Parece una tontería, pero qué importante es encontrar el tono adecuado para contar algo. Cada historia tiene el suyo propio, y los creadores deben intentar dar con la tecla correcta. Hay historias que requieren un tono más sobrio, otras más emotivo, y luego están las que juegan en la línea de lo verosímil… Encontrar el tono puede ser la diferencia entre triunfar y no hacerlo. Valga esta introducción para ejemplificar todo lo que falla en Jaguar, la nueva serie española de Netflix, que nunca encuentra el exacto, pareciendo varias series diferentes en cada episodio.
La serie creada por Bambú cuenta la historia de un grupo de cazanazis que reclutan a una joven, a la que interpreta Blanca Suárez, para culminar su misión de pillar a un jefazo fascista. Su idea, y aquí una de las novedades, no es buscar venganza, sino justicia. Un término que hace que su planteamiento tenga algo de distancia respecto a otras ficciones de trama muy similar. Todos ellos, de alguna forma, son supervivientes de los campos de concentración, y viven en la España de los 60 donde el franquismo ha acogido a los nazis sin ningún tipo de pudor.
Con esa trama, los responsables de Jaguar tuvieron que plantearse qué serie querían ser. Y parece que optaron por muchas decisiones. Jaguar es a ratos un drama sobre las consecuencias del trauma, en otros un thriller de acción, a veces juega a parecerse a una película de robos y misiones, y en ocasiones su estilo quiere ser moderno y hasta pop cuando cinco minutos antes había estado en una escena dramática. Hay muchas series en Jaguar, no se apuesta por ninguna, y esa falta de definición hace que ninguna funcione.
El principal problema de la serie es que en la mayor parte de su tiempo se toma demasiado en serio. Hay frases pomposas, muchos momentos de caras serias, ceños fruncidos y mucho sacar el trauma de los personajes. O incluso expresarlo en alto para que el espectador lo entienda. “Allí la pesadilla era despertarse, aquí es quedarse dormido”. Dice el protagonista a Blanca Suárez en el segundo episodio subrayando de nuevo que aquel horror les ha dejado secuelas para toda la vida.
Esa intensidad contrasta con otros muchos momentos, empezando por los títulos de crédito más delirantes vistos en mucho tiempo y de los que hay que abstraerse. Parece una tontería, pero esa falta de tono queda clara desde esos créditos. No tienen nada que ver lo que sugieren con lo que luego ocurrirá en escena.
Y así uno salta de esos créditos que prometen un exploitation divertido -léase Hunters (2009) o en un nivel mucho más alto Malditos Bastardos (2020)-, a un drama, a un thriller o a otros registros más inverosímiles, como ese golpe en el segundo episodio para pinchar un teléfono que gracias al montaje, la música y la planificación parece sacado de una película de la saga de Ocean´s Eleven. O esa primera pelea de Blanca Suárez y Óscar Casas que parece sacada de un filme de acción de hace 10 años.
Y aquí entra uno de los elementos más importantes que hacen que Jaguar esté todo el rato en el terreno de la indefinición. Su apuesta musical, presente todo el rato y que desconcierta en cada escena. Música rozando lo electrónico, canciones cantadas con estilo moderno -esa escena en el tablao flamenco o el cameo de India Martínez- mezcladas con clásicos de la época como Tómbola… Un popurrí en el que todo vale y que no acompañan a la escena. Las persecuciones de acción pierden su épica acompañadas de la banda sonora o de una fotografía que abusa tanto del tono rojo que hace que te preguntes si hay una sala de revelado en todos los sitios.
Tampoco ayuda un reparto desigual, con una Blanca Suárez que cumple y con Francesc Garrido siempre correcto. El punto chulesco de Oscar Cásas, que pretende introducir comicidad, no funciona; el personaje de Adrián Lastra no sabes si quiere resultar dramático por su problema o cómico; y el compañero de Blanca Suárez al frente, Iván Marcos, siempre está demasiado impostado.
Había un material muy interesante en Jaguar para realizar una gran serie. La connivencia del franquismo con los nazis es material de primera, pero aquí todo es un cóctel de referencias que acaban como agua y aceite. Hay que destacar también un paso adelante en el acercamiento histórico de Bambú, una productora a la que siempre se le había criticado por el blanqueamiento de la historia española en series como Velvet (2014) o las primeras temporadas de Las chicas del cable (2017). Aquí se menciona claramente al franquismo, a su permisividad, a la Memoria Histórica, y una de las escenas más importantes de los primeros episodios es en casa de Pilar Primo de Rivera. Jaguar es otra prueba de que Netflix tiene que empezar a apostar por otro tipo de ficciones en nuestro país. Si siguen buscando en fórmulas ya vistas, parece difícil volver a sorprender. Más Fariña y menos Jaguar.
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