Edith Pretty tenía una intuición. En los albores de la entrada de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, una terrateniente era incapaz de dejar escapar ese presentimiento que le decía que en uno de los montículos que adornaban su propiedad había algo que debía ser desenterrado antes de que se olvidaran de ello. Tenía razón: en Sutton Hoo se encontraron tesoros milenarios y restos de un barco funerario del siglo VII que cambiaron la visión que se tenía de la sociedad anglosajona en la Edad Media. La excavación, la encargada de llevar al cine esta historia con un estelar reparto comandado por Carey Mulligan y Ralph Fiennes, no es tan brillante como esas joyas que encontraron en Suffolk, pero sí tiene algo en común con el histórico descubrimiento: la película de Simon Stone es otro de esos reivindicables títulos escondidos en el catálogo de Netflix y que corren el riesgo de desaparecer de nuestros ojos si no les prestamos atención a tiempo.
La dramaturga y guionista Moira Buffini (Jane Eyre) es la encargada de adaptar una novela publicada por John Preston en 2007 que ayudó a recordar una relato apasionante y, sobre todo, redibujar la narrativa detrás de uno de los hallazgos más importantes en la historia del Reino Unido. Durante décadas, la versión oficial de la historia borró de los libros -y de un privilegiado lugar en el Museo Británico de Londres- a Basil Brown, un arqueólogo autodidacta que ejecutó la visión de Pretty hasta que las autoridades de la época le arrebataron la investigación y los créditos de su histórico descubrimiento.
La relación de respeto y amistad que surge entre el empleado y su jefa guía una hermosa, melancólica y, por momentos, arrebatadora película que en su segunda hora decide abrir una innecesaria subtrama romántica mucho más banal que la sutil conexión entre los personajes que interpretan unos introspectivos y empáticos Mulligan y Fiennes. La peliculera historia de amor entre el amante de la fotografía que espera la llamada al frente y una joven ignorada por su jefe y por su marido (que también tiene su propio secreto que desenterrar) subraya la idea de que la ferocidad del presente siempre se va a imponer a los restos del pasado. Desgraciadamente, el precio para llegar a esa concusión es demasiado alto. Y tampoco es tan interesante.
La llegada de los personajes interpretados por Lily James (protagonista también para Netflix de Rebecca, la poco inspirada nueva versión del clásico literario que inmortalizó Alfred Hitchcock) y Johnny Flynn (un roquero y poeta inglés entregado ya de lleno a su carrera como actor; después de ser el protagonista masculino en la última adaptación de Emma, de Jane Austen, se ha convertido en David Bowie en un biopic que sigue pendiente de estreno) aleja a La excavación de su verdadero foco de interés: el retrato del lento, exigente y bellísimo descubrimiento y la reivindicación de la necesidad de desenterrar ese pasado -físico y emocional- que hemos de sacar a la luz para ser capaces de prepararnos para el futuro que va a llegar (en este caso, la guerra para Inglaterra y la muerte para uno de los protagonistas). Queramos o no.
Forjado en los escenarios teatrales, Simon Stone sabe adaptarse, sin demasiadas florituras pero tirando de oficio, al medio audiovisual apoyado, sobre todo, por la luminosa y etérea dirección de fotografía Mike Eley (La decisión) y la melancólica música del debutante Stefan Gregory, con el que el director había colaborado en un nuevo montaje teatral -estrenado en cines dentro del programa National Live Theatre- del clásico Yerma. La deriva sentimental del guion está a punto de tirar por tierra la estupenda primera hora de una de esas propuestas elegantes, sobrias y clásicas que tan bien se le ha dado históricamente al cine británico. De hecho, La excavación ni siquiera es la única propuesta “british” sobre el pasado, el rol de la mujer en la recuperación de nuestro pasado y los romances frustrados. Ammonite, la nueva película de Kate Winslet con el director de Tierra de dios, expone la difícil relación entre la vida profesional y la dimensión sentimental y personal de una paleontóloga, coleccionista y comerciante de fósiles del siglo XIX, Mary Anning.
A pesar de ir claramente de más a menos y de una trama romántica funcional pero frustrante, las interpretaciones de Mulligan y Fiennes, la melancolía que desprende el conjunto y la espectacular secuencia en la que por fin se encuentran los restos históricos son bagaje más que suficiente para sacar la pala y desenterrar La excavación del catálogo de Netflix.
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