Lo que toca Netflix se convierte en oro. Lo hemos visto con Narcos, con Paquita Salas y hasta con series que ellos ni han producido, como La casa de papel, que se ha convertido en un fenómeno internacional desde que la plataforma compró sus derechos de emisión. Pero es otra casa la que este verano ha arrasado. A pesar de las vacaciones, el calor y la playa, todo el mundo ha hablado de La casa de las flores la serie mexicana que han producido y que es su nuevo pelotazo, especialmente en los países de habla hispana.
La serie dirigida por Manolo Caro empezó con mal pie su andadura. Lo primero que vivió fue una polémica: la de la elección de Paco León para interpretar a un personaje transexual. Una vez estrenada el público se olvidó de todo eso, especialmente porque La casa de las flores enfoca sus esfuerzos en el público LGTB.
Se trata de una telenovela de toda la vida, de las que nuestras madres veían en Galavisión, a la que se le ha aplicado una capa de chapa y pintura para dignificarla y darla la vuelta. Las tramas locas, los giros imposibles, las mentiras y las traiciones están presentes, pero todo con unos niveles de producción mucho más elevados y un sentido del humor que hace que se ría de sí misma. La casa de las flores sabe que es una telenovela y no lo oculta, se siente orgullosa de ello pero también lo aprovecha para no tomarse demasiado en serio. No hay guiño más meta que tener de protagonista a Verónica Castro, diva de los culebrones mexicanos.
Uno de los elementos más novedosos de la ficción de Netflix es la renovación y modernización de las tramas. En las antiguas sólo había un tema: el amor imposible entre una joven (normalmente de una clase social iinferior) y su príncipe azul y los impedimentos que ponían los villanos de turno (normalmente una mujer malísima). Aquí asistimos a la destrucción de una familia que saca a relucir todos sus trapos sucios cuando la amante del patriarca se suicida.
Las relaciones sentimentales también están pasadas por el filtro de la modernidad y acercadas al colectivo LGTB. El hijo menor sale del armario delante de toda la familia, la mayor de ellas estuvo casada con un señor que se convirtió en mujer, y el padre tenía un negocio clandestino que se llamaba igual que la tienda familiar -La casa de las flores que da nombre a la serie- y que consiste en un cabaret donde travestis y transexuales cantan canciones de reinas de la música en castellano, como Yuri. También se cantan canciones de Alaska o de Gloria Trevi, cosas impensables en una telenovela al uso.
Otra de las claves de su éxito es el reparto. A la diva Castro se ha unido la gran revelación de la serie, Cecilia Suárez, que ha convertido su papele, Paulina de la Mora, en el personaje del que todos hablan. Suárez se come las escenas a bocados, es un torrente cómico, y da la vuelta a los esterotipos de rancia ricachona al demostrar que es mucho más abierta de mente que sus hermanos menores. Su seña de identidad es su peculiar forma de hablar, separando las sílabas, a un ritmo lento que ella justifica por la toma de analgésicos. La frase con la que cierra el primer episodio “Ne ol-vi-dé can-ce-lar el ma-ria-chi” se convirtió en viral desde su estreno y hasta ha dado lugar a un challenge en el que los fans la imitan en las redes sociales.
Cecilia Suárez es la actriz de la que todos hablan, y Netflix la ha prohibido hablar en las entrevistas como Paulina de la Mora, una ocurrencia de la propia artista, que lo sugirió con el piloto ya grabado y fue tan bien recibido por el director que se grabó de nuevo con el nuevo acento.
La pregunta que ahora todos se hacen es si habrá segunda temporada. El último episodio cierra dejando la puerta abierta a una continuación, y Manolo Caro ya ha asegurado que él aceptaría dirigirla. La que se ha bajado del carro es Verónica Castro, que con una temporada ha tenido suficiente. Falta la confirmación de Netflix, que seguramente no tarde mucho en llegar, no pueden dejar desaprovechar su culebrón LGTB con el que han reventado el verano.