¿Os acordáis cuando el éxito de Harry Potter y la primera película de Las crónicas de Narnia hicieron que Hollywood rebuscara entre todas las sagas literarias para chavales en busca de nuevos pelotazos? Puede que no, porque comenzaron a nacer como setas y la saturación hizo que la mayoría de ellas se estrellaran en taquilla. Con eso sacrificaron excelentes materias primas para construir sagas, pero la rapidez en sacarlas adelante hizo que los productos no estuvieran a la altura, se confundieran unos con otros y la gente se cansara rápido de ellos.
Una de las sagas que se murió por el camino fue la de La materia oscura, escrita por Phillip Pullman y que llegó con el nombre de su primera novela: La brújula dorada. Daniel Craig y Nicole Kidman no fueron suficientes para evitar el descalabro, crítico y de público. Era cuestión que alguien la rescatara en algún momento, y ha sido HBO quien lo ha hecho en forma de gran superproducción.
La cadena tiene asegurado el nicho de seriéfilos que buscan productos de calidad, y este año también ha clavado un éxito adolescente como Euphoria, pero tras el final de Juego de Tronos y mientras producen su precuela, necesitan un fenómeno de masas, y han tirado de los libros de Pullman para intentar encontrar otro pelotazo como el de las novelas de George R.R. Martin. Estas, además, no son tan oscuras ni radicales en su puesta en escena llena de sexo y violencia, por lo que se abren más a otro tipo de público.
Precisamente ese es el principal problema de La materia oscura, que se nota demasiado que está hecha para gustar a todos y especialmente a los niños. Es demasiado familiar, demasiado blanca, un Juego de Tronos para todos los públicos. Los jóvenes estarán encantados con esta versión, con este mundo paralelo y con estos animales charlatanes que les acompañan como guardianes y parecen sacados de Disney, pero después de Invernalia esto sabe a poco. No hay personajes tan carismáticos como Daenerys y Cersei y todo suena demasiado a fórmula matemática para tener audiencia. Uno esperaba de HBO -y más del guionista de la imprescindible The Virtues- algo más arriesgado y personal, y nos encontramos con otra brújula dorada.
Me siento viejo viendo La materia oscura, algo que no me pasa cuando reveo Harry Potter, en la que sigo encontrando magia y encanto. Aquí veo un producto de una factura perfecta que me aburre y que no termina de encontrar el ritmo (por mucho Tom Hooper que firme el episodio piloto). Quizás con 12 años estaría loco por esta serie, pero ahora prefiero otras emociones en las que depositar mi tiempo. También hay que ser justos, y el nivel de producción que luce esta serie es de órdago, el habitual de las producciones de BBC y HBO, pero aquí elevado a un mundo que requería inversión para que no pareciera una serie de baratillo.
Lo que uno nota es que la influencia de Juego de Tronos ha llegado hasta a las series familiares. Más allá de esa premisa inicial en la que unas letras anuncian que existen unas “salvajes tierras del norte donde las brujas murmuran una profecía” y que ya me recuerda a la finiquitada ficción, los títulos de crédito y la música que los acompañan son también herencia directa de los de Juego de Tronos, como si quisieran dejar muy claro que somos los mismos pero en otro tipo de producto.
Seguro que La materia oscura funciona, sus seguidores son millones y HBO al menos ha puesto dinero para que la cosa salga ‘decente’, pero no es suficiente y esto no es lo que yo le pido a la plataforma. No es para mí, y tampoco hace ningún esfuerzo para que sienta que lo es. Me quedo con Watchmen, una serie que dentro de su espectacularidad me rete y me lleve a sitios que no son habituales en las series.