Con la pandemia muchas películas españolas se vieron entre la espada y la pared. Las ayudas al cine en España establecen que las que tienen el apoyo del Ministerio de Cultura deben estrenarse en salas. El cierre de salas por el coronavirus hizo que eso se convirtiera en una misión casi imposible, por lo que desde el ICAA optaron por modificar la ley para que en estos meses tan extraños, aquellas obras que tuvieran una subvención pudieran estrenar en plataformas para no tener que devolver el dinero. Una medida fundamental para muchos títulos -como Bajocero, que se estrena este viernes en Netflix-, y que hizo que durante el cierre de cines pudiéramos disfrutar de muchos títulos de estreno en nuestra casa.
En esta tercera ola de coronavirus la situación no ha mejorado, y los cines siguen escasos de estrenos. Toda este contexto es necesario para entender que un filme como este se estrene directamente en Netflix. La plataforma la estrenará a bombo y platillo, y seguro que llega a un público que no hubiera ido a las salas a verla, pero tras ver la película de Lluis Quílez nadie puede negar que es una película que pide pantalla grande en cada fotograma. Su cuidada ambientación, su fotografía nocturna, sus 'set pieces' de acción a lo grande, su escena en un lago helado o ese final que huele a western están concebidos para verse en la butaca de una sala.
Su efecto desde el sofá será, por tanto, menos espectacular, aunque eso no quita para que Bajocero siga siendo un thriller rodado con pulso, mucho brío y con una tensión que se masca en cada plano, sobre todo durante su primer acto, seco, asfixiante y con una violencia contenida. Es difícil hablar del filme de Quílez sin desvelar su giro que la convierte en otra cosa, en un thriller de venganza que da la vuelta al género y que convierte la película en una reflexión sobre la justicia y la moralidad en tiempos de violencia y de machismo. Un giro que va acompañado con un cambio de tono, que hace que concluya como un western crepuscular que tiene que ver con esa reflexión sobre la justicia y su ausencia.
Bajocero comienza como una película de terror con ecos del Carpenter de Asalto a la comisaría del distrito 13, una ‘home invasion’ en la que la casa se cambia por un furgón policial que traslada a unos presos. Hay corruptos, drogadictos, mafiosos… y un policía que les traslada, un Javier Gutiérrez como ese hombre normal con el que el espectador tiene que empatizar. Él será los ojos del público y sus decisiones serán las nuestras. En medio de la noche un desconocido prepara su asalto al furgón y comienza a asediarles. No sabemos qué busca, y ahí comienza un thriller con ecos de terror. Una presencia fantasmal que tiene la voz y el rostro -aunque tarda en descubrirse- de un Karra Elejalde que cambia de registro con éxito.
La segunda parte del filme, que gira hacia la acción, es donde Bajocero se pierde. Alarga su metraje en exceso y comienza a tomar decisiones y giros que rompen con la sensación de verosimilitud del primer tramo. Quílez sigue demostrando su gusto visual para conseguir set pieces espectaculares, pero para llegar a ellos hay que dar demasiados saltos de fe y tragarse unos cuantos 'deus ex machina'. A cambio entrega ese tercer acto donde el filme muestra su verdadera intención y que respira western.
Pese a ese metraje alargado Bajocero es un thriller que cumple y que da un paso más allá al darle la vuelta a los géneros. Todo comandado por un reparto perfecto. No sólo Gutiérrez y Elejalde, sino ese elenco de sospechosos habituales con un Patrick Criado desbocado y con una violencia contenida que va explotando y unos perfectos Luis Callejo y Andrés Gertrúdix. Otro thriller para Netflix, y otra película que salta de las salas a las plataformas en este tiempo extraño que le ha tocado vivir también al cine.
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