Netflix sabe lo que funciona y lo que la gente está esperando ver. No nos engañemos, los espectadores quieren series a las que engancharse, que se conviertan en sus nuevas adicciones. Ficciones que sean como drogas, que se consuman en una tarde y que dejen la necesidad de ver más y la gente acabe cayendo en cualquiera que el algoritmo sugiera. Por supuesto que en ese cajón desastre hay hueco para series de nicho, para un público más adulto, pero lo principal son series que intenten convertirse en fenómenos de masas.
Muchas fallan en el intento, pero cuando una funciona… ¡ay, cuando una funciona! Eso es maná para las plataformas, que intentarán repetir la misma fórmula una y otra vez. No hay más que pensar en la reciente The Undoing. ¿Alguien hubiera producido esa serie sin el éxito de Big Little Lies?, ¿dónde estaba David E. Kelley hasta este momento? Pero ahí están, con una de las series que más ha dado que hablar en los últimos meses.
Ocurre lo mismo con El desorden que dejas, la nueva apuesta de Netflix por la ficción española. No, de momento siguen sin apostar por esa gran serie que les infle de premios en nuestro país, y continúan creando series hechas para arrasar. Y esta, está pensada para ello desde el primer momento. Bautizarla como un Élite para adultos parece facilón, ya que hasta comparten creador, pero es que las dos conocen al espectador al milímetro y les ofrece lo que quieren.
Nadie se acercara a esta serie pensando encontrar un drama sesudo, una radiografía de la psique humana. Los que vean El desorden que dejas lo que querrán es engancharse como locos. Que haya giros en el final de cada episodio. No saber por dónde van a ir los tiros. Que jueguen con él. Da igual que se hagan trampas, porque sabes que las van a hacer y eso es lo que quieres.
Carlos Montero lo sabe, y si lo consiguió en Élite con una serie para adolescentes, aquí lo logra con este paso adelante para él como creador. El desorden que dejas tiene los mismos elementos, pero con una trama mucho más madura, menos fallera y más sopesada. No hay tanto fuego artificial. Se nota que está destinada a un público mayor, pero que en el fondo quiere lo mismo que los fans de Élite.
Montero crea un misterio en un pueblo gallego, el de una profesora que aparece muerta y el acoso que sufre su sustituta. Y lo viste todo de misterio, hace al espectador partícipe de su juego lleno de pistas falsas. Pero además, lo envuelve con toques de erotismo que lo acercan al thriller noventero. El desorden que dejas no inventa la rueda, tampoco lo pretende. Quiere ser la serie de la que todos hablen. Para ello hay que dar un salto de fe. Creerse ese colegio con esos alumnos que hablan de feminismo, esas relaciones sentimentales y alguna tensión sexual bastante imposible. El que lo haga no podrá despegarse hasta el último momento.
Hay dos elementos que elevan a la serie por encima de Élite. Uno es su reparto. Inma Cuesta y Bárbara Lennie son tan buenas actrices que son capaces de hacer creer hasta la frase de diálogo más pomposo. Ellas son el alma y el centro de la serie, y ellas hacen que todo parezca mejor. A su lado, encima, secundarios que siempre cumplen como Tamar Novas y adolescentes con mucho carisma como Arón Piper -que encima traerá muchos fans de Élite a la serie-. El otro viene provocado por su giro final, que conviene no desvelar, y gracias al cual, la serie termina hablando sobre la corrupción institucional y cómo se acaba transmitiendo a todos los estratos.
Una serie que se ve sola, que siempre deja con ganas de más, pero en la que todo parece supeditado al próximo giro, a que el espectador se sorprenda en vez de que se emocione. No pasa nada. Pero Netflix debería pensar que tiene más que suficientes ficciones de este estilo y que es hora de dar un paso adelante.