El sexo vende. Lo sabía Freud, los creadores de publicidad, la autora de 50 sombras de Grey y ahora lo sabe Netflix, que con su nuevo reality se ha apuntado a la moda de programas como La isla de las tentaciones para plantear la pregunta inversa: ¿la ausencia de sexo también vende? Lo que propone en Jugando con fuego es ver qué es más importante para sus conejillos de indias: el dinero o el sexo. No son concursantes cualesquiera, ellos mismo dicen desde la presentación que han encontrado a “los ligones más atractivos, cachondos y con miedo al compromiso”. Imaginen el proceso de casting.
Las normas del concurso son claras. Muchos solteros y solteras cachas con ganas de ligar y desfasar. El problema… que el sexo está prohibido. Todos los concursantes tienen un bote de 100.000 dólares que irá disminuyendo. No es sólo el coito lo penalizado, sino cualquier acto o roce entre los solteros. Besos, toqueteos, precalentamientos… todo resta, y todo se lo irán comunicando una ‘siri’ virtual que todos los días les comenta quién ha pecado. Así que tampoco hay secretos. Si alguien se salta las normas todos lo sabrán, lo que provocará, además, tensiones entre todos. La isla de las tentaciones era un juego de niños comparado con esto.
La frase con la que se abre el primer episodio del nuevo fenómeno de la plataforma -ya es el número 1 en el ránking que ofrecen en su interfaz- define la mecánica de forma simple: Si estuvieras en el paraíso, con estas personas, y tuvieras que resistirte al sexo… ¿lo harías? A lo que se oye un: “ni de coña de fondo”. Spoiler: no todos lo harán. Por calentar más el asunto, antes de comunicarles las normas tienen 12 horas de libertad. En 12 horas la gente normal no le da tiempo a más que unas cañas y unas preguntas, pero aquí ya hay tres parejas que se enrollan y ponen a tono para la noche, pero ‘siri’ les frenará en seco.
Siete episodios en los que serán puestos a prueba, ¿cómo? Pues como en todos los realities, con fiestas, alcohol y juegos picantes que les harán tener más ganas aún de tener sexo. Para hacerse una idea de lo rápido que puede caer en picado el bote, los besos significan 3.000 dólares menos, una relación sexual 20.000 y la masturbación (a uno mismo) también está prohibida. El propio concurso durante sus siete episodios nos mostrará la penalización de otras prácticas. Por ejemplo, una felación son 6.000 dólares.
Por supuesto el programa se da así mismo una coartada, una moralina barata para no reconocer que lo que ofrece es morbo y sexo (o falta de). “En un mundo sin sexo, ¿lograrán establecer relaciones más profundas y duraderas?” Supuestamente ese es el motor del programa, pero al escuchar a armarios empotrados diciendo que con el dinero se irían “al club de striptease” o que no conocen “un hombre que haya estado un mes sin correrse” ese propósito parece harto difícil. Rápidamente el grupo de 14 jóvenes se dividen entre los que prefieren ganar menos y tentar al deseo y los que apuestan por perseguir a sus compañeros al baño para mantener el bote de 100.000 dólares. “Creo que podre tener las piernas cerradas por 100.000 dolares”, dice una de las concursantes.
Aquellos que se enganchen (que ya son muchos) pueden estar tranquilos, la temporada se rodó hace un año y podrán ver cómo termina esta odisea de abstinencia. El coronavirus no ha afectado a la grabación, sino que ha ayudado a que se convierta en un fenómeno de masas como ya lo hiciera antes en la plataforma Love is blind. En aquella ocasión se trataba de demostrar si el amor es ciego, y los solteros convivían en una casa pero conocían a sus pretendientes en citas a ciegas en cabinas desde las que escuchaban a su posible pareja, pero no la veía. La cosa se llevaba al extremo, e incluso se pedían matrimonio, un momento en el que se ponían rostro y cuerpo por primera vez y debían ver si el físico se convertía en un factor determinante. Una nueva estrategia de Netflix en otro tipo de contenidos, y otro éxito para ellos.