Euphoria destacó desde el inicio por su propuesta estilística, y en su segunda temporada eso no ha cambiado, la serie de Sam Levinson sigue siendo excepcional a nivel técnico. Demostrar que no era puro artificio era el reto que tenía que superar en su año de estreno, y lo consiguió al dejarnos ver de dónde surgía la angustia existencial de sus personajes a través de sus complicadas historias familiares. Pero la verdadera muestra de que Euphoria es más que un portentoso envoltorio llegó con la meditación sobre la adicción de Rue del episodio especial rodado entre temporadas.
La escena con la que abre esta segunda entrega se centra en el origen de uno de los personajes secundarios, un recurso con el que seguiremos descubriendo piezas clave del pasado de los personajes que quedaron por explorar en la entrega anterior. Como pieza audiovisual con entidad propia la de apertura es un absoluto deleite. La maestría del personal homenaje a Scorsese de Levinson es tan apabullante, que quizá todo parezca por un momento un artificio técnico, pero la tristeza subyacente de estos jóvenes perdidos sigue siendo uno de los pilares narrativos. Amplía nuestra visión sobre los personajes, y despierta nuestra empatía, compasión o, simplemente, nos lleva a un punto de encuentro desde el que podemos intentar entender un poco mejor de dónde vienen.
El primer episodio introduce nuevos personajes y sienta las bases de lo que está por venir en los siguientes, abriendo las puertas a nuevas relaciones que ponen en marcha conflictos que explotarán por los aires como dinamita. Transcurre en la Nochevieja, unos días después de los especiales de Rue y Jules, y nos lleva de vuelta a la Euphoria que conocemos: tensa, angustiosa, oscura, pesimista, caótica emocionalmente, muy violenta y adrenalínica, por lo que nos sentimos en territorio familiar. Pero, sin abandonar su esencia y su estilo, en esta segunda entrega (de la que he podido ver siete episodios) la serie es mucho más madura, más decidida a explorar la realidad de la adicción de Rue y, por tanto, mucho más profunda.
Uno de los aspectos más notables de la serie es que siendo un drama protagonizado por adolescentes, su propuesta es muchísimo más audaz y transgresora en los temas de los que habla que la inmensa mayoría de los dramas considerados adultos. Euphoria no tiene miedo a visitar recovecos oscuros que otras ficciones ignoran y aunque, inevitablemente, nuestra sensación ante las decisiones que toman los personajes en la mayoría de los momentos es incómoda y sofocante, es porque sus intensas experiencias vitales también lo son.
Hacia la mitad de la temporada, hay un episodio centrado en Rue (esta entrega tendrá ocho) que será particularmente difícil de ver, porque nos muestra los retos de la triste y dura realidad que implica vivir con una persona adicta, algo en lo que la serie pone su foco esta temporada de forma necesaria. Es una hora de televisión de una intensidad desasosegante que nos recuerda qué es lo verdaderamente importante en esta historia vestida con purpurina y estilizados movimientos de cámara, con la que Zendaya deja sobre la mesa su carta de presentación para esta edición de los Emmy, en los que será de justicia que vuelva a llevarse la estatuilla.
Los nuevos episodios de Euphoria están disponibles los lunes en HBO Max.
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