Las expectativas, casi siempre, sólo sirven para sentirse defraudados. Cuando algo viene hinchado, vendido como único e histórico, suele acabar quedándose a medias. Pasa en todo. También en el arte. Los responsables de Juego de Tronos, reacios a desvelar información de esta última temporada, sí que habían dejado algo claro: en el tercer episodio tendría lugar la batalla de Invernalia. La que enfrentaría a todo Poniente -excepto Cersei y algún esquirol más- contra un enemigo común, los Caminantes Blancos y su líder, el Rey de la Noche.
Por primera vez en mucho tiempo se puede decir que las expectativas eran merecidas. El tercer capítulo es un prodigio de épica, espectacularidad, emoción e inteligencia. Una experiencia casi física, extenuante y catártica. Una hora y quince minutos de la mejor televisión posible. De la muestra de que cuando se hacen las cosas bien el resultado no puede ser más impresionante.
Todos los caminos habían llevado a esta batalla, y en una decisión muy sabia, los dos primeros capítulos de esta temporada habían sido tranquilos y centrados en los personajes. Todos habían tenido su momento de gloria y se habían colocado las piezas para el ajedrez de este episodio. La calma sólo precedía la tormenta, y queda claro desde el minuto uno. No hay preámbulos, la guerra no espera, y aquí se va a saco.
Es muy complicado desarrollar un capítulo tan largo centrado sólo en una batalla, pero los responsables de la serie, con Miguel Sapochnik a la cabeza, han llenado el episodio de decisiones visuales y de guion consiguiendo otra vez un capítulo redondo. Sapochnik ya se había lucido con otro momento estelar en esta serie, La batalla de los bastardos, y esta le confirma como un director superdotado en este sentido.
El capítulo va reduciendo el escenario para poner contra las cuerdas a los personajes y al espectador hasta convertir su tramo final en algo agobiante y parecido al terror de supervivencia. La batalla comenzará en campo abierto, y se irá replegando hasta espacios cada vez más cerrados. Las empalizadas, las murallas, el patio interior y hasta las catacumbas. Todo acompañado de grandes elecciones estéticas. En un capítulo tan oscuro, la luz ha jugado un papel fundamental. La primera acometida, con un ejército envuelto en espadas con fuego que se apagan de repente en medio de la inmensidad es emocionante. Después se fundirá al blanco de la ventisca, para volver al naranja del fuego y luego al azul cuando el dragón del caminante blanco haga presencia.
Los fans de la serie vivirán varios momentos de tal epicidad que aplaudirán constantemente. Primero la batalla entre dragones, realmente conseguida y tensa. Si el paseo del primer episodio de Daenerys y Jon no estaba a la atura por sus visuales y ñoñez, aquí todo luce de maravilla. Ver a esas dos criaturas devorarse en medio del cielo es un espectáculo que sólo Juego de Tronos -y su presupuesto de infarto- puede conseguir.
Por supuesto, las muertes tenían que llegar, pero han sido menos de las esperadas. Eso sí, una de ellas hará que se salten las lágrimas a más de uno. Lyanna Mormont, uno de los personajes más breves y sin embargo queridos, tendrá un momento único. Esa mujer que gobierna sin temblar a pesar de su edad decidió estar en el campo de batalla, y hasta se enfrentará a alguien que mide 20 veces más que ella.
Sólo se puede poner una pega a este capítulo, y no es una menor. En Juego de Tronos se han acostumbrado a resolver muchas situaciones con deus ex machina (giros sorpresa o apariciones que salvan a todos en el último minuto). Aquí lo han vuelto a hacer saltándose la lógica que había imperado en todo el episodio. ¿De dónde sale Arya?, ¿cómo nadie la ve llegar? Los cinco minutos antes, con la música y todos los caminantes resucitando habían puesto los pelos de escarpias, y aunque como buen fan boy se disfruta muchísimo que sea ella la que tome las riendas, no deja de ser un as en la manga.
Esta batalla llega a España en un momento de resaca electoral, en el que casi todos los partidos se habían unido contra nuestros propios caminantes blancos. Por eso a lo mejor, tras saber los resultados, muchos han vivido Juego de Tronos como una experiencia mucho más íntima, y por eso esa frase de Arya, cuando le preguntan qué le dice al dios de la muerte y ella responde ‘Hoy no’, resuene con tanta fuerza. No era el día de morir, era el día de enfrentarse al terror. Juego de Tronos ha hecho historia, otra vez. Nuestro país, de momento, resiste.