La calle del terror sigue dando alegrías y sustos a los amantes del terror. Si en la primera entrega de la trilogía de Netflix inspirada en las novelas superventas de R. L. Stine la reverenciada Scream era la referencia más evidente de la directora Leigh Janiak, la Parte 2 homenajea a Viernes 13 y las múltiples herederas que siguieron sus pasos en la segunda edad de oro el slasher.
Salvo excepciones muy concretas, la historia del slasher nos ha demostrado que no conviene esperar demasiadas sorpresas de las continuaciones de esa primera película que ha marcado el tono, la amenaza y el modus operandi del asesino. Las hay mejores (Pesadilla en Elm Street 3: Los guerreros del sueño, Scream 2, Viernes 13, 2.ª parte) y peores (Viernes 13, parte III, Aún sé lo que hicistéis el último verano, La matanza de Texas 2), pero rara vez nos encontramos con algo que sea completamente diferente.
La audaz decisión de La calle del terror de crear una trilogía en la que cada capítulo tiene un estilo claramente diferenciado (1666, la película que cerrará la historia, será una historia de brujería) es un acierto. La directora y guionista evita caer en la repetición que hace tan previsible y, cuando se hacen bien, divertido un subgénero que casi desapareció cuando Hollywood decidió matar la gallina de los huevos de oro haciendo nuevas versiones de todos los clásicos de la época que en la que está ambientada la cinta: los años 70.
Janiak empieza la segunda película de un proyecto que debería lanzar su carrera en Hollywood con un personaje secundario de la entrega previa, fechada en 1994: C. Berman, la única superviviente (así la vende la saga, aunque no sea realmente así) de la matanza que aterrorizó al campamento Ala Nocturna. Tranquilos, la final girl ya adulta que interpreta Gillian Jacobs (la actriz de Community y Love) no muere en el prólogo de la película como lo hacía Maya Hawke en la predecesora.
Cada época del slasher tiene sus reglas y una muerte memorable es la seña de identidad del género en los 90 (gracias, Drew Barrymore), no en los 70. Cambia la ambientación, cambian las reglas, cambian los protagonistas. Tras una breve reunión de los supervivientes de la primera parte de La calle del terror y el personaje que nos guiará por la secuela, es el momento de viajar en el tiempo hasta el sangriento campamento de verano. Allí tendrán que convivir, con vejaciones, acusaciones de brujería y prejuicios en el menú de interacciones sociales hostiles, los habitantes de los dos bandos que protagonizan la trilogía: los ricos y privilegiados de Sunnyvale, por un lado, y los desgraciados y perdedores de Shadyside, por el otro.
Como mandan los cánones en esta variante del género que busca castigar a todo adolescente que se deje llevar por sus instintos más primarios, las muertes no empiezan hasta bien avanzada la historia. La segunda entrega se toma su tiempo (quizás más del que apreciarán las generaciones que apenas conozcan la historia del slasher) en presentar a sus nuevos personajes y, en algunos casos, ir más allá de los estereotipos en el perfil de las futuras víctimas. Sin llegar a crear personajes memorables, La calle del terror se preocupa por dar personalidad a sus sufridos protagonistas a pesar de que, la mayoría de ellos, vayan a morir o estar presentes únicamente en uno de los capítulos de la historia.
Cuando el festín de sangre empieza, no hay quien lo pare. Como apreciarán los seguidores de los slasher, el conteo de cadáveres es mucho mayor que en la película estrenada la semana pasada en Netflix. Un socorrido hacha será el compañero de viaje de un asesino encapuchado que ya apareció en la primera parte de la trilogía y que aquí tiene, durante casi toda la película, el protagonismo exclusivo en la matanza. La verdadera villana en la sombra, la bruja Sarah Fier que periódicamente hechiza a un habitante de Shadyville para que siga ejecutando su venganza, sigue siendo un enigma que terminaremos de entender en la parte III de la historia.
El concepto más interesante y original que maneja La calle del terror va más allá de tener a un asesino en serie detrás de ti que intenta acabar con tu vida. No es habitual que las diferencias sociales, económicas y de clase sean un ingrediente tan importante en un género que suele limitarse a acabar con la vida de adolescentes salidos y descerebrados. También los hay en esta Parte 2, por supuesto, pero la propuesta de Stine y Janiak va más allá.
Sandy Sink (Max en Stranger Things) y Ted Sutherland (Rise) protagonizan una nueva subtrama entre la final girl del campamento y su interés romántico, un monitor del lado noble de la ciudad. La película revela que el Sheriff de 1994, al que vimos brevemente en la anterior película, tiene un papel clave en esta precuela y en el perenne conflicto entre los dos distritos sobre los que gira una sangrienta historia que todavía no ha cerrado sus heridas 300 años después.
La segunda película del tríptico de Netflix confirma las buenas sensaciones que había dejado ese homenaje al terror de los 90 de la primera entrega. A pesar de que esta heredera nunca llega a igualar o superar los méritos de sus referentes, La calle del terror sigue presentando sus credenciales para ser uno de los eventos audiovisuales del verano. Ahora solo falta que el desenlace esté a la altura.
Las dos primeras entregas de la trilogía de 'La calle del terror' están disponibles en Netflix. El próximo 16 de julio se podrá ver la película que cierre la historia.
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