Os voy a confesar una cosa. No soporto la expresión ‘Placer culpable’. Seguramente la haya usado alguna vez, mejor ser sincero antes de que alguien bucee y me saque un tuit en el que la escribí, pero creo que se ha convertido en el refugio de los cobardes. Parece que cuando alguien no se atreve a decir que le gusta algo que la gente critica se escuda en que es ‘su placer culpable’. Yo podría decir que Miss agente especial es mi ‘placer culpable’, pero para qué, es una comedia con la que me parto de risa aunque a la gente no le guste, así que no me voy a andar con chiquitas. Cada vez soporto menos esa hipocresía de ‘me he reído mucho pero es malísima’ o ‘a ver, es muy buena, pero me he aburrido’… No. O una cosa o la otra.
Todo esto viene porque se ha estrenado la tercera temporada de Élite, un producto para el que muchos han usado esa expresión: “Élite es mi placer culpable”, hemos leído y escuchado miles de veces. Y no entiendo por qué. Hay dos opciones, o te gusta y la defiendes o te parece un culebrón exploit destinado a saciar las hormonas de los adolescentes en ebullición. Como siempre me he posicionado con el segundo grupo no tengo ningún problema en mantener mi opinión, pero me sorprende que en esta tercera temporada sigamos usando los mismos argumentos para defenderla. “Es que engancha muchísimo...”, hombre, si una serie en la que hay asesinatos, traiciones, cuerpos de buen ver y mucho folleteo no engancha pues apaga y vámonos.
A pesar de todo puedo entender que nos la colaran la primera vez. Un culebrón adaptado a las nuevas generaciones, con un nuevo reparto de estrellas y giros de guion imposibles, de esos que sólo puedes decir ‘uy uy uy uy’. Pero todo se potenciaba en una segunda tanda en la que ya nada importaba. Daba igual que los personajes dijeran frases imposibles y pomposas, que muchos actores no dieran la talla y que no es que fuera surrealista, es que parecía la telenovela que protagonizaba Anabel Alonso en esa mítica parodia de Al salir de clase que interpretaba en 7 vidas y que se llamaba Aulas vacías, corazones llenos.
Si aquello ya parecía suficiente, la tercera temporada promete superarse. Empieza a calzón quitado, en unos pocos minutos hay un felación, un polvo en un baño, un muerto y hasta un cáncer, nuevo elemento dramático para también hacer llorar a los jóvenes. No se cortan. Van a saco. Hay más sexo, más drama, más giros… más todo. Y yo no puedo más. Esto no vale ni para ser un placer culpable. Muchos volverán a usar la expresión, pero ya no vale. Los que la defiendan que lo hagan de cara, pero que no usen esa coartada porque ya está bien.
Como en esta tercera entrega todo se multiplica, sus errores se hacen más evidentes. Esa tendencia al dramatismo -convertir a un asesino en una víctima de bullying en un derrape demencial-, esas escenas que buscan un poquito de picante provocador… Y sus aciertos siguen ahí, el carisma de unos cuantos actores destinados a ser estrellas (Arón Piper, Miguel Bernardeau o Jorge López, y sobre todo las magníficas Ester Expósito y Georgina Amorós) y un personaje a reivindicar como el más ridículo de la ficción reciente: la inspectora incapaz de resolver un solo caso y de la que se ríen en todos los rincones de ese instituto.
La tercera temporada de Élite va a ser un pelotazo, y más en un fin de semana en el que el coronavirus ha confinado a toda España en casa. Si yo fuera un adolescente la estaría viendo en bucle y estaría enamorado de La Marquesita. Pero los adolescentes se parten la cara por sus series y por sus carpetas. Es normal. Yo pediría el cierre de Las encinas definitivo. Igual que cerró El siete robles o El colegio Azcona, pero entiendo que es un pelotazo y que Netflix no va a cancelarla por las críticas de cuatro viejóvenes. Vendrá otro reparto y todo parecerá nuevo. Élite se convertirá, otra vez, en el placer culpable de mucha gente. Habra más sexo, más muerte, más de todo… y yo no la veré más.