El primer gran estreno de Netflix para el mes de noviembre ya está aquí. The Crown acaba de estrenar su quinta temporada en la plataforma y ya están disponibles los nuevos episodios, que se sitúan en los años noventa, una de las décadas más complicadas para la corona británica.
A lo largo de esta nueva entrega, la ficción histórica repasará una nueva etapa del reinado de Isabel II, que se acerca a cumplir 40 años en el poder. Mientras repasa los momentos más importantes de su reinado, surgen nuevos retos que afrontar y también deberá lidiar con la grieta que acaba de abrirse en su familia por el inminente divorcio del príncipe Carlos y Diana.
Su primer capítulo sitúa un gran inicio de temporada, subiendo a bordo del Britannia, un enorme barco que se convertirá en uno de los grandes escenarios desde el momento en el que aparece en pantalla y hasta el episodio final.
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Un gran palacio flotante
La historia del Yate Real Britannia se remonta hasta el reinado de Jorge VI, que fue cuando se presentaron los primeros diseños para llevar a cabo su construcción. El monarca ya tenía un estado de salud más bien delicado y aunque los expertos pensaban que viajar le ayudaría a mejorar, su muerte en 1952 llegó antes de que John Brown & Co recibieran la orden de construirlo.
Los astilleros, que también habían firmado otras embarcaciones reales como el Reina Isabel o el Reina Mary, tardaron poco más de un año en completar su trabajo y durante ese tiempo su nombre permaneció en secreto.
Su inauguración oficial fue en abril de 1953, menos de dos meses antes de la coronación de la Reina Isabel II, que abrió una botella de vino para anunciar: "Llamaré a este barco Britannia. Le deseo éxito a él y a todos los que naveguen en él".
Gestos de empatía con la sociedad
En el contexto histórico en el que comenzó a navegar el Britannia, la sociedad británica se enfrentaba a una gran crisis y aún trataba de recuperarse de la Segunda Guerra Mundial.
Siendo plenamente conscientes del momento que estaba viviendo el país, la reina Isabel y el príncipe Felipe quisieron supervisar el proyecto de la embarcación y se pensaron mejor cómo decorar los interiores, previstos para ser encargados a los diseñadores de lujo McInnes Gardner & Partners. Finalmente, Sir Hugh Casson fue el elegido para rediseñar los interiores.
Durante 44 años, el yate real acompañó a la reina y a otros miembros de la familia real en sus viajes alrededor del mundo, registrando más de 1 millón de millas y ganándose el apodo de "palacio flotante". Cumplió diversas funciones y la propia Isabel II llegó a decir que "Britannia era el único lugar donde realmente podía relajarse".
Sus cinco pisos servían como residencia real y de la Royal Navy, y contaba con un personal de más de 240 marineros que trabajaba a tiempo completo para la monarca.
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Cumplió diferentes funciones
Cuando se planteó originalmente unos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, los diseñadores del Britannia quisieron que el barco fuera lo más funcional posible y pensaron en él como una residencia real e incluso como un hospital marítimo.
Su galería principal fue concebida para que pudiera soportar el aterrizaje de un helicóptero y la lavandería se hizo mucho más grande que la de un buque de guerra estándar para poder acomodar a posibles pacientes o heridos. El barco nunca llegó a cumplir este propósito, pero sí que se utilizó en una misión de rescate para ayudar a evacuar a los ciudadanos europeos de Yemen del Sur en 1986.
La vida a bordo
La vida a bordo del Britannia distaba mucho de ser la que suele estar asociada a una tripulación normal y corriente y acarreaba ciertas exigencias que no todos los marineros estarían dispuestos a cumplir.
Mientras trabajaban, los miembros de la tripulación se comunicaba haciendo señas y gestos con las manos, evitando a toda costa gritar las órdenes y así lograr una sensación de tranquilidad para los residentes de la familia real. Además, fue el último barco de la Royal Navy en el que los tripulantes dormían en hamacas, algo que siguieron haciendo hasta 1973.
Otro hecho curioso asociado al Britannia era el lugar en el que estaban situados los mandos de la nave. Mientras que en la mayoría de los barcos el mando se sitúa en el puente, con vista al frente del barco, el del yate real está situado en la cubierta, debajo de la caseta del timón.
Esto significaba que los navegantes que realmente estaban al mando no podían ver a dónde se dirigían. De hecho, la tripulación tuvo que sortear este obstáculo y utilizaban tubos para comunicarse entre ellos.
Un lugar lleno de historia
La sala más grande dentro del barco es el comedor, donde la reina recibió a personalidades tan importantes como Winston Churchill, Nelson Mandela, Ronald Reagan o Margaret Thatcher.
En la sala caben hasta 56 invitados y cerca de ella se encuentra el salón, que servía como lugar de descanso para la familia real y como área de recepción para los invitados. Otro lugar de interés es la lavandería, que funcionaba las 24 horas y en la que los navegantes y los oficiales se cambiaban de ropa hasta seis veces al día.
Por otro lado, entre los elementos más enigmáticos que se encuentran en el interior del Britannia, destacan especialmente los relojes, que no pueden tocarse bajo ningún concepto. Están permanentemente detenidos en las 15:01 horas, hora en la que la reina descendió del barco por última vez.
Junto a ellos, también llegó a haber otros elementos repletos de historia como la bitácora dorada y blanca que se encuentra en la terraza del barco, y que formaba parte del parte de la embarcación que servía a la reina Victoria; o algunas de las sábanas de la reina, que se hicieron originalmente para la cama de la reina Victoria.
La presencia de estos objetos hace hincapié en el valor histórico de la embarcación, a la que se refirió una vez el príncipe Felipe, diciendo que "casi todos los soberanos anteriores han sido responsables de construir una iglesia, un castillo, un palacio o simplemente una casa" y que "la única estructura comparable en el reinado actual es Britannia".
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La segunda luna de miel
Sin lugar a dudas, el Britannia forma parte de la historia de la familia real británica, que además de usarlo como crucero anual para pasar sus vacaciones de verano, también sirvió como el lugar escogido por algunas parejas reales para sus lunas de miel. Al menos cuatro parejas reales escogieron el Britannia para esta función.
La princesa Margarita comenzó la tradición en 1960 para su luna de miel en el Caribe con Anthony Armstrong-Jones. La princesa Ana hizo lo mismo también, aunque su estancia no fue tan tranquila debido a las tormentas y las olas, que provocaron que la pareja sufriera mareos durante la primera semana de su viaje.
Otra de las parejas que estuvo a bordo fue la que formaban el príncipe Carlos y la princesa Diana, que pasaron allí su segunda luna de miel en 1981 y viajaron durante 17 días por diferentes ciudades de Italia. Por esta razón, era especialmente importante que el Britannia estuviera presente en la quinta entrega de The Crown.
La tripulación logró eludir a la prensa de manera tan eficiente que el Britannia se ganó el apodo de "el barco fantasma". Finalmente, el príncipe Andrew y Sarah Ferguson subieron a bordo en 1986 para viajar por las Azores.
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Se acabaron los días en altamar
Después de albergar cientos de recuerdos en su interior, el Britannia cerró sus puertas y aunque la familia real quiso construir otro barco de reemplazo, el gobierno finalmente decidió no financiar este esfuerzo económico.
Isabel II se despidió oficialmente del Britannia en 1997 y el barco dejó de levar anclas en ese momento. Ahora descansa en las aguas del puerto de Leith en Escocia, donde sirve como museo flotante y lugar de eventos. En 1998 se inauguró como un museo público que se puede visitar.