No sé vosotros, pero yo no estoy preparada para el final de Succession. Sí, es mejor que acabe en su mejor momento y cuando todavía no acusa desgaste, pero es frustrante dejar ir al drama más divertido de la televisión, una serie que ofrece un placer que no proporciona ninguna otra, sin importar su presupuesto, valores de producción o ambiciones narrativas.
No estaba preparada cuando hace unos días su creador, Jesse Armstrong, confirmó que la cuarta temporada sería la última, y mucho menos aún lo estoy después de ver el espectacular episodio con el que regresa en su nueva entrega.
La vuelta es una entretenida hora de televisión que nos deja varias escenas memorables, tanto en la parte de la exquisita sátira como en la comedia fluida de sus diálogos y en otros momentos más íntimos. Esos que nos recuerdan que mientras los personajes especulan con cifras de dinero ridículamente astronómicas, nunca pueden escapar del drama de la falta de afecto de sus miserables vidas solitarias.
En una elección creativa que demuestra que no se ha dejado nada al azar en el diseño de esta etapa final, el episodio comienza de la misma manera que el primer episodio de la serie: con la celebración del cumpleaños de Logan, lo que hace inevitable que echemos la vista atrás y pensemos de cuántas formas han evolucionado las relaciones de poder entre los miembros de la familia Roy.
Desde la traición de mamá y papá (y Tom) a los hermanos Roy, hasta el momento en el que nos reencontramos con los personajes han pasado algunas semanas (quizá un par de meses) que han acentuado la división entre dos bandos, por un lado Logan y por el otro Shiv, Roman y Logan, cuya relación parece haber llegado a un punto irreconciliable.
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Aunque sus motivaciones sean variadas y equivocadas, especialmente, desde el punto de vista empresarial, es fuente de placer ver a los tres hermanos trabajando juntos. En ese marco, el clímax del episodio se produce en una reunión de negocios en la que se habla de miles de millones de dólares como quien decide si en la canasta del supermercado media o una docena de huevos.
Los únicos ganadores de esa guerra de pujas son los que ven revalorizados el precio de venta de su empresa por rencillas familiares ajenas. Es fuente de humor ver a la persona que representa sus intereses fingiendo pudor de forma cómica cuando dice que es desagradable hablar de cifras, para inmediatamente después sugerir cuáles son sus aspiraciones. "¿Eso es lo que vale?", le pregunta uno de los implicados a su asesor financiero. Su respuesta brilla como el oro: "vale lo que el mayor postor esté dispuesto a pagar". Una afirmación difícil de desmontar.
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Pero lo mejor del regreso de Succession se reserva para sus últimos minutos, con dos escenas que establecen un paralelo entre dos miembros de la familia Roy que siempre elegirán ser miserables en solitario antes que contemplar en la posibilidad de tragarse el orgullo.
Ambas son una prueba más de la maestría que tiene Armstrong y todo su equipo en el control del tono, la caligrafía narrativa y la elocuencia de lo que no se dice, en una serie que se caracteriza, precisamente, por la verborrea del más alto nivel. Sin entrar en más detalles, solo diré que la penúltima escena, en la que dos personajes hablan al final de la noche en una habitación, me conmovió hasta la lágrima porque es triste, hermosa y muy real.
Da rabia resignarse a dejar de disfrutar de episodios nuevos de Succession, pero si la temporada empieza con este nivel, todo apunta a que se despedirá en lo más alto.
La cuarta temporada de 'Succession' se estrena el 27 de marzo en HBO Max.