El poder, la política, las alianzas, las legitimidades... todas estas doctrinas han constituido la columna vertebral de Juego de Tronos durante ocho temporadas y más de 70 capítulos. La trama principal ha girado siempre en torno a un asiento hecho de espadas de hierro y una corona, en determinar quién era la persona más óptima para ocuparlo, o la que reuniese un mayor ejército para tomarlo por la fuerza.
De cada episodio de la serie se han ido extrayendo diversas enseñanzas políticas y para la vida misma. Pero en este último capítulo, en el que ha predominado el consenso y el diálogo por encima de la sangre, han sido especialmente evidentes las primeras. Juego de Tronos se ha despedido clamando que los reyes ya no nacen, sino se hacen, se eligen entre los candidatos más aptos. [Ojo con los spoilers a partir de ahora].
Primus inter pares
Con Daenerys muerta y Jon Nieve de regreso al Norte, el trono, además de ser fundido por el fuego vomitado por una criatura que acababa de perder a su madre, quedó vacío. Los señores y señoras de las Casas de los Siete Reinos se reunieron en Pozo Dragón para determinar entonces quién debía ser el nuevo gobernante; y Tyrion Lannister no solo fue el encargado de defender las cualidades memorísticas de Bran el Tullido, sino también de impulsar un sistema más o menos democrático para ahorrarse "la crueldad y estupidez" de los herederos de los reyes.
Poniente pasa ahora a regirse por el principio de primus inter pares, literalmente, el primero entre iguales. Es decir, un sistema de gobierno que designa a un cabecilla entre los mismos de su condición o responsabilidad. El término tiene su origen en el Imperio romano, y enroca también con algunas estructuras medievales, como la de la monarquía visigoda. Ya no hay legitimidad de sangre o sucesión natural, sino que el monarca es elegido en base a sus méritos.
Es lo que comentaba Íñigio Errejón con este periódico mediada la temporada: "El trono está vacío, no le pertenece a nadie. Quien se siente en él es un inquilino, pero nunca lo posee. El poder no es de nadie, ni por nacimiento ni por origen ni por apellidos. Es un lugar vacío que se ocupa temporalmente".
Sufragio universal
Antes de elegir a Bran por unanimidad, Samwell Tarly lanzó una arriesgada propuesta: ¿por qué no darle la voz al pueblo para que decida quién le gobierna? Es decir, el sufragio universal. "Nosotros representamos a las grandes casas, pero a quien elegiremos, no solo regirá sobre señores y señoras. Tal vez la decisión sobre lo mejor para todos corresponda a todos", propone el nuevo maestre.
Su alternativa, por valiente, no deja de ser ingenua y utópica para la sociedad en la que se pretende implantar, acostumbrada a resolver todos los conflictos por las armas y la sangre y no por los votos. "Tal vez deberíamos dar voto a los perros también", "le preguntaré a mi caballo", le responden. Es un pequeño ejemplo ficticio que permite poner en valor la dificultad de haber logrado el sufragio universal, la democracia.
Alegato contra el nazismo
El reverendo Martin Niemöller, héroe alemán de la I Guerra Mundial y ferviente crítico del nazismo, es el autor de este poema que tradicionalmente se ha asociado al dramaturgo Bertolt Brecht: "Cuando los nazis se llevaron a los comunistas / no dije nada / porque no era comunista. / Cuando encarcelaron a los socialdemócratas / no dije nada / porque no era socialdemócrata. / Cuando se llevaron a los católicos / no protesté /porque no era católico. / Cuando vinieron a buscarme a mí / no había ya nadie / que pudiera protestar".
Este texto, comprendido como una crítica ante el comportamiento del pueblo alemán durante el Tercer Reich, fue parafraseado por Tyrion en el último episodio de Juego de Tronos en referencia a Daenerys: "Cuando asesinó a los esclavistas de Ástapor, seguro que solo se quejaron los esclavista. Al fin y al cabo, eran malvados. Cuando crucificó a cientos de nobles merinos, ¿quién iba a discutirlo? Eran malvados. ¿Y los khals dothrakis que quemó vivos? Le habrían hecho algo peor a ella. Allí por donde pasa, todos los malvados mueren, y la aclamamos por ello".
El enano Lannister le muestra a Jon Nieve su ceguera ante los crímenes que ha ido cometiendo la Madre de Dragones; y le señala la necesidad de frenar ese espíritu tiránico y de la justicia de las espadas y incineraciones antes de que sea demasiado tarde.
La antítesis en este capítulo es el discurso de Daenerys ante sus ejércitos, con una escenografía digna de escena de El triunfo de la voluntad de la cineasta nazi Leni Riefenstahl. "No bajaremos las lanzas hasta liberar a todos los pueblos del mundo. De Dorne a Invernalia; de Lannisport a Qarth... mujeres, hombres y niños han sufrido demasiado bajo la rueda", clama. Pero son, como certeramente señala Tyrion, liberaciones que adquieren los ingredientes de una conquista.
¿Son las intenciones de la reina puramente expansionistas? ¿Entroncan esas palabras con el concepto de Lebensraum o espacio vital alemán? "Solo un territorio suficientemente amplio, puede garantizar a un pueblo la libertad de su vida. (…) El movimiento nacionalsocialista tiene que imponerse la misión de subsanar la desproporción existente entre la densidad de nuestra población y la extensión de nuestra superficie territorial. (…) Y esta es la única acción que ante Dios y nuestra posteridad alemana puede justificar un sacrificio de sangre". Palabra de Hitler. Que cada lector saque sus conclusiones.
Deber y amor
La conversación entre Tyrion y Jon, antes del asesinato que todo cerró y todo abrió, es de lo más rico del capítulo, versando sobre otra dicotomía que siempre enfrenta al ser humano: el hacer lo correcto renunciando a los sentimientos, la ley por encima de la empatía. Jon Nieve ama a Daenerys, pero el éxito político de la reina supondría la instauración de una nueva tiranía, una catástrofe para el pueblo; el enano se lo explica a la perfección: o la matas tú o te ejecutará ella tarde o temprano.
"El amor es más poderoso que la razón. Todos lo sabemos. Mira a mi hermano", dice un Tyrion que acaba de hallar bajo los escombros a Jaime, fallecido al intentar rescatar a Cersei. "El amor es la muerte del deber", lanza el estadista Jon; a lo que el Lannister, siempre tan mordaz, añade: "Hay veces que el deber es la muerte del amor". Dicho y hecho.