De Los Bridgerton se ha hablado mucho desde su estreno en Netflix, que ha sido, con permiso de Gambito de dama, uno de los más comentados de los últimos meses. La plataforma ha dicho que proyecta -según esos cálculos suyos tan particulares- que en su primer mes la verán más de 60 millones de hogares, y su popularidad ha sido tal, que Regé-Jean Page, uno de sus protagonistas, ya ha tenido que desmentir rumores que apuntan su nombre como el próximo James Bond. Entre todos esos titulares que se han escrito sobre la serie, los de la conversación que surgió en torno a la escena de agresión sexual que hay en el sexto episodio son los más interesantes.
Lo son, porque demuestran que en la última década nuestra sociedad ha avanzado en temas de sensibilización ante la representación de los contenidos de violencia sexual en la pantalla. Primero, y gracias al movimiento #MeToo, en aquellos en los que el sujeto que sufre la agresión es la mujer, pero poco a poco, también hemos empezado a saber interpretar aquellas situaciones en las que la víctima es el varón, algo ante lo que culturalmente parecíamos estar insensibilizados.
Si no has visto Los Bridgerton, te pongo en contexto. Daphne llegó al matrimonio con Simon sin haber recibido ningún tipo de educación sexual, por lo que desconoce los aspectos biológicos de la reproducción humana. Su marido, Simon, le ha dicho que no puede tener hijos, algo que ella ha interpretado como infertilidad, aunque el poder en su caso se refería a una cuestión de voluntad. Para evitar el embarazo él recurre a esa técnica conocida como "marcha atrás". Cuando ella descubre que debido a esa acción de su marido antes del clímax nunca podrá tener hijos, decide abandonar la posición del misionero durante el acto sexual y toma el mando para impedir que él pueda retroceder. Simon está disfrutando de la iniciativa de su esposa, pero cuando se da cuenta de lo que implica. su rostro se descompone y le dice que espere, dos veces. Ella no lo hace.
La escena en cuestión dura muy pocos segundos y, como el punto de vista es el de Daphne, y la conversación inmediatamente posterior se centra en lo traicionada que se sintió ella por la mentira, muchos espectadores no llegaron a interpretar esta escena como una agresión sexual. No soy partidaria del recurso que voy a usar a continuación porque me parece simplista, pero suele ser efectivo: si nos imaginamos la misma escena intercambiando los roles de la mujer y el varón, no habríamos tenido ninguna duda.
Hasta hace relativamente poco eran aceptadas como corrientes y, además, esperadas las bromas sobre los jabones caídos en las duchas de las prisiones, y siempre es bueno recordar que cuando se emitía Mad Men, un flashback de la infancia de Don Draper junto a una prostituta no fue interpretado como violación, cuando claramente lo era. Como nos demostró Podría destruirte el año pasado, el asunto del consentimiento parece tener muchos grises cuando el espectro no es realmente tan amplio, y suele producirse cierta confusión cuando en una escena hay manifestaciones de deseo y placer por las partes implicadas. Ver estas situaciones en pantalla y hablar de ellas hace que nos replanteemos las cosas que dábamos por sentadas y nuestras propias experiencias, una conversación social de la que sí podemos salir siendo mejores personas.