Mi padre siempre usa un refrán: “lo poco agrada y lo mucho cansa”. Un refrán que siempre ha valido para cualquier cosa y que ahora viene como anillo al dedo para hablar de la nueva serie de Netflix creada por Àlex Pina, la mente pensante detrás del fenómeno La casa de papel. Se llama Sky Rojo, y tiene todos los mimbres para ser el nuevo fenómeno de masas de la plataforma, a pesar de que lo que se vea es una ficción en la que se repiten los mismos recursos vistos en todas las ficciones de Pina una y otra vez hasta el agotamiento.
No es que ninguno de ellos fuera especialmente novedoso. Realmente lo que hizo fue un popurrí de referencias postmodernas para contar un atraco de toda la vida. Un poco de Tarantino por aquí, una voz en off por allá, lo aderezas con un montaje frenético y lo espolvoreas con musicón atronador y ya está. Daba igual que según avanzara la trama se cayera por todos los sitios, que el estilo se repitiera, que el recurso de la voz en off fuera inconsistente -¿cómo puede ser Tokyo un narrador omnisciente que sepa lo que pasa en todos los sitios si ella es parte del juego?- y que las frases de libro de poesía canallita chirriaran.
Si a la propia serie matriz se le ven las costuras a partir de su tercera temporada imaginen a las siguientes series, que no sólo no han intentado evolucionar u ofrecer otro estilo, sino que perpetúan y explotan el que estaba. Lo vimos en White Lines, segunda ficción creada para Netflix donde empezaba con la voz en off de una mujer soltando frases supuestamente lapidarias. Después un thriller de acción con el tráfico de drogas y un crimen. No ha funcionado.
Ahora viene el tercer intento, este Sky Rojo que es un thriller sobre tres prostitutas que huyen de su proxeneta en una especie de Thelma y Louise cañí. Una serie que abre, cómo no, con una voz en off de una protagonista femenina, pero en esta ocasión desde la primera frase todas las alarmas saltan por los aires. Anuncia que es prostituta, que antes fue ama de casa y antes bióloga. No es un guiño a Ana y los siete, es una frase real del comienzo de la serie. Todo en la voz engolada de Verónica Sánchez.
A partir de ahí viene una serie que apuesta por los mismos recursos que ya hemos visto y que aquí encima se amplifican. Una fotografía saturada con unos buenos neones, un montaje supuestamente eléctrico, muchos movimientos de cámara, mucha acción y frases que quieren ser canallitas. “¿Quieres que te coma los huevitos, cariño”, dice una prostituta y no sabes si quiere ser gracioso o no, porque uno no es capaz de descodificar el tono de la serie.
Sky Rojo quiere ser Tarantino y se queda en Robert Rodríguez, y a pesar del esfuerzo de todos (especialmente de Asier Etxeandía y de Lali expósito, el gran descubrimiento de la serie), patina. No se le puede negar el riesgo a estar dos puntos por encima en todas sus decisiones. Está claro que han querido apostar por el exceso en todo, hasta en las interpretaciones que siempre están en el alambre. Pero ese exceso no cuaja.
La serie de Àlex Pina tiene otro problema, y es que aunque deje claro que no es una reflexión sobre la trata de personas con fines de explotación sexual, su acercamiento visual no ayuda. No parece que el equipo haya leído a Laura Mulvey y su reflexión sobre la sexualización del cuerpo en el audiovisual y lo que es la 'male gaze', sino los planos de bocas femeninas abiertas para hacer una felación, los traseros en ropa interior o los pezones a punto de ser lesionados con unas tenazas no hubieran sido un recurso repetido hasta la saciedad.
Esta casa de papel puesta de LSD hasta las patas es la muestra de que lo poco agrada y lo mucho cansa. También se puede tirar de otra frase hecha y decir que les toca renovarse o morir, pero para eso la última palabra la tendrán los usuarios. Si Sky Rojo funciona la fórmula se repetirá hasta que rompa del todo.
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