Russell T. Davies es una de las grandes figuras de la televisión moderna. Su Queer as folk fue una revolución que es historia de la ficción. Ha sido guionista de Doctor Who y de la excelente miniserie A Very English Scandal. Negar su importancia es imposible. Sin embargo, tengo la sensación de que también, precisamente por esos logros, se le perdona todo. Ya ocurrió con Years and Years, que desaprovechaba una premisa fantástica para realizar un melodrama que metía el dedo en el ojo. La visión distópica que tan bien anticipó eventos que pasarían después, prefirió ser This is us en vez equilibrar lo personal con lo político. Para él, al final, sólo era el escenario donde colocaba la historia de esta familia.
La sensación llega de nuevo con su nueva serie, It’s a sin, que llega este fin de semana a HBO y que relata la llegada del SIDA a la sociedad británica en los años 80 y la toma de conciencia y el desconocimiento del colectivo gay -un tema que ignoró por completo en Queer as Folk-. Una historia que ha asegurado que le toca de cerca. Quizás por ello, por el potencial del material y por lo personal del proyecto, uno esperaba que It’s a sin fuera más arriesgada, menos convencional y apostara por intentar ir más allá. No es una mala serie, es una serie convencional, que ya hemos visto y a la que le falta colmillo y punch político. No puedes contar esta historia sin contar todo el contexto socio político del momento. Y aquí se olvida. Todo se centra en las historias personales de sus protagonistas y cómo la liberación sexual se enfrenta a un enemigo del que los medios le culpan.
No apuesta tampoco por esa visión, cómo se demonizó al colectivo, cómo se les apartó y se les señaló. It’s a sin vuelve a irse por los derroteros del drama convencional que se alterna con secuencias optimistas y luminosas. Se ve con gusto, pero con la sensacion de que había material para más, para mucho más que para esta mirada tan naif y a medio gas. Quizás esa sensación se acrecienta por el recuerdo de una obra reciente como 120 latidos por minuto, capaz de emocionar pero también de ir más allá.
Hay ideas interesantes, como el cuarto episodio -el primero donde se muestra el activismo- donde vemos la obsesión por el cuidado ante el miedo al SIDA. El problema es que todo ello queda resuelto a brochazos, de la misma forma que describe a casi todos sus protagonistas. Sólo el Ritchie al que da vida Olly Alexander -el líder de Years and Years- tiene algo más de definición. Al resto no les llegamos a conocer. Vemos cómo pasan de relación en relación, sin profundizar en ninguno, tampoco en el personaje femenino, el primero que tiene conciencia del problema, pero al que no termina de desarrollar.
Los cinco episodios los dirige de forma algo perezosa Peter Hoar, aunque consigue algunos momentos interesantes, como esa entrada de Ritchie hablando a cámara en el club, o el montaje en paralelo con Los miserables en el teatro. Siempre usa los mismos recursos. Todo está acompañado de canciones de los 80, subrayando la época y las emociones; y todo se rueda con zooms in y zoom out, un recurso efectista y agotado. También cae en otro de los males actuales de las series, que apuestan por una mirada completamente libre del sexo, pero que, como todas, no se atreve a mostrar cuerpos que no sean normativos. No hay ‘polvo’ que no esté protagonizado por hombres de cuerpos atléticos. La diversidad de pasarela de la ficción debería empezar a ponerse en jaque.
A pesar de todo es una serie que se ve con agrado, quizás hasta de forma demasiado fácil con un tema que debería incomodar y remover más. Pude que fueran las expectativas, el tema… pero It’s a sin siempre se queda a medias.
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