¿Se imaginan que las primeras señales del apocalipsis estuvieran en un pueblecito de Segovia? Allí, con sus calles empedradas, sus viejas tomando el fresco, y su casita rural. El lugar menos pensado para que ocurran posesiones infernales, ouijas, asesinatos y se manifieste sectas que adoran a Judas Iscariote. Hollywood nos ha hecho creer que esas cosas sólo ocurren allí, pero Álex de la Iglesia tiene claro que nuestra idiosincrasia es tan propicia para lo sobrenatural como cualquier otra. Incluso más. En la mente del director, el anticristo nacía a la sombra de las torres Kio, y en su regreso al terror en forma de serie con 30 monedas, es Pedraza, el pueblo de Segovia, en el que un niño nace de una vaca anticipando todo lo que está por llegar.
De la mano de HBO se ha soltado el pelo. Más que de costumbre, y eso que la contención nunca ha sido algo que define su cine. En los ocho capítulos de 30 monedas hay hueco para todo. Cada episodio es un homenaje a los tropos que llenan el terror. Dobles malvados, posesiones infernales, ouijas, maldiciones, homenajes a Stephen King, su querido Lovecraft y hasta Chicho Ibáñez Serrador. Todo cabe en esta coctelera que parece un parque temático de Álex de la Iglesia.
Entre las callejuelas de Pedraza, con sus empresas cárnicas, su matanza y sus noches frías, coloca a unos personajes que sólo pueden estar en su universo, como ese cura boxeador que ha perdido la fe al que da vida Eduard Fernández. Es el héroe imposible de una serie que encuentra en sus secundarios a sus mejores bazas. Carmen Machi se come el primer episodio, y el villano al que se entrega Manolo Solo tiene momentos para aplaudir. Al lado de Eduard Fernández, Megan Montaner y Miguel Ángel Silvestre como alcalde con pocas luces y mucho sex appeal.
A 30 monedas le pasa lo mismo que a otras obras de su director, que tal batería de estímulos a veces resulta agotadora. El piloto tiene tal cantidad de conceptos, pasan tal cantidad de cosas y tiene un ritmo tan frenético que parece que estemos asistiendo al final de temporada en vez de a un episodio de presentación de trama y personajes. Pero cuando uno entra en la serie lo único que puede hacer es dejarse llevar y divertirse, porque lo va a disfrutar como un enano. Hay pocos directores con tantas buenas ideas y con una capacidad visual de plasmarlas de forma única. Cuánto más loca se vuelve, uno más disfruta.
Hacía falta que una productora diera la libertad a De la Iglesia de poder desarrollar todo lo que pasa por su cabeza sin cortapisas. HBO era la indicada. Se nota que hay carta blanca, y que no ha habido ninguna cortapisa. Hay violencia, alguna escena cercana al gore, monstruos, sangre, provocación -esa exposición de la Iglesia y el nazismo-. Qué gusto ver historias tan libres. 30 monedas es imperfecta, sí, pero es que si no lo fuera no sería tan divertida. Un director que no busca ser impoluto, sino que busca seguir sorprendiendo al espectador y seguir diviertiéndose rodando.
Ocho episodios de casi una hora que se pasan volando, y que dejan con ganas de más. De seguir viajando por la cabeza de De la Iglesia, por su terror cañí que mezcla a Lovecraft con Azcona y Berlanga. De momento el final indica que él quiere más… Nosotros también. 30 monedas es una muestra más de que la industria de la ficción española está más saludable que nunca. Ya no sólo hacemos dramas, comedias o procedimentales, sino que hasta el terror más lúdico y lúbrico tiene su hueco.