Adolescencia, momento complicado. El cuerpo cambia, las hormonas se revolucionan y el picor sexual empieza a ser inaguantable. Llegan las pajas furtivas, los rollos en el baño, los primeros escarceos y las ganas de comer y beberse el mundo. Todo con la percepción de que lo que le pasa a uno es lo más importante y de una trascendencia inusitada.
Si ya de por sí es difícil, imaginen si el pobre chaval no es el alma de la fiesta, sino un pobre ‘pringado’ que sobrevive como puede en los crueles pasillos del instituto, con su cara llena de granos mientras los ‘guays’ empiezan a disfrutar del sexo y a gritarlo a los cuatro vientos. Vayamos un paso más lejos, ¿y si encima ese chico tiene una madre que es terapeuta sexual y no para de intentar darle consejos mientras disfruta de una vida de soltera llena de polvos sin compromiso y mucha diversión?
Eso es lo que propone Sex Education, la nueva y sorprendente serie de Netflix, que sigue mirando al público adolescente sin prejuicios en busca de un nuevo fenómeno de masas como el que logró con Élite. Pero mientras en la ficción española se apostaba por el thriller y tomarse en serio las tramas, aquí se pone toda la carne en el asador en la comedia, especialmente por la más sexual que hace que uno se acuerde hasta de los hermanos Farrelly.
El comienzo es toda una declaración de intenciones, con dos jóvenes practicando sexo a escondidas en el cuarto de él, que termina por fingir su eyaculación para no afrontar sus problemas sexuales en plena pubertad. Gracias a los consejos del protagonista, un experto en la teoría por escuchar a su madre terapeuta, pero un inexperto en la práctica donde no es capaz ni de masturbarse, resolverá su problema. Ahí empieza el verdadero conflicto de la serie, ya que una compañera y él decidirán montar una clínica clandestina para solventar todos los problemas sexuales de los adolescentes del instituto: ladillas, represión, penes grandes… todo cabe en Sex Education.
La serie, protagonizada por Asa Butterfield y Gillian Anderson como madre experta en sexo, no escatima escenas sexuales, y también se aprovecha de su condición de ‘explotation’ para jóvenes. Está llena de desnudos, erecciones, penes, objetos sexuales y bromas varias que harán las delicias de los chavales. Todo sin tomarles por estúpidos, simplemente siendo honestos en su apuesta cómica y mostrando que a esa edad ‘follar’ es lo más importante, pero nadie sabe ni por dónde empezar.
Laurie Nunn es la creadora de la serie con la que Netflix espera repetir fenómeno, aunque sus mimbres sean diferentes, porque en esta no está el componente de suspense para enganchar tanto al espectador, aunque a cambio tenga una colección de personajes carismáticos, imperfectos y estupendos, como ese amigo negro y gay que tuvo una erección en la actuación de fin de curso o el rudo acomplejado por su pene. Es sorprendente también su apuesta estética, casi vintage y atemporal, que consigue que cuando salga un móvil uno hasta se extrañe.
Sex Education se luce en el retrato de los personajes femeninos. Empezando por la madre, maravillosa Gillian Anderson, un personaje soltero, que tiene sexo con múltiples hombres por diversión sin tener que dar explicaciones ni aplicar moralina sobre lo que hace. Después con las adolescentes. Ellas son las que deciden, toman la iniciativa, follan, se lo pasan bien, toman precauciones y nadie las juzga por ello.
La serie explota también su bala sobre la necesidad de educación sexual en los jóvenes. Pero también sobre la importancia de hablar a los chicos sin condescendencia, con naturalidad, y abandonar las aburridas y anticuadas prácticas que se enseñan en los colegios. Lo hace con gracia, con el humor que un tema así requiere y con una frescura que le da una vuelta al género adolescente (para bien).