Hace algo más de diez años todas las niñas querían parecerse a Hanna Montana. Ella tenía todo, fama, éxito, cantaba, era guapa, triunfaba con los chicos y además todo en un álter ego que escondía su verdadera identidad como las súper heroínas. Así podía preservar su intimidad con su familia como Miley Stewart. Disney Channel creó su propia gallina de los huevos de oro, y la explotó al máximo. Desde 2006 a 2011 hubo más de 100 episodios, una película y unos cuantos discos dedicados al personaje que les dio las audiencias más altas de su historia.
Detrás del personaje estaba una cantante y actriz real, Miley Cyrus, que se convirtió una estrella en la vida real. Allí no tenía una segunda identidad para esconderse, sino que debía lidiar con las consecuencias del éxito prematuro para una adolescente y cumplir con los cánones que establecía una cadena para todos los públicos que quería crear un prototipo de joven en el que los niños se pudieran mirar (además de comprar todo su merchandising).
En 2011 Miley Cyrus dio un portazo a la serie, al personaje y comenzó una carrera musical marcada por la provocación, que fue en ascenso hasta encontrar su cima en aquella actuación en los MTV Awards para presentar su single We can't stop. La joven había matado a su personaje para reivindicarse, y lo hacía desde la exageración que el pop la ofrecía. En el fondo lo que hizo fue marcar su llegada al mundo adulto, y hacerlo dejando claro que ella no tenía nada que ver con esa máscara bajo la que había tenido que vivir. Con ello se arriesgaba a perder a sus millones de fans, pero intentaba buscar una libertad que no había tenido. Por supuesto, con su giro se convirtió en el centro de todas las críticas. Muchas con un componente machista que criticaban su actitud sexual que contrastaba con su anterior imagen de niña buena.
La venganza de Miley Cyrus, o mejor, de Hanna Montana, ha tardado en llegar, y lo ha hecho en forma de episodio para Black Mirror, que en su quinta temporada dedica un episodio a criticar a una industria musical que utiliza a los menores y les roba su juventud en busca de vender millones de discos. Es lo que ocurre en Rachel, Jack and Ashley Too, capítulo de la quinta temporada que se estrena este martes en Netflix y que ha escrito Charlie Brooker.
El creador de la serie que critica la dependencia de la tecnología ha dado, además, el protagonismo a Miley Cyrus, que aquí interpreta a una estrella de la música llamada Ashley que vive encerrada en el personaje que la industria ha creado para ella. Hasta que explota y decide que lo que quiere es cantar heavy, decir tacos y mandar a la mierda a la ‘niña perfecta’ que tenía que fingir ser hasta que dejara de ser rentable. Cyrus se ríe de Hanna Montana y mata definitivamente a su personaje a la vez que muestra por lo que pasan muchas estrellas infantiles.
Es el capítulo más vistoso de los tres que conforman esta quinta temporada que llega después del especial interactivo que voló la cabeza a todo el mundo. Sin embargo no es el mejor de todos, honor que pertenece a Striking Vipers, en el que dos amigos de la universidad adictos a un videojuego se reencuentran gracias a la edición en realidad virtual del mismo título, lo que provocará que tengan un acercamiento que les hará cuestionar su sexualidad y su relación de amistad.
Es el episodio más redondo, ya que como en los mejores de la serie se junta la reflexión tecnológica con temas más profundos. Aquí se habla del realismo hasta el que puede llegar la ficción y cómo la podremos vivir, además de abrir interrogantes sobre el mundo de la pornografía y la tecnología. Ellos se acuestan caracterizados como sus avatares en lo que comienza como un juego… ¿supone eso una infidelidad?, ¿el porno o el sexo virtual lo son?, ¿la tensión sexual que viven es extrapolable a la realidad?
Striking Vipers tiene una lectura en un mundo en el que se habla de la crisis de la masculinidad. Estos dos amigos, que nunca habían cuestionado su heterosexualidad, lo hacen gracias a un videojuego, y lo hacen explorando un territorio que no saben bien dónde les va a llevar. Son progresistas y jóvenes, pero derribar los muros de lo que daban por hecho no es fácil. Esa evolución está contada con veracidad, igual que las dudas de ambos. En la elección del protagonista Charlie Brooker vuelve a demostrar su ojo para derribar estereotipos. En esta ocasión escoge a Anthony Mackie, Halcón en Los vengadores y próximo Capitán América, porque para derribar los tópicos del machito nada mejor que un superhéroe. Un nuevo azote a un mundo dependiente de la tecnología, siempre interesante aunque menos pesimista que de costumbre.