La maternidad sigue siendo un asunto que la ficción suele abordar de una forma completamente irreal. Parece que sólo hay dos opciones posibles. Una es la idealización absoluta, que habla del milagro del embarazo, ser madre y que lo presenta como la única forma de felicidad de la mujer -algo perpetuado por las portadas de revistas como Hola-. La otra es mostrarlo como un caos, casi siempre desde la comedia. Esa madre que persigue a los chavales, que no tiene tiempo para nada y que provoca enredos y situaciones cómicas.
El aumento de mujeres en la producción, el guion y la dirección, ha hecho que lleguen otras miradas. Historias protagonizadas por mujeres que antes estaban contadas por hombres, perpetuando todos los tópicos y estereotipos posibles. Las series españolas han tardado en traer a las mujeres como creadoras. En Movistar todavía son una minoría de sus producciones las que están creadas por directoras o guionistas. Y cuando una se pone al frente se nota. Lo vimos con Vida Perfecta, la primera serie de Leticia Dolera, que se reveló como una de las apuestas que mejor han captado la treintena en las mujeres en nuestro audiovisual.
Dolera demostró que cuando uno habla de lo que sabe, se nota. Ella lo contó con humor, ironía, pero sobre todo mostrando algo que sabía a verdad, a mujeres que hemos visto o conocido. Todo era reconocible en ella. Sus historias, sus problemas, sus vidas… Eran mujeres de verdad, y lo eran porque eran normales. Vida Perfecta era una serie cuya principal virtud era el elogio de la normalidad que hacía. Aquellas jóvenes no tenían que tener profesiones o vidas extraordinarias para ser interesantes para el espectador.
Vida Perfecta también mostraba un cambio de paradigma, el mostrar a las mujeres como sujeto deseante, no como objeto del deseo, y se arriesgaba con una de sus tramas principales, la que mostraba la relación de la protagonista con el personaje de Gary, un chico con una discapacidad intelectual. Una mirada normalizadora y distinta también en este aspecto. Por todo ello se esperaba con ganas la segunda temporada para ver cómo continuaba y si seguía la buena senda iniciada en su primera tanda de episodios.
Los fans de la serie pueden respirar tranquilos. Leticia Dolera mantiene el alto nivel de su serie, sigue siendo una guionista -junto a Manuel Burque- que sabe mirar donde otros no miran. Y en este caso ha sido a la maternidad, que por primera vez se nos presenta con matices, sin blancos ni negros, con todas las contradicciones que existen. Lo hace presentando un problema del que no se habla, la depresión posparto. Una historia que es el eje vertebrador de esta temporada que vuelve a ser ácida, divertida, pero sobre todo que sigue oliendo a verdad. Los traumas de una madre que acaba de serlo, respecto a su cuerpo, la nueva relación con el bebé, con sus amigas o su familia son temas interesantes que nunca suelen aparecer en las ficciones y que Dolera sabe captar.
También resulta interesante la evolución del personaje que interpreta una estupenda Celia Freijeiro, que decide probar algo que en la teoría de las parejas modernas funciona a la perfección pero que luego en la práctica nunca es tan fácil como parecía: el poliamor o las relaciones abiertas. Lo hace dando más protagonismo a Font García, estupendo como ese marido que quiere ser moderno con su toque de patetismo en su punto exacto.
La tercera de las historias, la de Aixa Villagrán, es la que menos funciona de las tres. Es interesante mostrar el contraste de su libertad en la temporada pasada y su relación con una mujer mayor que ella, pero es la que suena más impostada y destila menos verdad. La que acaba sufriendo más en comparación con las otras. Es una pena despedirse de estas mujeres tan pronto, sobre todo pensando que todavía quedaban muchos aspectos por explorar y la capacidad de Dolera para poner la lupa en el sitio correcto. Lo hará en otro proyecto y habrá que estar atentos.
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