Es el principio del final. Se han encargado de repetirlo hasta la saciedad, ese era el hashtag con el que HBO había bombardeado las redes, y el primer capítulo de la última temporada de Juego de Tronos se ha encargado de subrayar que esto se acaba. La serie que ha hecho historia, que se ha convertido en religión y que ha tenido a millones de personas madrugando un domingo en la época del streaming y del video on demand, ha comenzado a despedirse, y lo ha hecho regresando a la casilla de salida, como si fuera una partida de oca gafada.
A las tres de la mañana, con puntualidad británica -de allí es casi la totalidad del reparto- salía en pantalla el logo de HBO y los nervios estaban a flor de piel. Tras la imagen de la cadena, unos títulos de crédito que ya son historia de la televisión y una banda sonora que tararean hasta las abuelas. Para esta última temporada se han remozado y los engranajes muestran nuevos sitios, a la par que se congelan con la llegada del Rey de la Noche y los Caminantes Blancos. Estos, por cierto, no aparecieron en todo el capítulo, aunque hicieron un amago con el mayor golpe de efecto (con susto incluido) de un episodio que pone las piezas en su sitio y promete una traca que aquí sólo ha cargado la pólvora.
La casilla de salida era Invernalia. Allí es donde empezó todo. Donde vimos por primera vez a los Stark, donde aquí les vemos reencontrarse -a los pocos que han sobrevivido- y donde aprendimos que no hay que coger cariño a ningún personaje. De momento, Juego de Tronos ha dado un respiro, y todos han aguantado con el pescuezo en su sitio un episodio más, aunque la sensación de peligro es cada vez más latente.
El invierno está aquí -que así se llamaba este primer episodio- comienza con un niño que corre emocionado entre hordas de personas. Busca el mejor sitio, sube a un árbol y observa el espectáculo. Parece un guiño al propio espectador, que se ha quedado despierto hasta las tantas para asistir a un episodio sobrio, perfectamente ejecutado y que tiene la esencia de las primeras temporadas, aquellas en las que el ritmo era lento y no había que hacer concesiones efectistas en cada episodio.
Es verdad que estos 50 minutos saben a poco teniendo en cuenta que sólo quedan cinco capítulos para que todo termine y que aquí la trama ha avanzado más bien poco. Se atisba por donde irán los tiros, con Sansa y Daenerys peleando por llevar la voz cantante (mujeres al poder), Cersei pensando cómo deshacerse de todos y Daenerys y Jon tonteando por la nieve.
Eso sí, este reencuentro tuvo tres momentos muy deseados por todos los fans, pero que todos sabían que ocurrirían en este regreso: 1. Jon montando un dragón, una escena que ha tenido toda la épica que se esperaba de una serie que gasta 10 millones de dólares por episodio. 2. Jon enterándose que es el digno heredero al trono de hierro y, si hace bien las cuentas, dándose cuenta de que está liado con su tía; y 3. Jaime llegando a Invernalia y enfrentándose a su pasado, a un Bran al que hace siete temporadas tiró por una torre.
Un capítulo con ‘poca chicha’ a nivel argumental, pero con un poso que se echaba de menos. Las últimas temporadas no se tomaban tiempo para nada, todo era acción, batallas y giros. Juego de Tronos ha pisado el freno para demostrar que siguen siendo los que eran, y que se pueden permitir el lujo de regresar en su temporada final sin contar nada. El que muera por los spoilers puede estar tranquilo, porque tampoco hay mucho que destripar. Lo que viene promete ser espectacular, y la batalla que dicen que tendrá lugar en el tercer episodio empieza a tomar forma, pero en esta ocasión han regresado al pasado para celebrar el principio del final.
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