publicitarios y algún episodio de series han sido todo lo que hemos visto desde entonces… hasta ahora, cuando llega su tercera película. Lo hace directamente en Filmin, saltándose las salas ante la situación provocada por el coronavirus. Su nueva obra es la adaptación de Cosmética del enemigo, el libro de Amélie Nothomb que fascinó a medio mundo. Un duelo dialéctico lleno de violencia y giros y que rodó justo antes del confinamiento.
Maíllo cuenta a este medio que no es que haya estado sin hacer nada, pero que “levantar películas en nuestro país es muy difícil, o al menos ir más allá de la primera”.
“España favorece mucho la entrada de nuevas directoras y directores, pero lo costoso es mantenerse. Hacer una tercera peli es un hito. Esta, al ser una coproducción internacional, añade las incidencias de la financiación europea… Pero al final, lo importante, es encontrar un buen material que te guste y tirar con él, pero es verdad que hasta ahora no habíamos dado con la tecla”, añade.
Sus ciclos entre obras son largos. Desde que surge la idea hasta que se estrena suelen pasar cuatro años, y tampoco le puede la ansiedad por rodar. Por eso esperó hasta que llegó esta novela. “La leímos mi socio, Toni Carrizosa, y yo hace seis o siete años y nos gustó mucho. Había algo en ese combate dialéctico entre extraños. Nos gustó por cómo confronta el punto de vista estándar, que es el políticamente correcto, el que discrimina lo que está bien o está mal. Y enfrenta a eso a alguien que es una sociópata, que está fuera de las normas, liberada… ese diálogo nos enamoró y peleamos por los derechos, que entonces los tenía otra productora”, rememora de los orígenes de Cosmética del enemigo.
Una novela que es puro diálogo, y que en la pantalla se convirtió en “un baile” con la cámara y en un reto para evitar teatralizar la puesta en escena. Un viaje a una psique torturada con un personaje y una actriz para el recuerdo, el de Texel Textor que interpreta Athena Strates y que ha enamorado hasta a Francis Ford Coppola. Maíllo explica cómo llegó el halago del director de El Padrino. “Resulta que Tomasz Kot, el protagonista, estaba haciendo pruebas para uno de sus próximos proyectos, y quería ver cómo funcionaba en inglés, y lo único que había hecho era mi película, así que la vio y dijo eso sobre ella”, apunta.
A partir de nuestro pasado conformamos esas historias, y por eso siempre los libros son mejores que las películas, porque de antemano hay un compromiso del lector
Athena Strates llegó con su mezcla de nacionalidades. De madre sudafricana, hija de holandesa y de un griego y con el inglés como lengua materna, les dejó sin palabras e hizo “que primara lo artístico por encima de lo económico”. De hecho, el personaje es un hombre en la novela, pero ellos le cambiaron de género porque “dinamizaba toda la película”, ampliando “el contraste entre ellos y con esa tensión paterno filial latente”.
En Cosmética del enemigo, más allá de ese duelo verbal que se torna en violento, hay una reflexión sobre el poder de la palabra y de contar historias: “Sí, lo que hace el personaje de ella es abrir la mente del oyente. Cuando nos cuentan historias somos nosotros quienes las recreamos, y lo hacemos con nuestros ingredientes, con nuestras mujeres y hombres. A partir de nuestro pasado conformamos esas historias, y por eso siempre los libros son mejores que las películas, porque de antemano hay un compromiso del lector y eso siempre va a ser más disfrutable en la literatura”.
Una película que en su giro final esconde también una mirada a la violencia contra las mujeres. Se presentó en Sitges, la única vez que se vio en pantalla grande y donde el director supo que lo que venía sería peor, aunque espere que “ese proceso de abandono de las salas que la pandemia ha acelerado” no se consume, aunque cree que al cinéfilo se le manda el mensaje de que no hay películas de estreno, aunque él asegura estar contento de haber encontrado en Filmin la forma de que su película se pueda ver.
Ahora ha dirigido para Netflix la serie Alma, creada por Sergio G. Sánchez, el guionista de El orfanato, y tiene “varios proyectos de series en marcha a ver si cuajan” en un momento en el que “las plataformas están apostando por el castellano porque saben que viaja fácil por una cuestión de calidad y del idioma”. Lo que sigue parado es su incursión en Hollywood con Love is a gun, que está “súper parada”. Él sigue luchando por ella y por poder traer a España el cine de ciencia ficción que sigue persiguiendo y que le auparon a la fama.
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