Había un anuncio en televisión en los años 90 que se convirtió en frase recurrente en el día a día. Se trataba de una publicidad de un juego de mesa en el que había que encontrar palabras que empezaran por una determinada letra en categorías concretas. “Comenzando por P, un animal de compañía…”, decía una de las jugadoras; a lo que su compañero de al lado respondía con cara de baboso “¡pulpo!”. Aquella gracieta pasó a nuestro lenguaje y se terminó usando cuando alguien tiene que aceptar algo por imposición, o por no discutir.
Se entendía que el pulpo nunca podría ser un anima de compañía, cómo iba a serlo. Quién en su sano juicio tendría a un cefalópodo como si fuera un perro… Bueno, quizás esa expresión y lo de aceptar pulpo como anima de compañía cambie después de ver el nuevo documental de Netflix, Lo que el pulpo me enseñó, uno de los fenómenos del cine de no ficción de la temporada y el largometraje favorito al Oscar en su categoría.
Lo que el pulpo me enseñó se ha convertido en un éxito del boca a boca, y lo ha hecho por su propuesta delirante, la de un documentalista que harto de su vida se retira a una casa al borde del mar y comienza a salir a bucear todos los días. Allí, bajo el mar, se quedará prendado de un pulpo al que acudirá a ver todos los días. Lo curioso es que al ir constantemente se gana la confianza del animal, que pierde el miedo, y acaban entablando una relación peculiar. Una sorprendente amistad que incluso a veces parece una relación romántica al ver como él habla de su amigo el pulpo.
Un filme dirigido por Pippa Ehrlich y James Reed -experto en documentales de naturaleza- y que deja con la boca abierta por sus espectaculares imágenes acuáticas. Son escenas de una gran belleza, como pocas veces se habían visto. Pero, además, nos presenta esa única y extraña relación entre los dos protagonistas, el humano (Craig Foster) y el cefalópodo. Uno puede pensar que Foster empieza a perder la cabeza, él mismo reconoce que está obsesionado con el animal. Y el espectador se sorprende al escucharle frases en las que parece que puede comunicarse con el pulpo. Pero uno no puede más que quedarse con la boca abierta cuando vemos a ese pulpo subir por su cuerpo y jugar con su nuevo amigo.
Una vez pasada la sorpresa, el documental a veces raya el manual de autoayuda -cómo el pulpo y la naturaleza le ayudó a superar su depresión-, pero no deja de ser una propuesta curiosa, original y algo delirante. Una increíble y sorprendente historia de amistad como la que tantas veces nos ha contado Hollywood, incluso entre un hombre y un perro, pero nunca con un pulpo.
La pasión por este documental la comparte el público y la crítica, que la ha colocado como uno de los mejores del año. Acaba de ganar el premio del sindicato de productores, está nominado en el de directores y opta al premio Bafta y al Oscar. Es el favorito para llevarse el premio, pero cuidado porque este año la no ficción ha dejado grandes obras.
El pulpo más famoso desde Paul, aquel invertebrado vidente que adivinaba quién iba a ganar el Mundial de fútbol, se las tendrá que ver con Collective, el filme de HBO sobre la investigación periodística que destapó un caso de corrupción en Rumanía; la otra apuesta de Netflix, Crip Camp, que cuenta con los Obama como promotores del proyecto; Time, el filme sobre el racismo que se puede ver en Amazon. El quinto en discordia tiene producción española. Se trata de El agente topo, una joya llena de emoción sobre una residencia de ancianos en Chile y que han producido las españolas Marisa Armenteros y María del Puy Alvarado.
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