La noche del 19 de abril de 1989 cambió para siempre la vida de Raymond Santana, Kevin Richardson, Antron McCray, Yusef Salaam y Korey Wise, cinco chicos negros de Harlem que estaban en el momento erróneo en el lugar equivocado. Siendo menores y sin haber realizado ningún delito fueron condenados a prisión acusados de violación y otros cargos. Estuvieron en la cárcel durante años, hasta que en 2001 el verdadero asaltante de Trisha Meilie, una joven blanca, confesó su crimen.
Era demasiado tarde, el racismo, la brutalidad policial y un sistema xenófobo y clasista habían destrozado la vida de estos cinco chavales sólo por el color de su piel y por la necesidad de encontrar un culpable al brutal ataque a una joven. La prensa necesitaba su carnaza, el crimen no podía quedar impune, y ellos fueron los elegidos.
Todos ellos se encontraban en Central Park ese día, el mismo que Meilie fue violada. Fueron por la noche a ver cómo las pandillas del barrio cometían robos menores e incluso iniciaban peleas sin venir a cuento. Ninguno de ellos participó, pero su curiosidad adolescente les hizo ir a mirar. Motivo suficiente para que Linda Fairstein, fiscal de hierro y métodos dudosos, hiciera todo lo posible para señalarles culpables de una violación que había ocurrido en otra punta del parque y que ellos desconocían.
Los cinco fueron detenidos, presionados, amenazados e incluso golpeados para obtener un testimonio inventado. Al ser menores debían estar acompañados por sus padres o tutores legales, pero la Policía de Nueva York tenía prisa por condenarles. A todos les mintieron, les dijeron que alguien les había visto con la mujer, les daban el nombre de otra persona y les decían que alguien les había acusado del crimen. Lo único que tenía que hacer para salir de allí era confesar que sí que habían participado, pero que había sido la persona que les había acusado quien cometió la violación.
Provocaron una red de testimonios en las que los cinco jóvenes, que no se conocían entre sí, se acusaron y contradijeron, pero involuntariamente se habían situado ellos solos en la escena de un crimen que no cometieron. La policía sabía que no había testigos, ni encontraron el arma, y el ADN de la víctima no coincidía con ninguno de ellos -si que lo hizo con Matias Reyes, el violador real, cuando confesó en 2001-, pero les dio lo mismo meter a cinco jóvenes negros en la cárcel durante años.
La prensa también contribuyó en provocar un estado de alarma y de necesidad de castigar a los culpables, y una de las personas que más contribuyó a crear ese clima fue Donald Trump, que muchos años antes de ser presidente, y sólo unas semanas después de la violación, pidió la vuelta de la pena de muerte y su aplicación para los cinco chavales. Lo hizo comprando una página entera de publicidad en los cuatro periódicos más grandes de la ciudad. Por si fuera poco en una entrevista declaró que quería que “los delincuentes de todas las edades tuvieran miedo”.
"El alcalde Koch ha declarado que el odio y el rencor deben ser eliminados de nuestros corazones. No lo creo. Quiero odiar a estos atracadores y asesinos. Deberían ser obligados a sufrir ... Sí, alcalde Koch, quiero odiar a estos asesinos y siempre lo haré ... ¿Cómo puede nuestra gran sociedad tolerar la brutalización continua de sus ciudadanos por parte de los inadaptados enloquecidos? Sus libertades civiles terminan cuando comienza un ataque a nuestra seguridad”, dijo también. En otra entrevista con Larry King añadiría que “el problema con nuestra sociedad es que la víctima no tiene absolutamente ningún derecho y el criminal tiene derechos increíbles, tal vez el odio sea lo que necesitamos si vamos a hacer algo".
Los abogados de ‘los cinco de Central Park’ acusaron a Trump de inflamar la opinión pública, y tras la confesión del violador en 2001, uno de ellos pidió a Trump que “como mínimo” pidiera “disculpas a esta comunidad y a los jóvenes y sus familias”. Las protestas se sucedieron en las afueras de la Torre Trump. El actual presidente sólo tuvo una respuesta:"No me importa si hacen piquetes. Me gustan los piquetes. Quien si pidió perdón, y hasta pagó por ello, fue el ayuntamiento de Nueva York, que les indemnizó 25 años después con 40 millones de dólares.
El relato de uno de los casos de racismo policial más flagrante de la historia de EEUU ha sido llevado en forma de serie por la directora de Ava DuVernay, que ya había indagado en los fallos del sistema de un país profundamente xenófobo en La enmienda XIII y en Selma. Cuando nos ven -ya disponible en Netflix- es una ficción emocionante, que equilibra la parte emotiva y que recupera la verdadera historia de estos chavales. Cuatro capítulos que siguen todo el calvario sufrido, y que es un ejercicio de memoria histórica necesario y vibrante.
La directora no se deja nada en el tintero, y hasta las declaraciones televisivas del propio Trump aparecen. Precisamente ese clip lo ha usado DuVernay para atacar al presidente en Twitter con el siguiente mensaje: “La historia que la gente sabe es la mentira que les contaste (…) no puedes esconderte de lo que hiciste con el Central Park Five. Eran inocentes. Y tendrán la última palabra”. Esa última palabra ha llegado en forma de serie que promete arrasar en los próximos Emmy.