La madrugada del 19 al 20 de mayo de 2019 será recordada por todos los fans de las series. Aquel día acababa Juego de Tronos. Palabras mayores. Cerraba el mayor fenómeno que ha vivido la televisión puede que en su historia. Nunca antes habíamos visto que una ficción provocara tal terremoto con cada temporada. Cada episodio era el tema del que había que hablar al día siguiente, y si uno no quería comerse los dichosos spoilers tenía que tener claro que había que madrugar mucho para ver el capítulo.
Aquella noche todo el mundo se quedó despierto o se levantó para ver cómo terminaba todo. Aquel episodio venía del más polémico de la serie, aquel en el que Daenerys se vengaba de todos y arrasaba una ciudad con sus ladrones antes de sentarse en el trono. Pero quedaba todavía un último cartucho, uno que decepcionó a casi todo el mundo. Un año después, aquel final sigue levantando iras cuando se menciona, pero el tiempo nos da claves para analizar por qué cabreó tanto a los fans.
Lo primero que hay que tener claro es que ocurriera lo que ocurriera muchos fans iban a sentirse traicionados. Daba igual lo que decidieran los guionistas. Es lo que tiene los fenómenos mundiales, que todo el mundo piensa que ellos lo hubieran hecho mejor. Los seriéfilos recordarán que esto ya ha ocurrido en varias ocasiones: quién no se metió con el final de Perdidos, muchos cuestionaron ese fundido a negro de Los Soprano, a pocos les convenció descubrir a la madre de Cómo conocí a vuestra madre… y así en muchas ocasiones. A veces se produce un extraño consenso, como con Friends o Breaking Bad, pero los éxitos recientes siempre han polarizado.
El último episodio de Juego de Tronos tiene una decisión arriesgada, que Jon asesine a Daenerys, pero el problema es que esos giros de los acontecimientos deberían haberse explicado en varios episodios. Es un arco dramático que había que haber explicado bien, y no lo hicieron. Los problemas de aquel final vienen de antes. Primero, por convertir a Daenerys en una loca en un momento. Podemos entender lo que nos quieren contar, pero hacerlo de una forma tan brusca sólo hace que parezca que ella está majareta y eso es un insulto a un personaje que tanto había significado (no sólo en la ficción, sino como símbolo y referente en la sociedad).
Tampoco se toman tiempo para ver como Jon Snow pierde la confianza y decide matarla por el bien de los siete reinos, coge una daga y se la clava. Los guionistas tenían un par de ideas y no supieron bien cómo desarrollarlas y acabó todo siendo precipitado. Y lo que estaba claro que no sabían era cómo continuar después. La primera mitad del episodio, con sus errores, tiene imágenes inolvidables, como ese dragón derritiendo el trono de hierro y llevándose a su dueña en volandas, pero una vez pasa se convirtió en un culebrón digno de las mejores parodias.
La reunión en la que todos deciden quién será el monarca parece unas tomas falsas con los actores en un descanso dando su opinión sobre quién es su favorito. Los motivos que esgrimen no están a la altura, y en una serie que ha sido ejemplo de juegos e intrigas políticas se esperaba un poco más de tensión y estrategia antes de acabar con Bran reinando para todos.
También quedó forzada esa última reunión con los nuevos gobernantes, donde quisieron usar el típico recurso de, da igual quién mande, todo seguirá igual. Juego de Tronos quiso hacer un Gatopardo y volvió a hacerlo rápido y mal. La segunda mitad de su episodio fue una serie de decisiones que parecían sólo querer rellenar el final y acabaron lastrándolo. De hecho, en esta última temporada se cometieron errores de producción que antes eran impensables. De repente la serie más cara se convirtió en carne de meme por vasos de Starbucks y botellas de agua que se colaban en el plano.
Pero Juego de Tronos venía decepcionando desde hace más tiempo, exactamente desde que perdió la brújula de los libros de George R.R. Martin. Cuando la ficción adelantó a la base literaria cayó. Seguía siendo una serie espectacular y tremendamente entretenida, pero sin el poso y la profundidad de antes. Lo que en las primeras temporadas se desarrollaba en tres capítulos, ahora se ventilaba en decisiones de cinco minutos. Todo se aligeró y convirtió en una buena serie lejos de la gran serie de la que nos enamoramos, y eso se acabó notando en su final.
No nos engañemos, fuera cual fuera el final nos hubiera decepcionado. En tiempos de Twitter, de redes sociales, y de confrontación, no era posible una conclusión que hubiera gustado a todos, y eso hay que aceptarlo. Quedémonos con todo lo que nos regaló antes y con que vivimos, en directo, un momento que quedó para la historia de la televisión.