Cuando leí Watchmen, la obra maestra de la novela gráfica de Alan Moore y Dave Gibbons, me voló la cabeza. ¿Cómo no había descubierto antes semejante maravilla? Los autores habían hecho una disección del mundo actual y de la historia reciente de EEUU hablando de superhéroes. Unos ‘vigilantes’ entre los que había fascistas, megalómanos, humanistas y feministas.
El cómic, el primero en entrar en la lista de las 100 mejores novelas en lengua inglesa del siglo XX según la revista Time, era también una radiografía del poder, de su abuso, y de lo que se puede llegar a realizar para controlar al pueblo. ¿Quién da permiso a los superhéroes para que nos controlen? O cómo decía una de sus frases más míticas: ¿quién vigila a los vigilantes?
A la densidad temática se unía una estructura narrativa compleja que jugaba con varias líneas temporales y que introducía el cómic que leía uno de los personajes como otra historia paralela. También la profundidad de personajes llenos de aristas como Rorschach, que actuaba como un Travis Bickle recién salido de Taxi Driver. Un personaje que creía que la ciudad había perdido su moralidad y que había que limpiarla, y que a pesar de ello es capaz de sacrificarse por ella. Un personaje fascinante e hipnótico en su concepción visual.
Wacthmen era adulta, violenta, sexual, una bomba de relojería que nadie se atrevía a adaptar a cine (también porque Alan Moore se oponía radicalmente). Para hacerlo sólo había dos opciones posibles. La fidelidad absoluta al texto original, como mostró Zack Snyder en su impecable adaptación cinematográfica de 2009, donde sólo quitaba Los relatos del navío negro y cambiaba la explicación del suceso final; o la irreverencia pura, coger el material original y mantener su espíritu para caminar hacia un sitio completamente diferente.
Esa es la apuesta que ha tomado Damon Lindelof, creador irregular que lo mismo hace el ridículo con Prometheus que sorprende una serie brillante como The Leftovers, y que le ha producido HBO, que ha puesto todo su músculo financiero para que la versión libre que propone brille en niveles de producción como debe hacerlo un producto de estas características con el que, además, intentarán captar a un público huérfano de Juego de Tronos.
Digámoslo ya. El resultado es hipnótico, apabullante, espectacular y sorprendente. Después de ver el primer episodio uno se siente abrumado por todas las buenas ideas (visuales, narrativas y temáticas) que aporta siendo infiel a la novela gráfica. Porque de Watchmen aquí queda la esencia, el espíritu, pero que nadie creo que va a ver una adaptación fiel o un remake porque se llevará la mayor decepción del año.
El Wacthmen de Lindelof se cuenta desde el presente y no en el 1985 de la obra, y vivimos en un mundo que ha vivido todos los sucesos que se cuentan en la novela de Moore y Gibbons. Por tanto, lo que vemos son sus secuelas, las cicatrices de un mundo mermado y donde la tensión, la violencia y el extremismo se ha hecho cada vez más fuerte. Esto ha provocado la creación de un grupo supremacista que visten la máscara de Rorschach y que ha provocado tal terror que ha hecho que la policía tenga que vestir máscaras para esconder su identidad. Algunos de ellos han ido customizándose hasta crear una nueva clase de esos superhéroes que el gobierno consideró una vez proscritos.
Una de las decisiones más radicales e interesantes es trasladar la acción de Nueva York a Tulsa Oklahoma, profundizando en lo que parece que será uno de los temas principales de la serie: el racismo. Para ello realiza un prólogo impresionante en el que se cuenta la masacre de Black Wall Street ocurrida en 1921 y en la que se asesinó a gran parte de la población negra de la ciudad. Un hecho real que fue borrado de la historia y que no se mencionó en los libros de texto hasta que en 1996 se creó una asamblea para investigar los hechos y que concluyó en 2001 aprobando acciones compensatorias para las víctimas y un parque memorial inaugurado en 2010.
Una sociedad que no aprende de sus errores y que no hace Memoria Histórica está condenada a repetir sus errores, y eso es lo que cuenta este primer episodio de Watchmen que cierra volviendo a aquella masacre con sus ecos en la actualidad y que cierra con uno (hay muchísimos) de los guiños más evidentes y brillantes a la obra original, esa gota de sangre que esta vez no cae en el 'Smiley' de El Comediante, sino en la estrella del Sheriff de la ciudad. Damon Lindelof, tiene usted toda mi atención.