Hay pocos directores españoles cuyo nombre sea una marca. Cuyos apellidos hagan que la gente quiera ver su última creación -ya sea una película o una serie-. Quizás, ese privilegio pertenezca a tres nombres como Alejandro Amenábar, Pedro Almodóvar y Juan Antonio Bayona. Sus películas son eventos que arrastran a la gente al cine. Hay que ver ‘lo último de…’. Da igual quién la protagonice, queremos ver qué ha salido de la mente de estos creadores que nos han dado grandes momentos en las últimas décadas.
Por eso, las expectativas ante La Fortuna, la primera serie de Alejandro Amenábar, son tan altas. Por eso y porque es, sin duda, una de las apuestas más grandes que Movistar+ ha acometido desde su departamento de ficción. Puede que desde La Peste, de Alberto Rodríguez, no nos encontráramos con una obra de un tamaño tan descomunal. Amenábar ha puesto toda la carne en el asador para su primera miniserie, que adapta el cómic de Paco Roca El tesoro del cisne negro.
A priori, la materia prima, era perfecta para el director. Un cómic de aventuras, que coge como telón de fondo el expolio marítimo que barcos como el Odyssey realizaron. Y que mezcla investigación, thriller de aventuras, historia de amor y hasta un puntito de recreación histórica. Un reto a niveles de producción, pero también a niveles narrativos. Trenzar todas las historias sin que una se coma a la otra.
Después de ver La Fortuna uno puede decir que se nota que Amenábar se ha dejado la piel, y que el resultado es una serie entretenida, con pulso, a ratos espectacular, que nunca termina de ser la gran obra que todos esperábamos. Su principal problema viene de una de las tramas narrativas, esa historia de amor entre una joven de Podemos y un chico del PP que suena a cliché, impostada y con diálogos imposibles. Al final, esa trama, que involucra a los dos protagonistas, tiene demasiado peso y acaba manchando al resto, que son las que muestran todo el potencial de la serie.
Porque La Fortuna es una divertidísima serie de aventuras, en la que Amenábar recupera el espíritu del cine lúdico de sus admirados Spielberg y Cameron en sus mejores momentos. Tiene una batalla naval que cumple, un thriller de abogados rodado con pulso y una trama de investigación y suspense que es donde el director saca sus mejores momentos. Se nota que Amenábar sigue teniendo pulso, y consigue su Tintín patrio.
Ese desequilibrio también se nota en los intérpretes. Álvaro Mel tiene el look perfecto para ser nuestro Tintín, y un rostro muy expresivo con el que se juega constantemente, pero nunca termina de pillar el tono del todo a su personaje. Lo contrario de Karra Elejalde, que roba la función como el ministro de Cultura malhablado que decide que ya está bien de que la Cultura sea el último mono de la feria.
Elejalde -que ya coincidió con Amenábar en Mientras dure la guerra (2019)-, está divertido, brillante y llena la pantalla de carisma. Es el personaje que el espectador quiere ver más y más. Sus escenas de politiqueo rezuman un aroma berlanguiano divertido que añade humor a la aventura. Y siempre hay que volver a reconocer el trabajo de Manolo Solo, que vuelve a brillar en un papel secundario.
Es interesante el punto de vista elegido para contar esta odisea, el de esos funcionarios que nunca vemos en el cine o en las series. Que uno de ellos sea nuestro Tintín es un giro divertido que la historia aprovecha. Y es en esa historia donde Amenábar debería haberse centrado del todo. La trama romántica nunca cuaja, es tópica. Eso sí, nadie puede acusarle de no ser coherente, ya que a través de ella el director vuelve al mensaje que centraba Mientras dure la guerra, el de la convivencia en tiempos de crispación.
Mucho más potente es la reivindicación de nuestro patrimonio y la crítica al desdén de las autoridades públicas, que nunca han cuidado ni protegido lo nuestro. Pecios abandonados, iglesias que se caen o subvenciones pírricas al cine. Da igual. Al final se trata de lo mismo, del poco interés hacia lo nuestro. Una serie que se ve con gusto, que es entretenida y con un punto espectacular, pero que se queda varios pasos por detrás de lo que esperamos siempre de alguien como Alejandro Amenábar.
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