Cuando el primer episodio de The Idol llegó a nuestras pantallas veníamos predispuestos por todo un bagaje de información que es imposible desaprender: la salida de Amy Seimetz porque tenía una "perspectiva muy femenina", el reportaje de Rolling Stone que dijo que con el cambio creativo, "aumentó el contenido sexual superando con creces a lo visto en Euphoria", las primeras críticas que salieron de Cannes...
A pesar de todo esto, decidí enfrentarme a The Idol con una mirada lo más neutral posible e intentando dejar todo este ruido de lado. Como si nunca hubiese leído nada. Como si no supiera quién es Sam Levinson. O que Sydney Sweeney ha dicho que alguna vez ha aceptado sus sugerencias de que no vaya desnuda en todas las escenas.
Por supuesto, sé que aquí tampoco son necesarios los desnudos de Lily-Rose Depp (el pilar que sostiene la serie siempre que se tambalea) para contar la historia, y no seré yo quien defienda la male gaze de Sam Levinson, pero he visto Euphoria y no puedo romperme las vestiduras como si no supiera a qué fiesta he venido, así que reconozco que al ver el primer episodio no me espanté.
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Después del final del segundo, de las ordinarieces en la tienda de Valentino, lo del cepillo, la grabación con público y lo de Xander del cuarto episodio, es difícil intentar analizar la serie desde un punto de vista meramente intelectual, porque hay cosas que en 2023 y después del MeToo nos resultan indefendibles.
Pero hago el esfuerzo, porque más allá de la innegable incomodidad, sabemos que en el rodaje hubo una coordinadora de intimidad (Mam Smith, la misma de Euphoria) que garantizó que el espacio fuese seguro y la serie en ningún momento está diciendo que lo que hacen sus personajes sea loable o aspiracional.
Su principal pecado es que la historia parece hacer aguas por todos lados, porque Sam Levinson es ante todo un esteta. La ligereza narrativa no sorprende después de leer una entrevista de Da'Vine Joy Randolph en Vulture, en la que cuenta que en el rodaje hay una mezcla de 50% guion y 50% improvisación. Información que confirma Hank Azaria cuando dice en Vanity Fair que "muchos cambios se basan, a veces, en la belleza de la luz".
Qué es lo quieren contar él y The Weeknd con esta historia nos ha quedado claro. Que la industria musical como representación vicaria de Hollywood es un nido de pirañas dispuesto a aprovecharse de la gente con talento, una industria en la que todos están dispuestos a callar ante los abusos de otros si les conviene económicamente y que sexualiza a sus artistas femeninas jóvenes (como él mismo hace, por cierto, en la serie de Zendaya).
Pero eso ya lo sabíamos, ¿cuál es su aportación? ¿cuál es el destino de este viaje? ¿qué quiere demostrar? ¿quiere demostrar algo? Quizá no.
Hay también un problema de tono, porque en The Idol conviven tres series: la sátira del equipo de publicistas y la discográfica, el drama psicológico de la estrella de la que todos se han aprovechado desde niña y el thriller "erótico" de la secta de Tedros.
Hank Azaria y compañía están claramente en la serie de la sátira de Hollywood y sus industrias (por eso han contratado a actores con vis cómica), una especie de mezcla de The Other Two (que, por cierto, la misma semana del primer episodio tuvo una trama en la que encerraban a la coordinadora de covid en el baño), Entourage y Veep, que debo reconocer me hace gracia.
Lo cuestionable es que al pretender hacer sátira de una industria que explota a la mujer, a través de la cámara y de un personaje tan mediocre e inseguro como Tedros la serie también está explotando a su actriz. The Idol está siendo aquello que quiere criticar al tiempo que dice criticarlo.
El thriller erótico se verbaliza con la aparición en pantalla de Instinto básico en el primer episodio. The Weeknd afirma, además, que cuando usaron esta película como referencia, es porque "Verhoeven es el rey del thriller satírico de los 90. Sí hay momentos 'sexys' en sus películas, pero hay otros momentos que son muy cursis e hilarantes".
Según The Weeknd, entonces, The Idol es un thriller erótico y satírico. Una serie que no les termina de salir del todo bien. Se supone transgresora, pero lo único que hace es desnudar a su protagonista y replicar frases propias de un guion de una peli porno, porque en The Idol el sexo siempre es performativo.
Nos parece terrible lo que vemos en pantalla, pero como somos contradictorios, una de las críticas que más se le ha hecho a las escenas sexuales es que hay mucho sexo, pero nada es sexy. Y que lo menos sexy de todo es Tedros Tedros, un ser patético y sin carisma, por lo que no se entiende que Jocelyn se sienta atraída inmediatamente por él.
Todo esto podría explicarse diciendo que The Weeknd no es buen actor y que en manos de otro intérprete la serie sería diferente. Pero según afirman sus dos creadores, no sería eso lo que estaban buscando.
Sam Levinson cuenta que le describió a The Weeknd su personaje diciendo "que imaginara a alguien con todos sus sueños y ambiciones, pero ninguno de sus talentos". El actor y músico ha afirmado en todas las entrevistas que Tedros "no tiene nada de sexy" y añade: "Lo que sientas al ver esa escena (final del episodio 2), ya sea incomodidad, asco o vergüenza por los personajes son las emociones que estábamos buscando".
Objetivo conseguido, al ver esa escena sentimos incomodidad, asco y vergüenza, las tres al mismo tiempo, pero la pregunta sigue siendo ¿con qué fin?
Levinson y The Weeknd aseguran que Tedros se ve a sí mismo como un perdedor, y la serie también lo ve así cuando lo enseña practicando en el espejo frases cursis como si fuera Bruce Willis en Friends, cuando todos se ríen de su coleta de rata y hasta se mofan de él las mujeres de la limpieza.
¿Nos molesta entonces es que (aparte de mal actor) no sea sexy como entendemos que debería ser su personaje? ¿Realmente funcionarían mejor las escenas sexuales si Tedros estuviera interpretado por alguien como Theo James? ¿No sería así más sórdido lo que estamos viendo?
Quizá el casting de The Weeknd y su desagradable interpretación sean, precisamente, lo que la serie buscaba. Quizá la verdadera provocación es que Tedros Tedros nos resulte repugnante, para que cuando recree las escenas con espíritu pornográfico la pantalla le devuelva al espectador su reflejo y le pregunte si eso es lo que le excita en la intimidad.
Eso lo pensé escuchando esta mañana a Karina Longworth en su podcast You Must Remember This (muy recomendado) cuando dijo que una de las cosas que demuestra la genialidad de Instinto Básico es que la dirección de Verhoeven "puede, dependiendo de tu punto de vista, hacer que te tomes en serio un mal guion o subvertirlo. O quizá ambas cosas a la vez".
Quizá hay algo de eso en The Idol.
O quizá Sam Levinson es un sadomodernista, término acuñado por la ensayista Moira Weigel en su análisis de obras de cineastas contemporáneos como Michael Haneke y Lars von Trier, en las que identifica un género cinematográfico que agrupa películas tan repelentes física y emocionalmente, y tan difíciles de ver, que verlas es casi un acto de resistencia.
Según Weigel, el sadomodernismo "utiliza gestos de autorreflexión para que reconozcamos nuestra complicidad en cualquier cosa horrible que haya puesto en escena. Ascético en sus formas y rigurosamente desagradable en su temática, las películas que ha producido este movimiento no reconocido sugieren que lo único honesto y decente que puede hacer el arte es infligir dolor".
Quizá solo soy yo haciendo piruetas intelectuales para creer que sacaré algo de provecho de la experiencia, porque por ahora solo hay una brecha entre la teoría y la práctica. Cuesta encontrar la intersección entre lo que Sam Levinson y The Weeknd dicen que están haciendo y el resultado.
The Idol me recuerda a veces un poco el tono de UnREAL, una sátira salvaje de la industria en la que los personajes hacían cosas muy cuestionables que provocaban gran incomodidad. Otro tipo de incomodidad, pero incomodidad al fin y al cabo.
También a Mulholland Drive, en partes de su música incidental, en lo noir, en su intención de retratar el lado oscuro de Hollywood. Sin embargo, este parecido aparente puede ser como la descripción que le hizo Levinson a The Weeknd de Tedros, y al final The Idol es "como si tuviera todas las ambiciones de la película de Lynch pero ninguno de sus talentos".
El cuarto episodio reveló que Jocelyn está utilizando a Tedros para conseguir la inspiración que busca. Después de todo, Levinson dijo en el vídeo de detrás de cámaras del primer episodio que a los espectadores "se nos olvida que Jocely es una gran manipuladora", y eso que en la primera escena la hemos visto viajar por un mundo de emociones con las indicaciones de un fotógrafo.
Si Jocelyn se despierta como Cersei Lannister y "escoge violencia" ¿es ese un giro satisfactorio que compense este viaje o la idea errónea que tiene Levinson del empoderamiento femenino? Lo comprobaremos la próxima semana. Mientras tanto, como dice su personaje en el tercer episodio "no hay diferencia entre la gente que se burla de mí y la que me apoya. Todos sacan provecho de mí". Incluidos nosotros como espectadores.
Casey Bloys, el presidente de HBO, dijo en el podcast Strictly Business que cuando se estrenó Succession pasaron varios episodios hasta que espectadores y crítica entendieron que era una sátira y pillaron el tono. Me gustaría pensar que con The Idol podría pasar algo igual. No tanto porque tenga confianza tras estos cuatro episodios, sino porque necesito que al final de este viaje sin frenos haya alguna recompensa por mi paciencia. Al menos me ha hecho pensar durante unas horas.