En octubre de 2014 el cómico afroamericano Hannibal Burguess cerró uno de sus monólogos haciendo referencias a los rumores de que Bill Cosby, el primer gran referente en humor de raza negra para todos los públicos en América, era un violador en serie. Uno de los espectadores del espectáculo grabó la rutina cómica y un medio local subió la noticia a su servidor. El resto es historia. Todavía faltaban tres años para que se hiciera la primera acusación sexual de acoso contra Harvey Weinstein cuando Hollywood y la sociedad estadounidense tuvieron que quitarse la venda de los ojos.
El 30 de junio del pasado año, el ídolo caído en desgracia salía de la cárcel después de que el Tribunal Supremo de Pensilvania apelara a un tecnicismo legal para determinar que Cosby había sido injustamente condenado por agredir sexualmente y drogar a la exjugadora de baloncesto Andrea Constand en el año 2004. Había pasado tres años en prisión.
Otro cómico afroamericano, W. Kamau Bell, es el responsable de que el nombre del protagonista de La hora de Bill Cosby vuelve a estar de actualidad nada más empezar 2022 por culpa de Tenemos que hablar de Cosby, uno de los platos fuertes de la última edición del Festival de Sundance. La celebrada serie documental acaba de llevar a Movistar Plus+.
La producción original de Showtime se aproxima a su sujeto con unas intenciones, un tono y un estilo radicalmente diferentes a los últimos documentales de Hollywood centrados en otras figuras de la industria del espectáculo afectadas por casos similares. Leaving Neverland se limitaba a compartir el escabroso y detallado testimonio de dos hombres (Wade Robson y James Safechuck) que decían haber sido abusados sexualmente por Michael Jackson. Allen v. Farrow atacaba a la figura del director de Woody Allen con testimonios del entorno de su expareja y la hija de la que supuestamente había abusado: Dylan Farrow.
Tenemos que hablar de Cosby Cosby es el intento de Kamau de intentar explicar y contextualizar el terremoto social y cultural que habían provocado las acusaciones contra Cosby en la industria del humor y, sobre todo, en la comunidad afroamericana para la que el actor era un pionero y un héroe. Solo explicando lo revolucionario que había sido el intérprete se podía entender el alcance de su traición y la negativa de muchos a creer a las docenas de víctimas que se habían atrevido a denunciar públicamente a un icono, apareciendo incluso en la histórica portada de la revista New Yorker en julio de 2015.
Hubo negacionistas que lo reconocían en público incluso. El pasado verano Phylicia Rashād, su esposa en la ficción en tres series de televisión emitidas entre 1984 y 2002, celebraba en redes sociales la liberación de su viejo amigo y compañero de reparto. “¡Por fin! Se está arreglando un terrible error, se corrige un error judicial”. Aunque la presión social le obligó a rectificar explicando en nuevo tuit que estaba del lado de las víctimas y conocía de primera mano las consecuencias de sufrir acoso sexual, se había vuelto a dejar claro un viejo mensaje. Nadie quería creer que Bill Cosby pudiera ser culpable.
Justo cuando los afroamericanos luchaban por sus derechos civiles en la hostil América de los de años 60, el humorista y actor había iniciado una revolución en la industria del espectáculo. La clave del éxito había consistido en dejar de lado el humor más político y racial en favor de una comedia más familiar que no incomodara a la población blanca. Cosby fue contratado para protagonizar Yo espía entre 1965 y 1968, un drama de acción con el que hizo historia al ser el primer hombre negro en ganar el premio Emmy al mejor actor. Lo recibió en tres ediciones consecutivas.
La flamante estrella aprovechó su nueva influencia en la industria para exigir que sus escenas de acción dejaran de estar protagonizadas por hombres blancos pintados de negro. Gracias a sus presiones, los afroamericanos empezaron a trabajar como especialistas en Hollywood.
En esa misma época, empezó a hacer contenido educacional para los más pequeños de la casa y las grabaciones de sus especiales de comedia eran las más buscadas. Desde 1965 hasta 1970, Cosby recibió el prestigioso Grammy al mejor álbum de comedia en seis ocasiones de forma consecutiva. El séptimo llegaría en 1987 (un récord jamás superado), justo en su mayor momento de popularidad gracias a La hora de Bill Cosby. Con su interpretación como el íntegro médico Cliff Huxtable pasó a ser conocido públicamente como “el padre de América”.
Los 70 estarían marcados por sus tres películas con Sidney Poitier, un icono que había hecho historia en 1963 al ser el primer hombre negro en ganar un Oscar de interpretación. Hollywood no se resistió a la tentación de juntar a los dos únicos afroamericanos a los que había dado la oportunidad de triunfar. A pesar que volvieron a trabajar juntos en 1990 en una película dirigida por Poitier y protagonizada por Cosby, el protagonista de Adivina quién viene a cenar esta noche nunca fue de los que defendió públicamente al cómico.
W. Kamau Bell no ignora ninguna de esos logros tan relevantes para el relato que quiere construir un humorista y ahora documentalista que se define a sí mismo como “un hijo de Cosby” y su legado. El director de Tenemos que hablar de Cosby se llega a integrar en el propio relato. Escuchamos sus reflexiones en voz en off durante los capítulos, los entrevistados apelan directamente a su nombre en los testimonios y en los últimos minutos de la serie incluso llegamos a ver cómo se entera en directo de que Cosby acaba de ser liberado poco después de haber terminado una de sus últimas entrevistas para la producción. Para Kamau la caída de los infiernos de Cosby es también la suya, la de su comunidad y la de todos los artistas afroamericanos que llegaron después que él.
A lo largo de esos cuatro episodios, la serie documental alterna sus logros con los testimonios de algunas de las mujeres que habían sido víctimas de abuso sexual, violación o sumistro de drogas por parte de Cosby entre 1965 y 2008. Son declaraciones devastadoras que nunca llegan a cruzar las líneas rojas del morbo o de los límites que establece cada una de las mujeres en sus apariciones. Una de las víctimas se niega a hablar del asalto en sí, mientras que otra llega a aparecer con su actual pareja y principal apoyo cuando decidió hablar públicamente de lo que le había pasado.
En uno de sus mayores hallazgos, la producción de Showtime presenta un elocuente gráfico al espectador en el que subraya todo lo que estaba pasando en la vida del actor y humorista delante y detrás de las cámaras. También es impactante cuando Kamau revela algunas de las pistas sobre su modus operandi que, consciente o inconscientemente, Cosby iba dejando en sus espectáculos de humor. En una pista de un álbum de comedia llamado convenientemente "Spanish Fly" (afrodisiaco en nuestro idioma), Cosby hablaba de su deseo de conseguir una famosa droga llamada Spanish fly para ponerla en las bebidas de mujeres sin que estas lo supieran. En La hora de Bill Cosby, él mismo había elegido interpretar a un ginecólogo que pasaba consulta en el garaje de su casa.
A sus 84 años, Bill Cosby atacó frontalmente a la serie documental y su director después de su estreno en Sundance. A través de un comunicado, sus abogados lamentaban que “el Sr. Cosby continúa siendo el objetivo de numerosos medios que, durante demasiados años, han distorsionado y omitido verdades... intencionalmente. A pesar de los informes repetitivos de los medios de comunicación sobre las acusaciones contra el Sr. Cosby, ninguna ha sido probada en ningún tribunal de justicia”.
Las víctimas siguen luchando porque la última sentencia del Tribunal Supremo de Pensilvania sea anulada y su verdugo regrese a prisión. Mientras ese momento llega (o no), el documental de Showtime es una obra imprescindible para entender la dimensión de los crímenes de Bil Cosby y el impacto que tuvo entre los afroamericanos. Durante la última década el cómico acusó en público en repetidas ocasiones a los sectores menos afortunados de la comunidad afroamericana de ser responsables de su propio fracaso. Palabra del padre de América.
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