Este fin de semana se celebrará la final de una nueva edición de Eurovisión, pero ¿cuántas personas podrían recordar al menos cuatro ganadores de las últimas quince galas del festival? Apuesto a que sólo los muy fans del evento. Lo que realmente queda grabado en la retina de los espectadores son aquellos momentazos que se salen de lo normal. Sí, también de vez en cuando surge algún temazo que perdura, pero son aquellos flashzaos, como la equivocación de Azúcar Moreno, los que al final todos recordarán.
Nos hemos acostumbrado a que Eurovisión sea un festival blanco, inocente y sin mácula. Canciones bienintencionadas que hablan de amor, de fiesta, o de los innumerables tropos que pueblan las canciones de radio fórmula. No hay detrás de sus canciones ideas, políticas o mensajes. Arte inofensivo. No es casualidad. Hablar de temas espinosos no está bien visto en el certamen de la canción más popular del mundo. Por eso, la actuación del grupo Hatari en 2019 será recordado como uno de los momentos más importantes de la historia de la televisión y de Eurovisión.
Para aquellos que no se acuerden, Hatari era el grupo que representaba a Islandia en aquella edición. Una edición polémica, ya que tenía lugar en Tel Aviv, tras la victoria de Israel el año anterior. Hubo muchas peticiones de boicot, e incluso se pidió a participantes que no acudieran. Pero… el show debe continuar. Eurovisión siguió adelante con la máxima de que hablar del asunto palestino era tabú. No podía haber ni rastro. Y allí legaron estos jóvenes andróginos islandeses, con su rock y su look sado maso, que aprovecharon para sacar una bandera palestina cuando la cámara les enfocó en las votaciones.
¿Un gesto provocador? No, más que eso. Aquello fue el mayor troleo político de la historia de Eurovisión. Un momento para la historia que no fue nada casual, sino el resultado de una performance activista y artística que se fraguó mucho antes. Así lo cuenta el documental A song called Hate, que Filmin estrenará el próximo 20 de mayo y que en SERIES & MÁS ya hemos podido disfrutar. Una película dirigida por Anna Hildur Hildibrandsdottir que sigue al grupo desde que deciden presentarse a la preselección de su país. ¿Qué hacía un grupo anti capitalista en un sitio así? Bueno, según ellos hacer “algo que no se espera de nosotros”. Pero en el fondo había la necesidad de incendiar, de devolver a la música su naturaleza política.
A song called hate sigue su preselección, su elección, la ruta por Europa antes del concurso -con parada en Madrid donde incluso hablan con el participante de Israel-, y, por supuesto su mítica actuación y lo que vino después. Es el proceso de creación de su protesta, que no nació de forma esporádica, sino que siempre ha estado en su ADN. Ya en la previa calentaron invitando a Netanyahu a luchar en un combate de lucha libre en Islandia o declararon que “si Eurovisión no era un asunto político, entonces el partido Likud es una banda de pop y Netanyahu es su cantante principal”.
Su posicionamiento por Palestina y su denuncia de las barbaridades cometidas por el Gobierno de Israel les habían puesto en la picota. Se había pedido su expulsión, y creyeron que les podían domesticar, pero no es así. En el documental vemos cómo hablan con líderes palestinos, como Bashar Murad, un músico que nueve años antes intentó que Palestina entrara en Eurovisión. Su madre fue a la ceremonia con una bandera palestina. Se la quitaron y desde entonces la bandera palestina no puede entrar en la gala… ese fue el momento en el que en su cabeza algo hizo clic. Meter el emblema prohibido. La provocación máxima. Hacerlo, además, en Tel Aviv.
Hatari también explica por qué decidieron seguir adelante en vez de renunciar al concurso. Tienen claro que era “mejor criticar al gobierno israelí desde la discusión, desde el arte, que desde el boicot”. Para ellos era una oportunidad perfecta de que “sacar de la burbuja de Eurovisión a los 200 millones de espectadores” que siguen el festival cada año desde todo el mundo.
En su recorrido, el musical también acompaña al grupo en su visita a Israel. Allí visitan la Tumba de los Patriarcas y son testigos de cómo los palestinos no pueden ni siquiera entrar en ciertas calles, o cómo sus balcones deben estar protegidos con rejas para no ser atacados. Un documental que nace desde el momento en que Hatari va a Eurovisión y que muestra que detrás de todo había una intención política clara.
Es importante también que en A song called Hate haya testimonios tan poderosos como los de la primera ministra de Islandia, Katrín Jakobsdóttir, que defiende lo que hizo el grupo: “La política no es solo para políticos, es para todos, todos pueden expresar su opinión política, y los artistas especialmente tiene libertad para usar estrategias para que esas opiniones lleguen a la gente”. Así se zanja la polémica sobre la libertad de expresión en el arte, sin ambages.
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