Por fin. Ha tenido que llegar ella, la reina de Inglaterra, para que me reconcilie un poco con Netflix. La plataforma me tenía a mí bastante cabreado. No por sus películas, ya que han producido las dos mejores del año (El irlandés e Historia de un matrimonio), sino por sus series. Por cada una buena entran decenas que no merecen la pena. Todas entran en la saca de miles y miles de ficciones que tienen esperando que la gente se enganche a ellas.
Y no era sólo eso, también habían cancelado series maravillosas como Tuca y Bertie o Bojack Horseman mientras renovaban otras que no lo merecen. Tampoco ayudaron las pruebas para reproducir las series a doble velocidad, una triquiñuela terrible para consumir más rápido y más series en menos tiempo. Vamos, que me tenían calentito… hasta ahora, cuando se ha estrenado la tercera temporada de The Crown, la serie creada por Peter Morgan que regresa por todo lo alto.
Se me han pasado todos los males, todos los cabreos y sólo he podido paladear todos los capítulos de esta absoluta maravilla. The Crown es la joya de Netflix, y también una de las mejores series del año, y además luchando seriamente por el primer puesto. Una serie que es perfecta en todo: sus guiones milimétricos, su lujosa puesta en escena, sus decorados, sus enormes actores que se van a hinchar a premios… TODO está donde tiene que estar, algo que es cada vez más difícil.
Es verdad que tienen material para elegir, ya que la serie revisa toda la historia de Reino Unido desde la llegada de Isabel II al trono, pero lo hace con inteligencia, con humor inglés, y hasta con vena crítica, es verdad que la monarquía suele quedar airosa de sus problemas, pero nos encontramos con una serie que sería impensable en España. Airear los trapos sucios y ver cómo reaccionaron a ellos, es algo a lo que aquí no estamos acostumbrados. Aquí somos más de genuflexión y mamporrerismo, y puede que por eso nos guste tanto y nos sorprenda tanto.
Hay un capítulo que ejemplifica esto de manera perfecta. El rey da una entrevista en EEUU, y se atreve a decir con su par de aldabas reales que no llegan a final de mes. La gente se queja, pero es que la prensa les atiza por todos los lados. Están acostumbrados a criticar y poner en tela de juicio las malas acciones de su monarquía, aunque después todos sean corderitos en sus manos. Eso está muy bien contado en The Crown.
El principal cambio de esta tercera temporada está en el reparto. La acción salta en el tiempo hasta 1964 y cambia a Claire Foy por Olivia Colman. Si la primera fue un descubrimiento, la segunda era jugar sobre seguro. Colman llega de ganar un Oscar y está en un momento dulce, y aquí se luce como Isabel II. Ella transmite esa fragilidad, esa ingenuidad y uno se cree, a pesar del cambio de actrices, que son el mismo personaje.
No ocurre lo mismo con la princesa Margarita, que pasa de estar interpretada por Vanessa Kirby, todo belleza y elegancia, a Helena Bonham Carter. Carter está muy bien en un papel al que se le da mucho protagonismo, pero es imposible que sean la misma persona aunque lo que quiera contar es la degradación física y psíquica de la hermana de la reina.
La tercera temporada de The Crown consigue ese imposible que es que no haya capítulos malos y que ninguna sea un coñazo. Todos son interesantes, bien resueltos, y en muchos de ellos se alcanza la excelencia, como en ese tercer episodio en el que una catástrofe en una localidad minera pone en evidencia que las monarquías acaban por estar de espaldas a la gente. No entienden sus problemas, ni sus sufrimientos, y siempre alguien les tiene que obligar a bajar al barro. Dios salve a la reina, al menos en la ficción, y dios deje que Netflix nos regale muchas más temporadas de una de las mejores series del momento y, sin duda, la mejor de su extensísimo catálogo.