Todos hemos sido adolescentes. Así que todos podemos identificarnos con los problemas y dilemas de una época tan confusa en la que todo parece trascendental e importante y parece que el mundo se va a acabar por un examen o un mal de amores.
Quizás por eso el cine y las series no se cansan de contar historias sobre la adolescencia. Primero, porque son un público que consume ficción ferozmente. Son ellos los que han convertido en pelotazos series como Élite o Euphoria y están deseados de verse representados en la pantalla.
El problema es que normalmente pocos aciertan en su retrato. O se les ve como descerebrados, como salidos o como almas en pena. Élite es puro exploit, una serie hecha para disfrutar con el salseo de ver cuántos líos, giros y culos pueden verse por temporadas. Euphoria apuesta por el exceso, por el drama y por los fuegos artificiales, pero acierta en tratarles como seres inteligentes.
En toda esa marabunta de productos dedicados para jóvenes destaca Derry Girls, una comedia adolescente que no se avergüenza de ser una ficción de humor centrada en los problemas de cuatro chavales de 16 años y que se puede ver en Netflix. El centro de las tramas son los exámenes, sus relaciones, salir del armario o el nuevo ligue de uno de ellas, pero con una peculiaridad: todo se ambienta en la Irlanda del Norte de la década de los 90 con el IRA todavía activo y en la localidad de Derry, donde tuvo lugar el Domingo Sangriento y una de las que más sufrió el conflicto armado.
Las chicas de Derry demuestran que en 20 minutos desde el humor se puede hablar de una forma afilada e inteligente sobre un problema que todavía se arrastra y que durante años provocó muertos y cientos de atentados. El día a día de nuestras protagonistas alterna entre lo cotidiano y el no poder ir al colegio porque hay una amenaza de bomba en un puente.
El punto de vista que elige su creadora, Lisa McGee, además, no es típico. Ni siquiera condescendiente. Da voz a los irlandeses católicos que condenaban la violencia, pero que estaban en contra de la colonización y la humillación británica a la que eran sometidos. Un problema de identidades y religioso que de alguna forma sigue enquistado. Las chicas Derry son la voz de una generación, pero también la de un pueblo que sufrió y que no siempre ha sido escuchado.
Se confirma, si es que alguien tenía alguna duda, que el humor es la mejor forma de tratar muchos temas, incluso el terrorismo. En la primera temporada -la segunda acaba de estrenarse en la plataforma- hay un episodio brillante en la que escapan de un desfile británico y descubren que tienen a un miembro del IRA en su maletero. ¿Qué hacen, le traicionan?
Todo está tratado con tanta sutilidad e inteligencia -el conflicto entre una de ellas y su primo inglés que vive con ellas, el miedo a manifestarse en contra del pensamiento dominante- que me costaba recordar que, supuestamente, esto era una serie destinada a aquellos que siempre son descritos como hormonas andantes. Los que quieran disfrutar sólo con sus chistes y con su apuesta por la comedia de enredos -siempre les sale todo mal- disfrutarán de una serie más, los que miren más allá encontrarán la serie más divertida y afilada en mucho tiempo. Una receta perfecta para volver del verano.
También tengo que ser sincero, me costó un capítulo entrar en Derry Girls. En el piloto veía sus virtudes, pero ellas me sacaban de quicio. Gesticulan mucho, son excesivas y a veces gritonas y temía que tapara todo lo demás, pero al final todas conquistan tu corazón. Son entrañables porque, además, son unas perdedoras intentando encontrar su lugar en un mundo que encima se lo ha puesto más difícil, con un conflicto armado alrededor.
Son unas panolis, siempre la cagan, aunque ellas piensan que son lo más y que nadie las entiende, pero esa es su gracia. Cuatro chicas que se atreven a hablar de política, o al menos a entenderla y en las que vemos chistes irreverentes que pueden atizar a todos. Un descubrimiento (producido realmente por Channel 4 y apropiado por Netflix) que debería tener la repercusión que se merece y que es infinitamente más disfrutable que la enésima sitcom de risas enlatadas y decorados de cartón piedra.