Después de la tormenta siempre llega la calma. Lo dice todo el mundo, hasta Alejandro Sanz en su Corazón partío, pero en la vida real; y en Juego de Tronos, todo es más complicado de lo que parece. Aquí, cuando algo parece ir bien rápidamente se tuerce, y eso se ha demostrado en el cuarto capítulo de la última temporada, o mejor, el de después de la batalla de Invernalia. [CONTIENE SPOILERS]
Porque hay que reconocerlo, el anterior episodio fue de esos que marcan un antes y un después en la serie. Por épica, nivel de producción, espectacularidad e importancia en la historia, aquella guerra fue puro placer para los fans de la serie. Y si después de vencer al Rey de la Noche y su ejército de Caminantes Blancos parecía que venía lo más fácil, mejor pensemos de nuevo.
Creíamos que aquel zombie sin alma era el peor enemigo posible para los Siete Reinos, pero quizás no fuera así. En esa falta de raciocinio, de un interés o una finalidad radicaba su debilidad. Y por ello se demuestra en este capítulo de transición -que no lo es tanto- que la peor villana posible es Cersei, uno de los mejores personajes de la ficción que promete darnos grandes y sádicos momentos. Ella es una Lannister, y sus acciones las dirigen la ambición, la sed de venganza o la pura sociopatía.
Aunque muchos dirán que pasa poco (aunque en los últimos quince minuto veamos morir a un dragón y a la fiel consejera de Daenerys), este es uno de los capítulos que resumen la esencia de Juego de Tronos como serie eminentemente política. Lo decía Íñigo Errejón cuando comentó el regreso de la ficción en este periódico, aquí se habla sobre un clásico conflicto: quién debe regentar el poder, quién lo hace por legitimidad (de sangre, de posición), o quién se ha ganado esa legitimidad con sus actos.
Ese es el centro sobre el que girarán los dos capítulos que quedan (eso y matar a Cersei). La revelación sobre los padres de Jon le colocan por encima de Daenerys como heredero al trono de hierro. Él no lo quiere, pero todos le respetan, le guardan lealtad y hasta cae simpático. En el otro lado está ella, que ha estado siete temporadas liberando esclavos y rompiendo cadenas para que ahora se demuestre que a la hora de la verdad las uniones son débiles, y más cuando el poder está cerca.
La pelea de ambos es la pelea por el poder, y no lo neguemos, el poder es machista y heteropatriarcal, en nuestra sociedad y en Juego de Tronos. Aquí se explicita cuando Varys, el maestro de la información, deja claro que "por desgracia una verga es muy importante" cuando hablamos de poder.
La debilidad de los bandos es otra de las cuestiones políticas que se tratan en este cuarto episodio. De nada sirve ser la que tiene la única visión social y la única que piensa en el bien de sus súbditos si los que están a tu lado cuestionan tu poder. Porque para ejercer el poder hay que dar un poco de miedo, como también dice Tyrion en un episodio lleno de frases para hacer camisetas.
Daenrys ha visto como poco a poco la gente empieza a dudar de ella, también los que parecían más fieles, y de poco ayuda un estado mental que cada vez parece más frágil. El poder corrompe, y ella empieza a dar muestras de ello. Por primera vez vemos a una mujer que ansía reinar, y que es capaz de pedir a su amado que mienta para ello.
Los aliados han ganado la Gran Batalla, pero queda la última guerra, y no es sólo la que medirá a Cersei y su ejército de ballestas enormes, sino la que les enfrentará entre ellos, la que les haga elegir bando y posicionarse. Quedan dos episodios para ello, y los peones empiezan a moverse de forma inesperada. La pregunta sigue en el aire... ¿quién merece el Trono de Hierro?
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