No es la primera vez, ni mucho menos, que una de las películas más esperadas de un gran festival vuelve a la sala de montaje después de su multitudinaria puesta de largo. Pasó con Érase una vez en Hollywood, que Quentin Tarantino retocó entre su debut en Cannes y su exitoso paso por los cines y los Oscar, y acaba de volver a suceder con lo nuevo de Alejandro González Iñárritu. Apenas tres semanas después de su première mundial en Venecia, San Sebastián ha sido el escenario del primer pase de la versión -en teoría- definitiva de la esperada Bardo.
El director mexicano ha explicado a la prensa española, entre la que se encontraba SERIES & MÁS, cómo su película ha pasado de durar 174 minutos a 152. “Terminé Bardo dos días antes de ir a Venecia y, como fui el editor de la película, estaba muy cerca de ella. Nunca tuve la oportunidad de verla con gente, con amigos, con colaboradores, que es lo que suelo hacer normalmente cuando termino una película”, reconoce el oscarizado autor de El renacido y Birdman.
En circunstancias normales, Iñárritu se reserva un par de meses para hacer pases privados y tener reacciones de un público ajeno a la producción, por reducido que sea. “Aquí la vi solo con tres o cuatro colaboradores. Cuando llegué a Venecia ciertos efectos visuales me pusieron contra la pared en la agenda. La realidad es que la vi por primera vez con gente en un pase de 2000 personas en Venecia. Luego volví a verla en Telluride”. Para entonces el director ya había recibido las peores críticas de su carrera y, aunque se mostró disgustado con algunas reacciones de la prensa a su película más personal, decidió empezar a trabajar en un nuevo montaje.
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“Me di cuenta inmediatamente de que una película existe cuando la ve el público. No importa lo que yo hubiera querido expresar, cómo la hice o mis motivos. Lo importante es lo que la gente siente al verla”, reconoce Iñárritu. De forma inmediata, el director empezó a trabajar en el ritmo interno de algunas escenas, aunque insiste desde la ciudad donostiarra en que “la película está intacta y la esencia es la misma”. Bardo es igual, da igual si la viste en Venecia o San Sebastián, insiste un autor que no había vuelto a dirigir una película desde El renacido.
“Lo que hice fue asumir la capacidad de síntesis y entrar en los mismos temas de una forma más rápida. De hecho, hay una escena más en esta película que no estaba en el primer montaje”, aclara. “También saqué cosas musicalmente e hice algunos juegos de remezclas que me parecieron muy ruidosas. Esos cambios fueron fortaleciendo el músculo de cada escena y acabó más delgada, pero es la misma”.
Iñárritu se siente satisfecho después de terminar un proceso que, aclara, ya había aplicado con 21 gramos y Babel tras su première mundial en Venecia y Cannes, respectivamente. “Para mí una película es un proceso indefinido. Soy muy riguroso y hasta que no me quitan la película por un festival o un estreno, sigo trabajando con ella. Es una oportunidad porque así va a quedar para toda la vida, así que más vale que tome las decisiones independientemente de lo que piense la gente”, zanja sobre uno de los temas más comentados entre la prensa especializada cuando se publicó, a poco más de una hora de la primera proyección de la película, que en San Sebastián se vería una versión diferente y 22 minutos más corta.
Bardo se estrenará en cines españoles el 4 de noviembre. A Netflix llegará el 16 de diciembre tras la ventana de exclusividad más larga en la historia de la plataforma de streaming. En la primera película en México de Iñárritu desde Amores Perros, Daniel Giménez Gacho interpreta a un reconocido periodista y documentalista mexicano que regresa a su país de origen para enfrentar su identidad, sus afectos familiares, lo absurdo de sus memorias, así como el pasado y nueva realidad de su país. El personaje busca respuestas en su pasado para reconciliar quién es en el presente.