Mayo de 2017. Los restos del cadáver de un hombre aparecen en el maletero de un coche calcinado en el pantano de Foix. Se trata de Pedro Rodríguez, un oficial de policía al que, por casualidad o descuido, han logrado identificar. Es la víctima del que será conocido como el Crimen de la Guardia Urbana, que será narrado a través del prisma de la ficción en El cuerpo en llamas, la miniserie que acaba de estrenarse en Netflix.

La producción española no se anda con rodeos y pronto nos sitúa en el meollo del caso: un policía ha sido asesinado, y la chispa de la curiosidad se enciende en todos los que estamos frente a la pantalla. Conozcamos, o no el caso real, queremos saber lo que ocurrirá después.

Tirando del hilo, acabamos cayendo en un peligroso vórtice y pronto llegamos hasta Rosa Peral (Úrsula Corberó), el centro de este sistema solar del que es víctima y verdugo al mismo tiempo -aunque se incline más por la segunda de sus dos facetas, la que más se empeña en negar-. Y aunque parezca que a su alrededor giran más personas, en realidad ella sólo tiene ojos para Albert López (Quim Gutiérrez), su compañero de patrulla y el gran amor de su vida. O al menos hasta el día que ambos tengan que rendir cuentas ante un juez y decida darle la espalda.

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La vida de Rosa no es fácil y El cuerpo en llamas hace bien en detallar cómo es el contexto que la rodea. Ha sido víctima de un caso de pornovenganza, se empeña en complicar su divorcio y ahora se le añade un problema más a la lista: Pedro Rodríguez (José Manuel Poga), que lejos de ser perfecto se enamora de ella, la persona equivocada. 

Desde el primer momento, Rosa y Albert saben que tienen la posibilidad de llevar una vida más sencilla junto a la persona que quieren, pero tal y como dijo la propia Úrsula Corberó, no dejan de ser “dos personas muy orgullosas” y cuando se produce un choque de egos de estas características, el resultado solo puede ser el peor imaginable.

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No condiciona a la historia saber que ambos planean el asesinato de Pedro, de forma premeditada y sabiendo perfectamente qué pasos deben seguir para hacerlo sin dejar rastro.

Además, aunque esté inspirada en una historia real, El cuerpo en llamas también se toma ciertas licencias artísticas a la hora de narrar los hechos, dividiendo la línea cronológica y alterando el orden de las piezas, y sirviéndose de esta decisión -y de que se conozca el desenlace desde un inicio-, para construir la complejidad que encierran sus protagonistas.  

Esta decisión es acertada y le aporta dinamismo a una trama de la que ya conocemos el final, porque en esta historia, no importa tanto el resultado final como las causas encadenadas que acaban desembocando en él. Y esto se debe al tándem que forman el guion de Laura Sarmiento (Intimidad, Matadero) y la dirección de Jorge Torregrossa (Fariña, Intimidad), siempre capaces de elevar el material que pasa por sus manos. 

También es cierto que estas libertades pueden traer incorporados ciertos riesgos y que, por ejemplo, apelar al espectador directamente como hacen los personajes para recrear el intercambio de mensajes de texto puede ser incómodo para algunos, descolocar o incluso llevar a la parcial desconexión de lo que está ocurriendo.

Sin embargo, no dejan de ser llamadas de atención que conectan al público con lo que ocurre y que también le implican en lo que ocurrió, obligándole a plantearse muchas preguntas, sacar conclusiones y buscar una explicación lógica para esta red de mentiras, violencia y toxicidad que desembocaron en un asesinato real.

Aun así, cualquier defecto que se pueda encontrar se compensa con la magnífica construcción que se hace de los personajes y la interpretación del elenco. Rosa Peral se presenta como una mujer compleja, con muchas caras distintas y como una persona a la que todos juzgan, en parte por la atrocidad que comete, pero también por ser una mujer que quiere satisfacer sus deseos.

Y su personaje es, como consecuencia, alguien con muchas aristas y que encierra una dualidad impactante que ha sabido llevar una soberbia Úrsula Corberó, que sabiendo que se enfrenta a algo que podría mermar a cualquier profesional de su gremio, sale airosa con una interpretación del personaje que bien podría ser vista como una reencarnación de la persona real. 

Igualmente, y por si fuera poco, a su lado cuenta con Quim Gutiérrez como Albert López, un hombre inflado de autosuficiencia, narcisismo y una masculinidad frágil que le llevan a dejar a un lado el raciocinio.

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Es el acompañante ideal para Rosa y ambos se convierten en el apoyo del otro, en la única persona con la que pueden dejarse llevar, no sólo en el terreno carnal y de la lujuria, sino también a la hora de traspasar los límites de la legalidad. Porque saben que el uniforme y el arma que llevan les da la impunidad que necesitan para hacer uso de su poder como ellos quieran, ya que creen que no existe nadie por encima.

Desde un inicio, cualquiera que se anime a ver El cuerpo en llamas encontrará varias razones por las que quedarse, conociera o no antes el caso del Crimen de la Guardia Urbana. Porque no es sólo una narración de los hechos, que bien han podido realizar otros documentales antes, y más bien indaga de una manera la mar de entretenida en la gran pregunta que todos querrán responder tras conocer la historia de Rosa Peral y Albert López: por qué lo hicieron si sabían que había otra salida.