Hay series que parecen hechas para tener sólo una temporada. Su arco narrativo abarca a la perfección los episodios que dure y todo se resuelve sin forzar. Se llega de forma natural. Eso es lo que le ocurría a Hierro, cuya primera temporada sorprendió a todos. Quizás porque el aparato promocional de Movistar+ no la había dado tanto morbo como a otras, o simplemente no la teníamos en el radar. El caso es que la serie creada por los hermanos Coira era uno de esos thrillers en los que todo funciona como un reloj.
Jugaban con las normas del género e intentaban darles la vuelta para despistar al espectador, pero sin trampas ni fuegos de artificio. Resolvían el misterio a mitad de temporada, y se las apañaban para que nadie perdiera el interés. Todo estaba en su sitio, y había dos elementos que la hacían destacar por encima de las decenas de thrillers que llegan cada temporada. Uno era la isla del Hierro que daba nombre a la serie.
Aprovechaba su idiosincrasia, su cultura y su tipismo para conseguir un marco que se mezclaba con el suspense. El otro elemento tiene nombre y apellido: Candela Peña. Ella era el alma de la serie. Su jueza Montes, con su maleta a cuestas, sus respuestas afiladas como cuchillos y sus miradas que asesinaban, sólo tenía sentido con una actriz como ella. Lo dotaba de humanidad, algo que en otras manos podía haberse ido de madre.
Todo estaba tan bien que daba pena tocarlo. Para qué alargar lo que había funcionado. Hacer una segunda temporada planteaba una gran duda, sacar la acción de la isla o no. Si la sacaban perdían un escenario único y perdían todo lo ganado en su primera temporada. Si la dejaban se enfrentaban a un gran reto, ¿cómo conseguir otro crimen en un lugar tan pequeño? El espectador iba a tener que dar un salto de fe si no encontraban una trama con la que continuar allí.
Tras ver la segunda temporada de la serie todo son buenas noticias, porque no sólo se mantiene el nivel, sino que por momentos los supera. Lo primero de agradecer es que los hermanos Coira han encontrado la forma de crear una nueva historia que tiene vínculos con lo sucedido en la primera, pero que introduce un nuevo misterio sin que suene forzado. Extienden el hilo narrativo que involucra a Darío Grandinetti y sus conexiones con la familia mafiosa que presidía Antonia San Juan.
Al haber presentado ya a su personaje y también a la isla donde se desarrolla todo, la segunda temporada se puede permitir el lujo de tomarse más tiempo para desplegar todas sus cartas, y eso se agradece. Los primeros episodios de la temporada apuestan más por el drama que por el thriller, en un cambio de género intrigante y que hace que todos se planteen qué está pasando. Vemos un matrimonio que lucha por la custodia de sus hijas, y cómo la jueza se involucra demasiado, pero es al final del tercero cuando dan un golpe en la mesa y hacen que todas las cartas salten por los aires. Con el giro de mitad de temporada ya tienen a todos los espectadores donde querían.
La serie avanza al ritmo que necesita, sin aspavientos, sin giros falleros para dejar cada episodio en alto, pero creando tensión y dando la información medida para que el espectador quiera saber más y más. Todo con un reparto engrasado donde las nuevas incorporaciones funcionan y donde ella vuelve a ser la estrella. Candela Peña tiene menos que demostrar aquí. Su personaje ya lo conocemos, y ahora todo está en los detalles, y ahí se crece. En las miradas a su hijo, en su relación de confianza con Díaz -siempre en su sitio Darío Grandinetti- y en un episodio final donde demuestra que puede hacer lo que quiera. Es capaz de conmover, ser natural y cambiar de registro en un segundo. Puede que tenga menos protagonismo, pero en ella convergen todas las historias, y construye y hace crecer a su personaje desde lo pequeño.
Ahora sí que Hierro debería cerrar. La única opción sería mandar a la Jueza Montes a otro lugar, pero no deberían continuar en la isla que han exprimido al máximo con grandes resultados. Mejor acabar con una segunda temporada que completa e incluso mejora a la primera.
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