Alejandro González Iñárritu tenía ganas de parar y reflexionar sobre su vida, su carrera y su relación con un país, México, que abandonó hace ya más de veinte años para lanzarse al sueño americano. Los Oscar de Hollywood, los festivales de cine y hasta la taquilla hicieron realidad esa fantasía clásica del inmigrante que hace un siglo llegaba a la isla de Ellis con la esperanza de empezar de cero. Para su primera película en ocho años, Bardo, el director decidió sumarse a la moda de la autoficción con una provocadora propuesta que, por primera vez en su carrera, se encontró con una fría recepción en su première mundial en Venecia. A San Sebastián el mexicano incluso llegó un nuevo montaje, el mismo que desde mañana se puede ver en Netflix.
Bardo no es una película al uso. Tampoco es una clásica incursión en un género al alza que en los últimos años han explorado de forma mucho más literal otros autores de renombre como Pedro Almodóvar, Alfonso Cuarón, Steven Spielberg, Kenneth Branagh y James Gray. Por obra y arte del cine, Iñárritu se convierte en Silverio Gama, un prestigioso periodista y documentalista mexicano anclado en Los Ángeles que recibe un importante premio internacional y tiene que volver a su país natal. Lo que ignora es que este sencillo trayecto lo llevará a un límite existencial. Los disparates de sus recuerdos y sus miedos han decidido abrirse camino hasta el presente, envolviendo su vida cotidiana en un halo de desconcierto y asombro.
Con una mezcla de emoción y sentido del humor que roza el absurdo, el periodista se plantea su relación con su propia identidad, el éxito, la historia de México y sus vínculos familiares. “Meterte en la nostalgia es una trampa, pero fue catártico e innecesario para mí. Entiendo que pueda ser irritante para otras personas”, reconoce el cineasta de 59 años durante un encuentro con la prensa española en la última edición del Festival de San Sebastián.
Mirar al pasado ha sido una oportunidad de revisitar episodios importantes de su pasado. “Haciendo esta película me he dado cuenta de que hubo cosas que fueron muy dolorosas que hoy puedo ver con mucha más ligereza o con humor. Me puedo reír de ellas, o al revés: cosas que no me parecían tan importantes me crean una emoción muy distinta ahora”. Con esta película, el cineasta explora también la memoria involuntaria, la necesidad de poner las cosas en orden después de 25 años de estar fuera de mi país y de toda esa sensación de desplazamiento que en los últimos años ha llenado muchas de sus reflexiones, de sus miedos y decisiones.
El director decidió que su alter ego en la ficción fuera un periodista y documentalista porque la crisis del personaje, y la suya propia, “tenía que ver con un choque entre la ficción y la realidad”. El autor de Amores perros confiesa que en estos momentos de las fake news y la posverdad, es un buen momento para explorar conceptos como la verdad y las narrativas, cómo se construyen y qué agenda persiguen. “Esa realidad me ha permitido a mí meterme en mundos, historias y cosas que van más allá del cine y de la ficción”.
En Bardo, Silveiro Gama ejerce también como entrevistado en una memorable escena en una terraza. “Las acusaciones mutuas en cada uno de estos personajes representan dos formas del pensamiento, el lado izquierdo y el lado derecho del cerebro. Es lo que estamos viviendo en el mundo, hay una polarización brutal de puntos de vista, o racionales o totalmente libres”. Esa polarización de la que habla uno de los integrantes de los Tres Amigos, la pandilla que forma junto a Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro, se ha traslado a la recepción de su propia película. A pesar de que Bardo ha encontrado defensores apasionados, buena parte de la crítica ha chocado con la grandilocuencia de Iñárritu.
“La desacreditación de una intención de algo personal me parece que no tiene cabida en una crítica”, lamenta Iñárritu, sobre una recepción que ha tenido cabida para expresiones como “ego desmesurado”, “en su desmesura y autocomplacimiento” o “lánguida y redundante”. “Está increíble que la gente reaccione, pero que hablen de la película. Una película que le guste a todo el mundo es muy sospechosa. La indiferencia para mí es el peor castigo como director”, zanja.
Meterte en la nostalgia es una trampa, pero fue catártico e innecesario para mí. Entiendo que pueda ser irritante para otras personas
Tras la proyección de la película, la crítica internacional insistió en las influencias del cine de Federico Fellini en Bardo. El mexicano insistió durante la rueda de prensa en que le habían marcado más la literatura de Borges o Cortázar que cualquier cineasta occidental. “Es importante ver de dónde viene esta película y no limitarte a creer que aquí se inventó todo. Hay una cultura propia”, reflexiona desde la ciudad donostiarra.
“Hay mucho desconocimiento, sobre todo anglosajón, de nuestra cultura. En más de 20 años viviendo en Los Ángeles nadie me ha hablado de Octavio Paz o de Orozco. Tenemos una cultura propia con un imaginario muy poderoso y milenario”, lamenta. Iñárritu rechaza también las comparaciones de la banda sonora de Bryce Dressner con Nino Rota, el legendario compositor de El padrino y Fellini 8 y ½. “No, es de las bandas mexicanas de Oaxaca. Así suena nuestra música desde hace 300 años”.
El autor admite que tampoco espera que se entiendan todas las lecturas de una propuesta tan personal. “Es una película que me pertenece a mí y a un país como el nuestro, y a una ciudad como la nuestra tan compleja. El no verse más que el ombligo está en esta visión angloeuropea de las referencias es un error. Hay más de Buñuel en Bardo que de Fellini”, sentencia.
A pesar de las influencias de la literatura latinoamericana y la decisión de que Silverio Gama, no se ve siguiendo los pasos de Quentin Tarantino, el último de los grandes directores que se ha pasado a la literatura con una novelización de Érase una vez en Hollywood y un ensayo sobre la crítica y la historia del cine, el aún inédito en España, Cinema Speculation.
“No soy escritor, no podría haber escrito Bardo como una novela. Yo no podría tener ese talento”, dice antes de recordar que el público y la crítica son mucho más amables cuando son los escritores o los pintores los que reflexionan sobre sus propias vidas. “Es casi una obligación y una tradición. En el cine se acusa un poco más de alguna forma, ¿como puedes construir una crítica desde la autoridad cuando hay un ataque personal sobre una intención que se lee y que nadie sabe?”, denuncia, mientras vuelve por última vez a uno de los focos de fricción en algunas de las reacciones de la prensa a su último trabajo. Ahora eso ya no importa. Con su llegada a Netflix, Bardo ya está en las manos del público.