Sinceramente, ¿quién había pedido una película de Breaking Bad?, ¿qué fan masoquista quería que abrieran ese melón?, ¿no habían escarmentado al ver todas esas ‘series’ que decidieron tener una continuación en forma de película? Esas preguntas son las primeras que me asaltan cuando veo El camino, la película sobre Breaking Bad que su autor, Vince Gilligan se ha marcado en Netflix y que tiene toda la pinta que más que por necesidad de contar una historia lo ha hecho por un buen puñado de billetes.
Voy a ser muy sincero. Si eres muy, muy fan de la serie, El camino será como porno para ti. Si al contrario nunca fuiste un loco de Walter White o te gustaba pero no hasta límites que rayasen la locura, lo más probable es que te aburras muchísimo con estas dos horas (sí, dos horas), que parecen un episodio desechado de la quinta temporada que ahora han alargado y vendido como una continuación a la historia que ya vimos y disfrutamos.
No hay serie que haya clavado su continuación, es más, normalmente ha significado tirar por el retrete todo lo logrado antes. Ahí está el caso de Sexo en Nueva York, que pasó de ser una serie moderna, irreverente y divertida a una comedia romántica rancia y hasta reaccionaria en aquellas dos películas infames que triunfaron en cines y acabaron con el legado de todas sus temporadas televisivas.
Por suerte eso no se puede decir de Breaking Bad. El camino es una película digna, que no traiciona el espíritu de la serie y que sería un episodio disfrutable dentro de la totalidad, pero que no tiene entidad propia ni nervio suficiente para justificar este regreso ni -especialmente- esta duración. Se nota el pulso de Vince Gilligan y que ama y conoce a estos personajes, pero no hay demasiada chicha más allá de las decenas de guiños para los fans.
El camino empieza donde acababa la serie, con un Jesse Pinkman recién liberado de su secuestro por la banda nazi que le tenía cocinando ‘meta’ y tras el sacrificio de Walter White y la confesión de todos sus pecados. El personaje al que interpreta Aaron Paul terminaba en un coche (modelo El camino, de ahí el título) gritando en un momento que todo el mundo sintió como una liberación. Su etapa en la sombra y bajo el abuso de poder de Heisenberg había terminado, e incluso ya conocía que fue él quien dejó que Jane se ahogara en su propio vómito.
Quizás esta continuación se me antoje innecesaria porque no necesitaba saber qué más pasaba, me parecía un cierre maravilloso que no pedía más explicación, que hacía que volara la imaginación del espectador. Los caminos de Walter y Jesse llegaban a su final y se cruzaban una vez más en un acto de justicia, catarsis y confesión que dejaban que Pinkman volara por fin sin las ataduras y sentimientos de culpa que lo habían marcado.
Pero Gilligan ha considerado que había una historia ahí, en lo que ocurría después de ver a Jesse en ese coche escapando. Saber dónde iba, qué sería de su vida, una sobreexplicación que no estaba en su serie y que aquí usa para contar su síndrome postraumático y meterle en una última aventura para buscar un dinero que Todd tenía escondido y que puede ser su vía a una vida tranquila.
Si esta fuera lo que quería contar el creador y showrunner de la serie, hubiéramos estado ante un capítulo de una hora, pero esta línea narrativa se alterna con otra que se construye a base de flashbacks del ‘secuestro’ de Pinkman -que no tienen ningún interés- y otros momentos que los fans no tardarán en situar en momentos y temporadas concretas de su serie favorita.
Esa es la principal función de estos flashbacks, volver a ver a (casi) todos los personajes de la serie, porque hasta Walter se pasea en una escena que suena también a recorte de uno de los episodios, ya que su conversación tampoco es especialmente emocionante, como tampoco lo es ese cierre onírico, recuerdo que es mucho menos ambiguo que con el que terminaba la serie para que los espectadores no vuelvan a preguntarse qué fue de sus personajes favoritos. Al menos hasta que Gilligan no decida, a golpe de talonario, que queda algo por contar.
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