Hay un pasaje del primer episodio de la quinta temporada de Élite que ayuda a definir a la perfección la sensación que el fenómeno adolescente me provoca casi cuatro años después de su estreno: “No sé si me hace gracia, me gusta o me da mucho cringe”. Las palabras las dice uno de los nuevos personajes aludiendo al evidente interés que tiene en él Patrick (Manu Ríos), pero las podríamos firmar nosotros después de ver un adelanto -tres episodios- del regreso de la serie a Netflix el próximo 8 de abril.
Después de una floja tercera temporada que narrativamente podría haber servido de punto final para la creación de Carlos Montero y Darío Madrona, la serie de Netflix inició su renovación con una lúdica vuelta a los orígenes con un inevitable cambio de reparto y un remix de los tres elementos que llevaron a Élite a convertirse en un éxito mundial: el sexo y la guerra de clases.
El cambio de dirección de la serie (Jaime Vaca, un histórico de Física o Química, sustituyó a un Madrona que haría las Américas poco después con otra serie adolescente, Alguien está mintiendo) insufló vida, morbo y desvergüenza en una serie que, como todo producto del género, estaba condenado a agotarse o reinventarse. La primera dosis del remedio funcionó (la trama del príncipe y sus debates sobre el privilegio y el consentimiento fueron su gran acierto), pero su disperso regreso apunta a que es posible que la siempre disfrutona Élite ya haya dado de sí todo lo que había prometido.
La autoconsciencia de esta serie más deudora de Crueles intenciones que de Gossip Girl siempre había sido uno de los méritos de una ficción que nunca había pretendido ofrecer nada más allá de lo que había a simple vista, ni decir nada sobre el mundo en el que vivimos. La decisión, criticada por algunos de sus detractores, de huir de la localización geográfica o la temporalidad era otro de los rasgos clave que permitieron la globalización de un drama adolescente situado en realidad a las afueras de Madrid y en un tiempo presente. Todo correcto hasta aquí.
“Para ser la que limpia, bien que te gusta llenar todo de mierda”, dice un personaje en otro de esos momentos tan Élite en los nuevos episodios. Los sardónicos comentarios sobre Cayetana (el mejor personaje de la serie desde la marcha de Lu) encajan mucho mejor en su universo que la decisión de los guionistas de mirar a la realidad por una vez e introducir en su ficción a los menores no acompañados en forma de un personaje interpretado por Adam Nourou, el actor francés ganador del Goya por Adu. La primera toma de contacto con la trama de ¿denuncia social? (a través del personaje de Omar, el “pobre de la función” hasta ahora) roza el bochorno. No parece que el futuro de esa historia sea mucho más esperanzador.
Otro de los fichajes de esta temporada nos lleva directamente al “me hace gracia” de la ecuación. André Lamoglia interpreta al hijo de un futbolista portugués (la serie no disimula en su intención de hacer un trasunto de Cristiano Ronaldo). Que Iván sea heterosexual no impide que Patrick se obsesione con él, convencido de que puede llevarle a su terreno. No podemos culparle: es posible que tanto el personaje como Manu Ríos, el actor que lo interpreta, no hayan escuchado jamás la palabra no. El acercamiento a esta trama simboliza de forma ejemplar el acercamiento al morbo de Élite: más que sexy, es fantasiosa; más que desvergonzada, resulta cómica.
El modus operandi de Patrick (el careo en la ducha) ya ni siquiera sorprende, a diferencia de una trama episódica que vuelve a poner a prueba los límites de verosimilitud de una serie en la que ese término jamás ha existido (ni falta que hace). Ver cómo el director de Las Encinas invita a sus alumnos a elegir cuál de sus compañeros es expulsado es un delirio que parece sacado de un reality show. Entre los giros dignos de Mediaset y un acercamiento frívolo a los problemas del mundo real, está claro del camino que debería seguir Élite.
Lo más interesante de los nuevos episodios llega de nuevo de la mano de Cayetana y Philip, el príncipe que interpreta la estrella del pop Pol Granch. Justo después del estreno de la cuarta temporada de la serie de Netflix, la polémica sobre el pasado del hispanofrancés se avivó. Montero y Vaca, voluntaria o involuntariamente, siguen explorando las ramificaciones de una trama que habla de violaciones, abuso de poder y privilegio. ¿Tiene derecho a redimirse alguien que ha cometido errores en el pasado?, se preguntan los personajes. Aunque Élite no da respuestas, es de aplaudir que no hayan huido de una trama que puede levantar ampollas a partir del próximo viernes.
Como manda en los cánones de la serie, en la quinta temporada vuelve a haber un crimen. En la entrega anterior el cierre sirvió para dar carpetazo a una de las tramas más problemáticas de la serie. Aún no sabemos por dónde van a tirar las ramas este año, pero quizás porque ya lo hemos visto casi todo antes o porque esos avances en forma de flashforwards no son más que señuelos, la nueva intriga ya no resulta particularmente… intrigante.
Élite ya da muestras de cansancio. Más pronto que tarde, veré los cinco episodios restantes de la quinta temporada. Probablemente con una mezcla de gusto, satisfacción y pudor. Dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo, hasta en el retorcido universo de las Encinas.
La quinta temporada de 'Éilte' está disponible en Netflix desde el 8 de abril.
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