Se abre el telón y aparecen en el escenario un director de cine con un ego estratosférico y su pareja de cinco años, una superviviente con problemas de adicciones a sus espaldas. Durante los próximos 100 minutos, Malcolm y Marie discuten apasionadamente sobre los difusos límites de una relación que se mueve peligrosamente entre lo personal y lo profesional. Pero no solo hablan de eso: el director también lamenta, de forma airada y reiterativa, el papel de la crítica cinematográfica en la industria del cine actual. Se cierra el telón. Meses después de su rodaje secreto en pleno coronavirus, la primera película del director (Sam Levinson) y la protagonista (Zendaya) de Euphoria ve la luz tras una subasta que ganó Netflix a cambio de 30 millones de dólares.
Así nació el inesperado proyecto que unió los caminos de la pareja (profesional) y John David Washington. La única razón por la que existe Malcolm y Marie es que el rodaje de la segunda temporada de Euphoria se retrasó indefinidamente por culpa de la pandemia. La llegada a meta, desgraciadamente, no es la que se había imaginado el joven director de Nación salvaje. O quizás sí. A la crítica estadounidense no le ha gustado una película que se atreve a cuestionar su función en la industria, o la mirada con la que deciden los periodistas enfrentarse a una serie de proyectos y directores.
Los números de RottenTomatoes y Metacritic, los dos agrupadores de críticos más importantes del planeta, son reveladores en el día que Malcolm y Marie ya está disponible en Netflix. Un 58% de críticas positivas en la primera, y 58 puntos sobre 100 posibles en la segunda, es un bagaje demasiado pobre para una película que arroja reflexiones descarnadas y valientes sobre el proceso de creación artística (la inspiración, la apropiación de las historias, el crédito de la autoría) y las dinámicas dependientes de una pareja. Este drama con ecos a las colaboraciones de John Cassavetes con su musa Geena Rowlands es, además, el triunfo de un ejercicio de estilo que se impone a las complejas circunstancias impuestas por la COVID-19 y un extraordinario duelo entre dos actores con una química explosiva.
A pesar de que John David Washington a veces es poseído por los excesos y la megalomanía de su personaje, esta es la película que justifica por qué Hollywood se ha vuelto loco con el protagonista de Tenet e Infiltrados en el Kkklan. El actor tira de ironía e inseguridad para aguantar la plana a una Zendaya imperial que deslumbra con una naturalidad, una fuerza y una precisión técnica y emocional arrolladora para una actriz que solo tiene 24 años y que jamás ha pisado una escuela de interpretación. La protagonista de Euphoria tiene el talento (la actriz lo hace todo, absolutamente todo, en la película, pero su discurso final sobre el agradecimiento es extraordinario), la belleza y el carisma para comerse el mundo. Ya lo está haciendo, de hecho.
Se pueden poner en duda las provocadoras intenciones de un director que, en el fondo, parece tener un ego casi tan grande como el del personaje que retrata y critica. Pero Malcolm y Marie es, pese a sí misma, un arrebatador y magnético ejercicio del que no puedes apartar la mirada en su -ciertamente- excesivo metraje. Algunos periodistas han decidido responder como ya hicieron cuando M. Night Shyamalan, harto de cómo trataban los plumillas a sus películas, incluyó en las tramas de la polarizante La joven del agua a un insoportable crítico de cine. Se rieron del director. La jugada, con adjetivos distintos, ha vuelto a repetirse.
La protagonista no es la única colaboradora habitual de Levinson que ayuda a que la película vuele más alto de lo que se podría esperar de un proyecto rodado por casualidad en mitad de una pandemia. El productor musical es clave a la hora de crear en la audiencia esa sensación de incansable combate de boxeo cuyos descansos entre asaltos (la película es, básicamente, un duelo dialéctico tras otro de sus protagonistas) aparecen ante nosotros en forma de juguetones momentos musicales que nos mantienen dentro del conflicto sin volvernos locos. Además, la bellísima dirección de fotografía en blanco y negro de Marcell Rév (junto a los primeros planos y el cuidado a las reacciones de los personajes / actores de Levinson) es también clave para convertir a Malcolm y Marie en una obra que, a pesar de su carácter literario, tiene una personalidad puramente audiovisual.
No hay respuestas fáciles para la relación de codependencia que arrastran los personajes y en los que nos colamos durante una noche. Tampoco pretende Levinson llegar a ninguna conclusión en ese sentido. Intensa. Pretenciosa. Emocionante. Mordaz. Reflexiva. Arrolladora. Hay muchos adjetivos que pueden definir la experiencia de ver la última película de Netflix. Pero mediocre, que es la sensación a la que apunta un 58% de reacciones positivas por parte de la crítica, no es una de ellas. Sí, estamos ante el espectáculo de Zendaya, pero Malcolm y Marie es más que eso. Mucho más.
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