Crítica: 'Capone', la clase magistral de Tom Hardy de cómo sobreactuar en cada plano
Filmin estrena 'Capone', la personal visión de Josh Trank sobre el final del criminal, que se ve lastrada por la interpretación excesiva e histriónica del actor.
15 abril, 2021 01:03Noticias relacionadas
Hay directores que parecen sometidos a una extraña maldición. Como si su casa se asentara sobre un cementerio indio que les somete para que todo les salga mal. Josh Trank es uno de ellos. Tras su prometedor debut con Chronicle, oscura visión de las películas de superhéroes, todo hacía indicar que sería uno de esos realizadores destinados a hacer cosas importantes. De los que fichan para grandes producciones para dotarlas de una personalidad que muchas veces no tienen.
La idea era esa, de hecho fue el elegido para el reboot de Los cuatro fantásticos, que en su mano prometía ser una obra más oscura y adulta que las versiones anteriores. El resultado fue desastroso. La crítica la masacró. La película era terrible y se embarcó en una pelea para decidir de quién era la culpa. Él mantuvo que la productora no le dejó realizar su visión y que la película llegó mutilada. Siendo un engendro que poco tenía que ver con lo que parecía. Un traspiés con el que se jugó parte de su prometedora carrera.
Además, se filtraba que la producción había sido un tormento. Discusiones con el guionista, con la productora, con un rodaje que comenzó sin tener un tercer acto definido… un caos. La campaña de promoción no fue mucho mejor y Los cuatro fantásticos se convirtió en un fracaso en taquilla. Todo había salido mal.
Su opción para salir de aquel pozo fue realizar una película sobre Al Capone. Exactamente sobre el último año de su vida, cuando tras salir de la cárcel se encerró en una mansión rodeado de su familia y de todos sus demonios internos con un estado de salud más que endeble. Y así nació este Capone que ahora se puede ver en Filmin y que parece que también fue mirado por un tuerto. La película se presentó y fue masacrada por la crítica y su estreno tendría que haber sido en cines en abril de 2020, cuando las salas cerraron por el coronavirus.
Capone quedó como una de esas películas malditas sin haberse estrenado. Y el morbo por verla parecía mayor. La pregunta es fácil, ¿es tan horrible como la pintaban? No. Nadie puede negar a Josh Trank su capacidad de riesgo, de intentar ofrecer otra mirada diferente, casi surrealista y alucinada. Con un señor que debería infundir miedo pero sólo le vemos cagándose en los pantalones mientras fantasea con arrebatos violentos y salvajes.
Una sombra de lo que fue que vive de recuerdos, de paranoias y de imaginaciones. Una casa que es su prisión y que, como ese cementerio indio, parece maldita y le arrastra en su locura. Un planteamiento inteligente y que desarrolla con un ritmo pausado pero que tiene un enemigo enorme, y es su actor principal. Tom Hardy como Capone es un agujero negro que devora la película, pero lo hace en el peor de los sentidos. Su interpretación es tan afectada, sobreactuada y cargante que hace que nadie pueda prestar atención a otra cosa.
Hardy da una lección magistral de sobre actuación, de pasarse de rosca en cada gesto. Está claro que Trank quiere reducir al absurdo a este criminal sanguinario, pero ya lo hace con las cosas que le ocurren en esa vejez, no hacía falta que se subrayara con una interpretación que parece sacada de una parodia del Saturday Night Live o de un Celebrity de Joaquín Reyes. No ayuda para nada el excesivo maquillaje, pero no radica ahí el problema. Radica en un actor que cree que gesticular a mil revoluciones por minuto es sinónimo de intensidad.
Hay escenas que uno no puede creer -y ahí el problema también es de Trank, que en su tendencia al delirio crea imágenes que pasan del surrealismo al ridículo, como en la que Capone tirotea a un grupo con un pañal mientras sostiene una zanahoria en vez de un puro-. Temblores de labios, toses, un acento italiano forzado, un cuerpo que se arrastra como cuando alguien imita a un viejo, ojos fuera de órbita… Un elogio a la exageración, al descontrol. Una decisión llevada al límite y que acaba lastrando a la película que acaba convirtiéndose en una comedia involuntaria por este despiporre.
A Hardy ya le había pasado algo parecido en Venom, que nadie podía asegurar a ciencia cierta si era una comedia o un filme oscuro, y era porque nadie podía descodificar su interpretación. Aquí multiplica su histrionismo y sepulta una película interesante y a un director que disfruta del riesgo y que necesita resarcirse.
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